El gusto del cloro (Bastien Vivès). Diábolo, 2009. Cartoné. 144 págs. Color. 17,95 €
Todo comienza con una contractura, una tensión muscular que necesita el ejercicio de rehabilitación y alivio amniótico de una piscina. Este será el marco de un desencuentro amoroso, un ensayo de relación no consumado en el que la historia se reduce a su mínima expresión para rozar casi lo anecdótico, un sano ejercicio formalista en estos pesados tiempos de novela gráfica con patatas.
El gusto del cloro, primera obra de Bastien Vivès publicada en España, se acerca mucho a la poesía en su predominio de la forma, el ritmo y el placer estético sobre el contenido narrativo. Vives dedica páginas y páginas enteras a la danza del protagonista seguido por las viñetas a través de los carriles de la piscina. Esta subordinación del formato de las viñetas a las dimensiones del espacio físico que muestra y, en particular, a las de su protagonista es la principal estrategia con la que el francés aplica una sutil subjetivación en un ejemplo canónico de lo que Benoît Peeters denomina uso retórico de la puesta en página.
No obstante y de manera mucho más inmediata, llama a los ojos otro recurso de focalización en el punto de vista del personaje: la mutación del dibujo a nivel subacuático. Bajo las aguas, los perfiles desaparecen y los cuerpos se disuelven en manchas de color. Un color, en cualquier caso, restringido a una fría gama de ocres, verdes y azules que remiten tanto a su temperatura como a la importancia de los matices.
Se deja entrever, de esta manera, como la forma se extiende para cubrir también en El gusto del cloro su tema, el ensayo del amor, necesariamente fallido o interrumpido. Porque nos encontramos ante la obligación de guardar las formas de relación social, sus marcos ritualizados e institucionalizados, las condiciones de posibilidad del amor, en este caso en una piscina que, en su siguiente obra maestra Dans mes yeux, se transformará en una biblioteca de facultad.
Un cómic como gusto de cloro sería incomprensible sin la brecha abierta para el cómic autobiográfico primero en Norteamérica y, posteriormente, en Francia aunque también sin la impronta en la sensibilidad francesa del cine de la nouvelle vague y, singularmente, de Eric Rohmer.
Los necesitados de una voz interior que ancle el sentido puede sentirse molestos por este predominio visual y culpar al autor de su propia impericia o pereza como intérpretes. Los demás podrán reconocer en este gusto de cloro los mimbres de un gran maestro del cómic en ciernes, el primero del siglo XXI.
Breixo Harguindey