La última partida (Didier Comès)

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La última Partida (Didier Comès). Norma, 2007. Rústica. 56 págs. B/N. 11 €


Didier Comès (podéis olvidar lo de Dieter, nombre alemán que le dieron sus padres al nacer en 1942 durante la ocupación alemana en la 2ª Guerra Mundial y que tras la liberación cambiaron por Didier) es un viejo conocido en nuestro país, desde que en 1980 Antonio San Román publicase El dios viviente, primera parte de la serie Ergün el errante. A partir de aquella serie de ciencia ficción y aventura, de la que Comès sólo llegaría a realizar dos entregas, el trabajo del autor se vuelve más personal, y en La sombra del cuervo (Nueva Frontera, 1981) ya muestra algunas de las constantes que trufarán su obra posterior. Con Silencio obtiene el éxito y el reconocimiento internacional (Yellow Kid en Lucca al mejor dibujante en 1980, Grand Prix Saint-Michel en Bélgica en 1980, premio Alfred y premio al mejor álbum en Angoulême en 1981, ex-aequo con el Paracuellos de Carlos Giménez), que sería consolidado con La Belette, donde estiliza un poco el grafismo de Silencio pero repite temática. Desde hace ya algún tiempo, la aparición de cada nuevo álbum suyo se espacia más y más en el tiempo, y sin embargo esta dilación no se traduce en novedosos abordajes historietísticos ni refinamientos narrativos: podemos decir que Comès nos ofrece, una y otra vez, más de lo mismo.

Es obvio que la 2ª Guerra Mundial (o más bien, por su edad, la postguerra y las historias que escuchó de sus mayores) marcó profundamente a Comès. Su primera hisrtoria “de autor”, La sombra del cuervo, transcurría en la 1ª Guerra Mundial, pero ya sabemos que el horror del conflicto bélico es intercambiable, y no importa tanto la guerra concreta de la que se trate como las reacciones y los sentimientos de las personas implicadas. Más de 30 años después de su realización, Comès retoma el tema y lo traslada en tiempo y espacio hasta la 2ª Guerra Mundial en las Ardenas, lugar donde creció y donde transcurren la mayor parte de sus obras. Tal es la similitud de La última partida con esa obra primeriza, que incluso introduce como personajes a dos cuervos burlones que ya estaban presentes en aquella, aunque con los nombres cambiados, y de nuevo nos encontramos con un personaje principal inocente (como casi siempre) rodeado de seres fantásticos e inquietantes, muy resabiados ellos, que aportan el tono “filosófico” y el toque sobrenatural a la obra. La interacción entre este personaje auténtico (anclado en la realidad) y los personajes secundarios imaginarios (que habitan nuestro mundo pero parecen venir de otro), crean un ambiente guiñolesco, de teatro del absurdo, sensación que acrecientan los diálogos bufos de estos últimos rodeados por el cruel ambiente de la guerra. Es de suponer que este juego del autor pretende reflejar el sinsentido de la guerra y suscitar la reflexión en el lector, pero en cualquier caso me parece que la resolución es un tanto burda.

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Si por algo destaca Didier Comès es por su uso del blanco y negro, que ha llevado muchos a compararlo (salvando las distancias) con autores de la talla de Hugo Pratt, y es innegable que en sus páginas logra una importante belleza formal y la vista disfruta viajando entre las masas de blanco y negro. Logra además crear un interesante contraste entre el protagonista, para quien aplica un trazo que lo convierte en trasunto de cualquier héroe de la línea clara y el entorno amenazante que le rodea, que si bien al principio de la historia es de un oscuro amenazante y opresivo (y el hecho de encontrarse en una trinchera ayuda), a medida que avanza la historia y nos sumergimos en la fantasía, se torna blanco radiante y desorientador. Sin embargo, lo que más me ha gustado de la obra ha sido la resolución de las escenas de guerra, realmente impactantes, y el recurso que emplea a partir de la mitad del álbum, una nevada constante que sirve como transición entre las masas de blanco y de negro y que lo convierte todo en gris, acercando el grafismo de la obra al sentimiento que pretende transmitir: en una guerra, independientemente del bando en el que luches, la muerte nos iguala a todos.

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Interesante, pero no resiste una purga por motivos de espacio.

el tio berni