
Nunca me has gustado (Chester Brown). Astiberri, 2007. Rústica con solapas. 200 págs. B/N. 18 €
Estamos de enhorabuena, en poco menos de un año hemos podido ver por estos pagos dos interesantísimas obras de uno de los autores independientes norteamericanos más importantes del momento, Ed, el payaso feliz (La Cúpula, 2006) y Louis Riel (La Cúpula, 2006), y en breve Astiberri nos ofrecerá el tercer as que guardaba en la manga Chester Brown, Nunca me has gustado. Cierto es que La Cúpula ya nos descubrió hace bastantes años a este autor en su colección Brut Comix con El Playboy, que tal vez sea su obra más floja pero que guarda algunos paralelismos con esta nueva recreación autobiográfica de su infancia y adolescencia.
Estamos acostumbrados a que las obras autobiográficas nos revelen traumas y problemas de los artistas de una manera casi histriónica, con golpes de efecto que tratan de convertir las historias en algo único (lo cual sin duda es cierto para los propios autores), pero que al final lo único que logran es tratar de convencernos por el camino más fácil, el de la compasión y la sensiblería. Viene muy a cuento citar en este caso el Blankets de Craig Thompson que, sin ser un mal tebeo, tal vez abusa de la pose y del dramatismo para explicar una historia de búsqueda o trauma religioso y del encuentro y la pérdida del amor. Lo mismo que exponía Thompson en su obra magna, lo expone Brown en este Nunca me has gustado con mucha más sutileza, sin tratar de dirigir al lector y sin recrearse en su propio dolor. Nos va ofreciendo de forma dosificada distintas escenas de su desarrollo como persona sin juzgarse nunca a sí mismo ni tratar de dar una relevancia exagerada a unos hechos que sin embargo le afectan profundamente y son los que van conformando su personalidad. Así por ejemplo, cuando cuenta hechos relacionados con su madre (esquizofrénica y muy religiosa), que bien podían haber dado lugar a una narración más desgarrada o efectista, lo hace de forma desapasionada, dejándonos a nosotros la tarea de otorgarles la importancia apropiada. Nos da una muestra de su inteligencia como narrador y a la vez confía en la inteligencia de sus lectores para hacer lecturas más profundas de lo que él narra con una sencillez pasmosa, lo cuál sin duda es de agradecer. También hay que tener en cuenta que los recuerdos que tenemos de nuestras propias sensaciones de los hechos del pasado están reescritos por nuestro yo actual, que las amplifica y modifica a su manera, y Brown trata de huir de esta reescritura. Sorprende la capacidad del autor de desnudarse a sí mismo con tan sólo unas pinceladas, sin necesidad de parrafadas o textos de apoyo donde nos describa su monólogo interior, que sólo utilizada en contadas ocasiones. En varias escenas le vemos comiendo galletas o viendo la televisión: el significado de estas acciones y los pensamientos de Brown los tenemos que poner nosotros. En este sentido, la forma enlaza perfectamente con el fondo: el principal problema de Brown es su incapacidad para exteriorizar sus emociones, para expresar con firmeza sus sentimientos, principalmente debido a la educación represora que le marca desde niño, y el personaje de Brown será lacónico y prácticamente inexpresivo a lo largo de todo el álbum.

A nivel gráfico y narrativo también hay grandes diferencias respecto a obras anteriores (Ed, el payaso feliz) y posteriores (Louis Riel), acercándose más a El Playboy en el trazo más suelto y espontáneo, que se antoja más apropiado y sincero para contar una historia que nace del interior del autor. Conviene tener en cuenta que para la edición en tomo, Brown modificó varios aspectos de la previa serialización de la historia, mediante la descompresión de viñetas por página y el cambio del color de fondo, que pasó de negro a hueso. Esta modificación del número y disposición de las viñetas en cada página le sirven al autor para crear un ritmo muy marcado y para representar el paso del tiempo, dejando en algunas páginas tan sólo una viñeta en la que detenerse (como se detiene la memoria en ocasiones en un instante concreto), o intercalando páginas en blanco. También utiliza las repeticiones de imágenes o los planos picados, casi siempre sobre su persona, dando la sensación de que hay un narrador externo, que el Chester Brown de hoy contempla al de ayer desde lejos para tratar de comprenderlo y comprenderse.
En resumen, un cómic inteligente, absorbente y que diciendo poco dice muchísimo, obra de un autor que sabe imprimir un carácter distintivo a cada uno de sus tebeos en función de lo que quiere contar. Relecturas aseguradas.
Excelente, tebeos como este hacen grande el cómic.
Reseña de Louis Riel
Entrevista a Chester Brown
Página dedicada a Chester Brown en Drawn & Quarterly