La lectura de las ruinas (David B)

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La lectura de las ruinas (David B). Norma, 2008. Cartoné. 88 págs. Color. 19,50 €


Cuando uno abre un cómic de David Beauchard sabe lo que se va a encontrar. Sueños. Mitos. Angustia. Maldad. Enfermedad. A menudo, guerra. En este sentido, La lectura de las ruinas no es diferente, solo que, en esta ocasión, todos los elementos confluyen en el mismo álbum. Algo lo diferencia sin embargo del grueso de sus relatos. En esta ocasión, los elementos se articulan a través de una historia al uso, una búsqueda plagada de peleas, peligros y, como no, muerte.

Admirador de Jacques Tardi y obsesionado con las historias de la Primera Guerra Mundial que le contaba su abuelo, David B sitúa la acción de su relato en 1917, donde una suerte de antropólogo, a petición del alto mando militar y para evitar que caiga en manos enemigas, debe encontrar al Dr Hellequin, sabio loco inventor de “el cañón de sueños”, los “hombres de tierra” (juego de palabras entre “hommes de terre” y “pommes de terre”, patatas, material del que están formados), alambres de espino con voluntad propia… Su búsqueda le lleva hasta Londres, donde distintas facciones tratan de encontrar al sabio, implicándose en la búsqueda varias bandas de hampones que a su vez luchan por la hegemonía del crimen en la ciudad. Aunque el autor utiliza como armazón la trama de “espionaje”, no deja de ser un mero camino para canalizar todos los temas que le interesan de una forma coherente. A lo largo del relato, cede muy a menudo al recurso de la “casualidad, lo que en manos de otro autor menos interesado en lo onírico y lo simbólico y con menores recursos expresivos habría hecho resentirse a la obra.

En La lectura de las ruinas, sin embargo, apenas si tiene importancia el hecho de que las acciones se encadenen de manera poco ortodoxa o planificada, que se tire de folletín o que el “desaparecido” Hellequin, el Mcguffin de la historia, aparezca y desaparezca en los momentos y lugares más inopinados. Son los recovecos inquietantes de las laberínticas calles de Londres, la increíblemente desordenada oficina (a la que se accede a través de una oscuridad absoluta) del Capitán Phillimore, las húmedas trincheras, las ruinas, las que se convierten en auténticos personajes de la historia y la llenan de riqueza. Estos ambientes tan logrados deben mucho no sólo a las abigarradas descripciones visuales de David B, sino también al color, tan a menudo ausente en sus obras y fundamental aquí. En este contexto, donde lo irreal se materializa, los absurdos mitos asociados a la guerra, como ese autobús de la muerte o la propia lectura de las ruinas que parece haber descubierto el escurridizo Dr Hellequin se vuelven tan reales como la absurda guerra. Los personajes “de carne y hueso” ocultan más de lo que muestran, y aunque la historia avance a trompicones y se haga confusa en ocasiones, su carisma y subtexto llena con creces los posibles huecos argumentales. Así, lo onírico se superpone a lo real en muchas ocasiones y hay que recurrir a la “lectura de los sueños” para extraer el significado profundo tanto de los textos como de las imágenes. Llega un momento en que uno puede dudar si lo que está leyendo no es tal vez alguna especie de ensoñación, tal es la imbricación entre lo real y lo simbólico.

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Los dibujos de David B siempre sorprenden y cautivan, por muchos que hayas visto. Parece que su mundo personal no tiene límite, y su capacidad para plasmarlo en el papel es tan alucinante como el resultado que obtiene. Se ha mencionado a Tardi al principio de la reseña, y su sombra revolotea a lo largo de todo el álbum. Esos soldados aterrorizados, esas trincheras hechas de puro barro, el propio trazo de David B y alguna que otra viñeta aislada remiten claramente a La guerra de las trincheras. De hecho, como si de un homenaje se tratase, gran parte de las escenas que allí transcurren se muestran en viñetas que se alargan de lado a lado de la página, al modo de Tardi. En realidad este es un formato que David B ha usado a menudo en otros álbumes y que suele reservar para momentos más oníricos, donde no pretende una continuidad clara entre una viñeta y la siguiente y el tiempo se dilata de una manera irreal. En cualquier caso, sabe cuando debe variar la composición de la página, como en esa estupenda narración en paralelo con la que cierra el álbum, con una retícula fija de viñetas o con viñetas verticales en la escena de la batalla aérea. Si argumentalmente es álbum es discutible, gráficamente es incontestable.

La lectura de las ruinas no es La ascensión del gran mal, la obra maestra del autor sin discusión, pero es un buen libro para entrar en el Universo B con una historia autoconclusiva que contiene todos los rasgos distintivos del autor, humor surrealista, horror, amor, y que además comienza con un ejército de bombas y termina con un ejercito de cadáveres.

3
Bueno, este es el nivel medio que habría que pedir a cualquier tebeo


el tio berni