Afortunada (Gabrielle Bell)

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Afortunada (Gabrielle Bell). La Cúpula, 2008. Cartoné. 116 págs. B/N. 18 €


El primer álbum monográfico de Gabrielle Bell en España llega avalado por algunas excelentes historias cortas publicadas en revistas como MOME o El Manglar que nos han servido para conocer en qué parámetros se mueve la autora y cuáles son sus recursos narrativos. ¿Está Afortunada a la altura de las expectativas creadas? Vamos a ello.

Las historias contenidas en Afortunada fueron publicadas por la propia autora en 2003 originalmente en forma de tres minicómics fotocopiados, el último de los cuáles obtuvo un premio Ignatz. Se trata de una serie absolutamente autobiográfica que complementa la otra faceta de Bell como autora de historias de ficción e incluso fantásticas, que a menudo acomete en antologías como Kramer’s Ergot, la citada MOME o Drawn & Quarterly Showcase. Precisamente en la primera de estas antologías publicó la que a mi entender es su mejor historia corta hasta el momento, Cecyl and Jordan in New York, y en la que se ha basado Michel Gondry para realizar un cortometraje. Pero aunque los dos subgéneros abordados por Bell compartan una serie de características comunes (distanciamiento de lo narrado, frialdad en el manejo de las escenas a nivel gráfico, ausencia de juicios de valor explícitos), en mi opinión su producción de ficción se ve favorecida por un mayor enfoque y mejor exposición de los temas principales, algo de lo que carecen muchas veces sus historias autobiográficas. En cierto modo éstas funcionan por acumulación, debido a lo endeble de la anécdota, como sucede en el caso de Harvey Pekar. En este sentido es reseñable la gran diferencia tanto estilística como conceptual entre las tres partes que componen Afortunada. La primera de ellas funciona prácticamente como ejercicio de estilo: Bell realiza un diario gráfico a lo largo de todo un mes a razón de una página por día. Es claro que bajo esta premisa la cantidad de cosas “interesantes” que puede contar son limitadas, y desafortunadamente tampoco su acercamiento visual resulta muy atractivo. Las características mencionadas anteriormente, que en general considero positivas, aquí pierden su efectividad al no existir tras las páginas un mensaje u objetivo descifrable por el lector. La cosa cambia en la segunda parte, donde ya existe una narración más vertebrada y un dibujo algo más depurado y con recursos añadidos, como el añadido de masas de negro o la elaboración de secuencias, prácticamente ausentes en la primera parte en la que las elipsis brutales entre viñeta y viñeta son necesarias por motivos de espacio y que la convertían más en descriptiva que en narrativa. Todos los problemas de la primera parte y las inseguridades de la segunda, se solventan en la última, la mejor con diferencia, donde Bell alcanza al fin la voz de autora eficaz y con algo que contar. Tienen mucho que ver en ello sus diálogos naturalistas, los detalles fantásticos donde deja volar la imaginación y la abstracción de algunas viñetas que transmiten con efectividad. Por último, hay un apéndice con un par de historias cortas donde (vaya, lo adivinasteis) está contenido lo mejor de lo mejor del libro, especialmente en El agujero.

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Son remarcables varias cualidades del dibujo, los encuadres, los textos y la composición de página de Bell, que aunque tomados por separado pueden parecer antiexpresivos, cuando se conjugan tienen como resultado una muy determinada manera de contar que en mi opinión funciona muy bien en el tipo de historia intimista y personal que quiere narrar Bell, donde la memoria equipara hechos que en su momento tuvieron resonancias emocionales muy distintas. Respecto al dibujo, la casi total ausencia de sombras, los fondos esquemáticos pero efectivos, la sencillez del trazo y la limitada expresividad de los personajes recuerdan, aunque sin llegar a sus posiciones extremas, a John Porcellino, convirtiendo a las viñetas en jueces imparciales de la acción desarrollada, donde todos los elementos cobran la misma importancia. Igual papel juegan los encuadres, casi siempre planos generales o americanos, sin primeros planos enfáticos, sin apenas ángulos desde otra altura que la de los ojos del espectador. De nuevo, las retículas regulares bien de cuatro o de seis viñetas que adopta Bell a lo largo de toda la obra, además de representar una comodidad para la autora, crean un ritmo sosegado y facilitan la incorporación de largos textos explicativos y diálogos. La autora no tiene miedo de introducir cartuchos de texto y bocadillos que se coman un tercio o incluso media viñeta con mucha frecuencia tal y como sucede por ejemplo en Fun Home de Alison Bechdel, resultando en ambos casos natural y perfectamente justificado. Las historias que cuenta Bell tienen más que ver con la reflexión, con los pequeños eventos cotidianos que con la acción, y todos sus recursos gráficos refuerzan la sensación de estar asistiendo al devenir de la vida sosegada y sin carencias profundas, donde los problemas y las tensiones son más existenciales que esenciales.

Puntuar un tebeo tan irregular como este resulta verdaderamente difícil, y más cuando se tienen en cuenta sus otras historias de mayor calidad. Por ello, aunque la aproximación que adopta Bell al cómic es muy interesante y presenta no pocos aciertos, se queda justo justo al borde del tres.

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Interesante, pero no resiste una purga por motivos de espacio.

el tio berni