El carro de hierro (Jason)


El carro de hierro (Jason). Astiberri, 2010. Rústica con solapas. 72 págs. Bitono. 13 €

El carro de hierro no es uno de los mejores trabajos de Jason (Molde, 1965), y sin embargo sería uno de los que en primer lugar intentaría salvar de de un incendio. Puede parecer contradictorio, pero no lo es tanto cuando consideramos todos los elementos que articulan y rodean este libro y nos damos cuenta de su peculiaridad dentro de lo que ya podemos llamar El Universo Jason. Y además, es un libro cautivador.

Después de terminar Dime algo, otro de sus cómics mudos, el noruego decidió cambiar de tercio y a lo largo de 2001 publicó en dos números consecutivos de su revista Mjau Mjau y en blanco y negro puro lo que sería El carro de hierro. Se trataba de una adaptación de la novela homónima publicada en 1909 por su compatriota Stein Riverton, seudónimo del prolífico autor de novelas de misterio Sven Elvestad, y que está considerada como su obra maestra. Así, Jason corta con la tendencia de sus anteriores trabajos de abordar de manera explícita sentimientos como la soledad, el amor, la nostalgia de la infancia o la incomunicación, para excavar en el terreno de los géneros populares. Sin embargo, a diferencia de lo que sucede en obras posteriores como ¿Por qué haces esto? o Yo maté a Adolf Hitler, posiblemente superiores al libro que nos ocupa en muchos aspectos, El carro de hierro no adopta el género como excusa argumental para desarrollar una metáfora, sino que es un fin en sí mismo. Jason se preocupa aquí por transmitir tanto la trama como la atmósfera de la novela original, al tiempo que evita los –acertados- despliegues narrativos de obras anteriores como Espera…. La ambientación psicológica del libro viene en gran parte dada por la ambientación gráfica, para la que Jason realiza un importante labor de documentación. La recreación de los trajes, las casas, el mobiliario y, sobre todo, el entorno natural, conjuran una atmósfera tan realista como inquietante, al ser escenario de secuencias donde el misterio y lo surreal se entremezclan. En cualquier caso, esta obra se aleja de la abierta comicidad de, por ejemplo, El último mosquetero, sí que se respira cierto aire de parodia, no tanto por el tono empleado por el autor en la narración como por sus personajes antropomórficos y porque las propias convenciones de los géneros los acercan a ser parodia de sí mismos cuando se miran con según que ojos.



Varios son los factores que convierten El carro de hierro en un trabajo memorable: la verosimilitud de lo irreal que hace que se fusionen distintos planos de consciencia, el interesante retrato psicológico de sus personajes, muy carismáticos, la propia amenidad del relato y el ya mencionado despliegue gráfico que convierte este libro uno de los más interesantes, visualmente hablando, del autor. Aunque El carro de hierro es un thriller clásico, no resulta tan interesante descubrir al autor del crimen, relativamente obvio desde el principio, como dejarse llevar por la acumulación de misterios y el paulatino sumergimiento en lo surreal. Es un poco como el Twin Peaks de David Lynch: si allí “¿quién mató a Laura Palmer?” se convirtió pronto en una pregunta retórica para ceder protagonismo a las peculiaridades de aquel entorno boscoso y sus malsanos habitantes, aquí el peso de la narración recae en espectrales visitas nocturnas, sueños macabros, irónicas sonrisas de cadáver, escalofriantes sonidos de cadenas en medio del bosque o personajes que regresan de la muerte para poder volver a morir.

Jason se muestra narrativamente sobrio, con su habitual línea clara todavía no del todo pulida y con su clásica rejilla de 2×3 rota, eso sí, más a menudo de lo habitual con viñetas panorámicas para remarcar cambios de escena o para dotar de una intensidad especial a ciertos momentos. Combina secuencias ligeras (mudas, de transición, de ambientación… “psicológicas”) con otras en las que la gran cantidad de texto necesario para condensar la novela casi se come las páginas. Resuelve muy bien también los momentos en los que se fusionan la realidad con lo imaginario, llevando al lector a esa tierra de nadie que se convierte en auténtica protagonista del relato. El bitono sin embargo –un añadido posterior- no funciona siempre todo lo bien que debiera. Se percibe cierto abuso del recurso, aunque sí que resulta muy acertado –y esta era la intención del autor según sus propias declaraciones- el uso del bitono en las abundantes secuencias nocturnas del relato.



Sí, salvaría del fuego El carro de hierro por ser fascinante, inquietante y gráficamente bello, y también por ser una rareza dentro de la bibliografía de su autor. Muy posiblemente, esta obra imperfecta pero abnegada era el punto de inflexión necesario para que Jason se convirtiese en el excelente historietista que es hoy en día.