Pereza (Gilbert Hernandez)

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Pereza (Gilbert Hernández). Planeta, 2007. Cartoné. 128 págs. B/N. 11,95 €


25 años de amor y cohetes han hecho falta para que finalmente Beto Hernández se decidiese a escribir una historia larga de un tirón, sin serialización de por medio, una de esas “novelas gráficas” tan en boga en nuestros tiempos… y le ha quedado niquelada, oiga.

En Pereza (traducción correcta, aunque una vez leído casi habría preferido Desidia), Hernández aborda el tedio existencial que acompaña a la adolescencia, ese caminar sin rumbo a través de un mundo que no se comprende del todo y que, aunque está lleno de maravillas, no consigue llenarnos lo suficiente como para incitarnos a participar en él. Tal vez por eso el protagonista (o uno de ellos) decide entrar en coma, vivir en su propio mundo, sin agobios, sin dudas y, sobre todo, a su ritmo. El despertar del (agradable) coma y afrontar la vida de nuevo será tan difícil como superar la adolescencia.

A pesar de contar con muchos paralelismos con el resto de su obra, con Palomar a la cabeza, Pereza tiene las suficientes señas de identidad como para ser otra cosa, y esto se agradece mucho cuando viene de un autor asentado del que parece que ya lo sabemos todo y no nos puede sorprender de nuevo. En primer lugar, la estructura cerrada del relato obliga a Hernández a ser mucho más conciso a la hora de definir a los personajes, tarea que sus obras-río anteriores se tomaba con calma, a base de pinceladas. Aquí siguen presentes esas pinceladas, pero de forma más medida, más calculada, sin por ello dar sensación de artificiosidad. Aunque en esta obra sólo son tres los protagonistas principales, el bagaje acumulado del autor le permite presentar a unos secundarios que se explican a sí mismos en dos frases y que en seguida nos parecen viejos conocidos, sin ser por ello obvios o carentes de interés. Utiliza no sólo las reacciones de los personajes para definirlos, sino también la simbología, tanto en los escenarios (el puente sobre el río, el limonar, los sueños) y los hechos (hombres que vuelan, demonios) como en el propio trazo o el diseño de página, desembocando en un tour de force narrativo en el que lo que sugieren las propias imágenes es tan necesario para comprender el relato como los propios textos, ya que en varias ocasiones el sentido de ambos es opuesto. Es tan acusado el uso de los símbolos, que en Pereza podemos hablar de una transición del conocido realismo mágico ejercido anteriormente con tan buen resultado por el autor hacía un surrealismo puro y duro, donde la participación del lector es imprescindible para disfrutar plenamente la obra, aunque cada uno la disfrutará a su manera.

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A mitad de la historia, por si alguno pensaba que lo estaba entendiendo todo, Hernández da una nueva vuelta de tuerca, y mediante una secuencia de transición de tres páginas muy típica pero muy efectiva, abre una vía paralela (o transversal, yo que sé) que supone una relectura de todo lo narrado anteriormente. Personalmente, el golpe de efecto que supone esta segunda parte me ha parecido muy interesante, pero también es verdad que me parece alargado innecesariamente y se convierte en anticlimático, especialmente por el cambio de tono, con la introducción de un humor en ocasiones pelín chusco.

A nivel visual, Pereza es sin duda una de las obras más potentes de Hernández, consiguiendo que el cielo pese sobre nuestras cabezas y que los limones se conviertan en un arma terrorífica. Utiliza splash-pages, viñetas grandes, a menudo tiras que ocupan todo el ancho de la página, no buscando el “toque cinematográfico” tan de moda hoy en día, sino una sensación de tiempo detenido y lentitud, de instantáneas de la memoria o la imaginación que nos obligan a exprimir el significado de cada una de las viñetas. Es normal que esta planificación funcione en las secuencias oníricas, donde se acentúa la estructura inconexa de los sueños, pero resulta curioso lo bien que Hernández resuelve también su utilización en las secuencias de acción, algo que probablemente no está en manos de cualquiera. No busca encuadres efectistas o forzados, pero sí que se permite interesantes juegos de composición con los elementos que introduce en cada viñeta. Por otra parte, aquí y allá va dejando interesantes simetrías que enriquecen la obra, tanto a nivel argumental como gráfico, que demuestran un importante trabajo de planificación y que invitan a la lectura comprensiva… y a muchas relecturas.

Si tuviera que idear un slogan para recomendar este tebeo, sería algo así como: «¡No dejes que te lo cuenten! ¡Experiméntalo tú mismo!».

4
Excelente, tebeos como este hacen grande el cómic.


el tio berni