Louis Riel (Chester Brown)

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Louis Riel (Chester Brown). La Cúpula, 2006. Rústica. B/N. 292 págs. 16 €.


Qué mala suerte. El tebeo del año ha salido en Diciembre, con lo que va a quedar descolgado de todas las listas de los mejores del año, y además con desastre editorial de por medio,de modo que casi todo lo que se ha dicho hasta el momento sobre él ha sido negativo y referente a la edición en lugar de sobre el cómic en sí. Pero qué mala suerte.

Louis Riel es la tesis doctoral de Chester Brown. En El Playboy y I never liked you, Brown se centraba en su propia experiencia para contar las historias, el modo más fácil de fabular sin tener que fabular. Podemos considerar ambas obras como trabajos de aprendizaje durante su carrera como autor. En Ed, el payaso feliz, daba un paso adelante, tanto gráficamente, con un estilo más definido y cuidado como con una temática que sin ser autobiográfica podía dar una idea del Brown que subyace bajo Brown, un trabajo de creación que hoy en día podemos considerar como su tesis de licenciatura. Y finalmente, en Louis Riel, Chester Brown afronta un trabajo ambicioso y metódico que le otorgue el título de doctor del cómic. Para ello se ha tomado el trabajo muy en serio, ha realizado una investigación y una planificación exhaustivas y lo ha puesto todo al servicio de la historia, no al servicio del artista, como era el caso de las anteriores obras. Paradójicamente, en esta obra más que nunca es donde se hace evidente el grandísimo autor que es Chester Brown.

La historia que presenta Brown en Louis Riel es la de la independencia de Canadá, centrada en la figura de uno de los personajes que en mayor medida participaron en su consecución, Louis Riel, un mestizo que en cierto punto de la historia comienza a adoptar un aire mesiánico y una mayor preocupación por los designios divinos que por los propios actos de los hombres y sus consecuencias. Nos encontramos por tanto ante un cómic-ensayo, una historia de no-ficción, aunque para su mejor comprensión Brown se haya permitido ciertas licencias e inexactitudes históricas. En una tesis doctoral el objetivo último es demostrar que el candidato es capaz de llevar a cabo un trabajo a la altura del título al que opta, más que a presentar un trabajo extremadamente brillante y novedoso. En Louis Riel, al igual que en una tesis, en ocasiones hay que simplificar los hechos en aras de una mejor comprensión, e incluso, aunque esté feo decirlo, hay que engañar un poco a la audiencia. Porque el trabajo tiene que estar escrito con tal claridad que cualquiera, por profano que sea en la materia, tenga los elementos suficientes para comprender lo que se describe. Chester Brown lo logra, y para conseguirlo utiliza sabiamente una serie de recursos estilísticos muy claros.

El tema: A diferencia de sus anteriores obras, bien tomadas de su propia experiencia o de su propia imaginación, Brown decide en esta ocasión acercarse a un tema ajeno (aunque no tanto, siendo canadiense). Para llegar a buen puerto, no le queda más remedio que realizar un extenso trabajo de documentación, de planificación de las distintas escenas y de condensación. Al final del libro se incluye un apéndice en forma de texto donde se explican algunas de las decisiones tomadas durante la realización de la historia. Reconozco que sólo lo he leído por encima. Todo lo que me interesaba estaba dibujado en las viñetas previas.

La caricatura: El dibujo de Brown siempre ha tendido a la caricatura. En El Playboy y I never liked you, los personajes son cabezones, como para tratar de distanciarlos un poco de los personajes auténticos en los que están basados (y para crear esa especie de empatía que provocan las cabezas grandes, de niño). En Ed, el payaso feliz, son las propias características grotescas de los personjes las que dan a lugar a la caricatura. En Louis Riel la aproximación es distinta. Aquí la caricatura sirve para hacer a cada personaje reconocible al primer vistazo, e incluso las facciones de los mismos no cambian un ápice a lo largo de los años (salvo por la barba de Riel). En este caso los personajes no sólo no son cabezones, sino todo lo contrario. Louis Riel y sus compañeros tienen cuerpos formidables en comparación con su cabeza, y sobre todo, unas manos enormes. Unos cuerpos y unas manos con las que construir una nación. Uno de los pocos personajes con una apariencia extremadamente ridícula (enorme nariz) es el “malo de la película”. Es decir, la caricatura tiene un fin narrativo más que descriptivo, y dota de cierto aire mítico o sobrehumano a las figuras principales de la rebelión canadiense.

El estilo: Brown opta por una simplificación extrema en el trazo, todo en aras de la claridad. Podría recordar a la línea clara de Hergé de no ser por la casi total ausencia de fondos. Esta ausencia no sólo hace que los personajes lleven el peso del relato sobre sus grandes hombros, sino que da una idea de la desnudez del entorno de una nación que está por construir. Canadá es, en el relato de Brown, las personas que lo pueblan. Y por cierto, el dibujo en sí mismo es precioso.

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La planificación: Aquí encontramos la mayor apuesta de Brown en este libro. La retícula de seis viñetas de idéntica forma y tamaño se repite a lo largo de las casi 250 páginas del relato. Si para Scott McCloud el tamaño de la viñeta tiene una relación directa con el tiempo que transcurre en la misma, Brown prescinde por completo de este recurso. Utiliza tantas viñetas como crea necesarias para narrar un hecho, no enfatiza, no centra la atención del lector, simplemente describe. No hay lugar a la subjetividad, todo tiene el mismo peso que si estuviésemos leyendo un texto escrito. Todo ello, una vez más, en favor de la claridad y la mejor comprensión del relato por parte de cualquiera que sea el lector que se acerque a él. También prescinde de los primeros planos enfáticos y en la medida de lo posible de los textos largos. En este sentido es paradigmático el último capítulo, donde se repiten múltiples veces las mismas viñetas para poder describir un interrogatorio judicial sin sobrecargar de texto las viñetas. Este recuerso, además, sirve para dotar de cierta teatralidad a la acción y al mismo tiempo para dotar a cada viñeta de la misma importancia. Brown podría haber optado por utilizar distintos enfoques para cada viñeta dentro de una escena, y sin embargo quiere que seamos expectadores, no quiere hacernos partícipes de la historia merced a su interpretación. Además, al no utilizar planos de acercamiento en momentos de máxima tensión, se crea una sensación de objetividad donde es el lector el que decide la importancia del momento, sin estar dirigido por el autor, que trata de ser totalmente objetivo respeto a la historia que narra. Tal vez la única concesión que el autor hace en este sentido son ciertos silencios a modo de pausas dramáticas, como la que se puede ver en la página de muestra. También es muy interesante el tratamiento que hace Brown de la megalomanía y el fanatismo religioso de Riel, sin cargar las tintas en ningún momento, pero dando la información necesaria para que el lector la perciba (aunque se desencadena de una forma un tanto abrupta, tal vez el único pero que le puedo poner a esta historia).

No comento la edición de La Cúpula, de la que ya se ha hablado a raiz del incidente de la página en negro, porque mi edición es la americana de Drawn & Quarterly, con las páginas en un precioso tono color hueso (que tal vez ayuda a que las grandes masa de blanco no golpeen el ojo de forma tan directa) y tapa dura (que aumenta la sensación de estar leyendo una biografía en libro). Por lo que he leído por ahí, la traducción es excelente, así que os insto a que en cuanto La Cúpula corrija el defecto en la edición, os hagáis con este pedazo de cómic (o que os hagáis con la edición de Drawn & Quarterly, claro).

Todos los recursos a los que Chester Brown renuncia en este álbum son un recurso en sí mismo. Ninguna de sus obras anteriores hacía entrever que Brown pudiera realizar el acercamiento a la historieta que aborda en este libro, lo cual evidencia hasta que punto se trata de un libro meditado y medido al milímetro. Sus recursos minimalistas sirven para que su Louis Riel sea lo más cercano a un clarísimo libro de texto, a una biografía diáfana, sin saltos en el tiempo, sin énfasis por parte del autor, sin complicadas elipsis, lo cual supone un ejercicio formal tremendamente interesante y además, en este caso, exitoso. Un libro que puede entender cualquier persona, aunque sea la primera vez que abre un cómic. Brown juega al menos es más, y lo borda. Se aleja de la historia que narra, no interviene, deja que ella hable por si misma, y sin embargo, al final la sensación que le queda al lector no la de que Louis Riel sea una gran historia sobre Canadá (que lo es), sino que Cheser Brown ha realizado un cómic perfecto. Por eso, señor Brown, este tribunal tiene el placer de concederle el título de Doctor en el Arte del Cómic con la máxima calificación: sobresaliente cum laude.

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POM, deberías dormir con él debajo de la almohada y sacrificar cabras en su honor

el tio berni