El Maximortal (Rick Veitch). Norma, 2006. B/N. 192 págs. PVP: 15 €
Con El Maximortal Rick Veitch cierra una trilogía temática que comenzó con The One (El Uno, Norma. 2006) y continuó en Brat Pack (cuya edición Norma ha programado para el próximo Salón del Cómic de Barcelona), marcada por la crítica mordaz y la no tan fina ironía paródica sobre el mundo de los superhéroes. Si en las dos primeras obras Veitch se decanta por mostrar la cara oculta de los personajes, desnudando las obsesiones y las dobles lecturas subyacentes en el género, en esta tercera obra decide disparar con bala directamente sobre la industria, y para ello nada mejor que centrarse en una de las más grandes editoriales, DC Comics, y su mayor abanderado, Superman. Conviene recordar también que DC no sólo reunía (¿reúne?) todos los defectos y prácticas abusivas que Veitch pretende reflejar en su libro, sino que además existe un resquemor personal con la compañía que se remonta a 1989, cuando Veitch era el guionista y dibujante de La Cosa del Pantano. En el número 89 de la serie, Veitch mostraba el encuentro de La Cosa del Pantano con el mismísimo Jesucristo, y aunque en principio la compañía había aprobado el número, a última hora decidió no editarlo. Veitch abandona DC y promete no volver a trabajar con ellos (no lo cumpliría) yéndose a la recién creada Tundra, para la cual produciría Brat Pack y El Maximortal. Tras la quiebra de Tundra, Veitch crea su propia editorial, King Hell Press, donde reeditaría casi todas sus novelas gráficas.
¿Y qué es El Maximortal? Es la historia de Superman, de sus creadores, de su editorial, del fenómeno social que desencadena, despojado de la etiqueta “para todos los públicos”. Es el mito del superhombre visto desde la realidad en lugar de a través del prisma dulcificador y moralizante habitual de los cómics. Es la historia de una América fascista, hipócrita y mercantilista que sublima sus aspiraciones en la figura de un ser superpoderoso ajeno a la moral humana. Es una patada en los huevos a las grandes editoriales, a Hollywood, y a todo lo políticamente correcto.
La historia gira en torno a dos temas centrales que se entrelazan. Por un lado el concepto fascistoide de la figura del superhéroe, que al estar a otro nivel que el ser humano se rige por normas propias que pueden resultar brutales a ojos humanos. Aquí, El Maximortal tiene ciertos puntos en común con el Miracleman de Moore (donde Veitch ya trabajo, por cierto, y precisamente en el número más controvertido, donde se muestra un parto explícitamente), aunque sin duda el superhombre de Veitch es mucho más violento y en cierto modo inocente. Curiosamente, la némesis de El Maximortal es El Guano, otro “superser” que vive en una cueva y toma sus poderes de la mierda de murciélago. ¿Uh…? Me recuerda a alguien… Es la contrapartida exacta del protagonista, es un hombre que sólo llega a un nivel superior mediante el esfuerzo, el sufrimiento… y la inmersión en mierda. En el relato de Veitch, El Maximortal (Superman) no es la creación literaria de Spiegal y Schumacher (Siegel y Schuster), sino que de alguna manera ellos captan la existencia de algo que está flotando en el aire, algo que ha nacido del inconsciente colectivo de toda una nación y lo trasladan al papel. Ese algo, que a priori es una idealización del propio ser humano llevado a un nivel superior, se corrompe cuando las grandes compañías, los ejércitos, los gobiernos, se apropian del ideal para prostituirlo y emplearlo en su propio beneficio. Todo esto enlaza con el otro tema que Veitch trata en su obra, que podríamos englobar como “el gran hemano fascista”, un gran hermano político y económico que no respeta los derechos individuales (ni, evidentemente, los derechos de los autores), que dicta el pensamiento de la masa y que aplaude las bombas atómicas.
Y con todos estos elementos, con todo este trasfondo tan serio y tan crítico, Veitch ha creado una obra tremendamente entretenida, a lo largo de la cual desfilan parodias fácilmente reconocibles de personajes históricos como Siegel y Schuster, Walt Disney, Oppenheimer, Einstein, Wertham, Bill Gaines y la plantilla de EC e incluso hay una intervención de Sherlock Holmes, que todavía no he entendido. Gracias a este juego de identificar a la persona tras el personaje, al humor negro y ácido y a una trama muy interesante llena de giros argumentales el tebeo, de casi 200 páginas y con gran cantidad de texto, se devora. A mucha gente le desagrada el dibujo “feista” de Veitch, pero no se puede decir que sea un mal dibujante, y de hecho a mí me parece un gran dibujante y mejor narrador, usando con mesura y bastante tino los recursos que el medio pone a su disposición. No es una obra redonda por varios motivos. El desenlace de la obra es un tanto confuso, como si Veitch se hubiera metido en un embrollo del que no sabe muy bien como salir (o cómo explicar satisfactoriamente para el lector), y por otra parte a veces resulta demasiado obvia y carga demasiado las tintas para mostrar quienes son “los malos”. De este modo el lector siente que no puede sacar sus propias conclusiones, que simplemente asiste a una visita guiada, pero en cualquier caso, también hay que agradecer que alguien que siempre ha tenido un pie metido en la industria mainstream, pegue de vez en cuando un buen puñetazo encima de la mesa.
La puntuación de esta obra debería oscilar entre el 3 y el 4, pero como en Entrecomics no damos medios puntos, me lío la manta a la cabeza y tiro para arriba… porque de vez en cuando hay que premiar a los autores que tienen dos huevos (no como otros).
Excelente, tebeos como este hacen grande el cómic.