La extraña historia de la Isla Panorama (Suehiro Maruo)

Reseña publicada originalmente en la revista Dolmen, ligeramente ampliada para su publicación en Entrecomics.


La extraña historia de la Isla Panorama (Suehiro Maruo). Glénat, 2009. Rústica. 280 págs. B/N. 15 €


La primera vez que leí a Suehiro Maruo, no lo entendí. De hecho necesité al menos tres o cuatro obras suyas para lograr ver un poco más allá de esa fachada de hermosa fealdad que dibuja, esos juegos macabros y sádicos que ocultan unos miedos muy concretos. Pero una vez que entras en su juego, estás atrapado.

Sin prisa pero sin pausa Glénat va añadiendo obras de Maruo a las estanterías españolas ante la mirada de agradecimiento de aquellos aficionados al género de terror con estómago para deglutir sin vomitar las barbaridades del japonés. Lo publicado de Maruo hasta el momento ya hablaba de un artista con constantes temáticas y estilísticas claras. Su dibujo elegante, refinado, art decó, y su estética casi siempre heredera de los años 20 y 30 del siglo pasado contrastaban con la crudeza de los argumentos. El baile del vampiro, Dr. Inugami o Midori fascinaban en base a su mecla de erotismo y terror gore (ero-guro, lo llaman los japoneses), siempre en contraposición con la belleza y delicadeza de los acabados del dibujante nipón. Lo sobrenatural, tan arraigado en la cultura japonesa, era llevado al límite de la malignidad y enfrentado a la inocencia -esas mujeres-niña de Maruo-, provocando el horror en el lector. Y, de repente, en La extraña historia de la Isla Panorama, adaptación de un relato de Ranpo Edogawa (prolífico y muy popular escritor de novelas equivalentes a los pulps norteamericanos), Maruo da un (aparente) giro radical con el que, paradójicamente, su capacidad para inquietar gana muchos enteros.



Aquí ya no hay elementos fantasmales, todo lo que sucede es posible (al menos tanto como en una novela de Julio Verne), y lo macabro es sustituido por la sugestión de lo macabro. Lejos de mostrar escenas truculentas, Maruo se dedica a dibujar más “bonito” y más romántico que nunca. Al tiempo que su protagonista reconstruye un mundo soñado de lujos y placeres en una isla, Maruo reconstruye sobre el papel, homenajeándolas, numerosas pinturas y esculturas de nuestro mundo real. Ahora, la conexión ya no se establece con el subconsciente innato, como en sus relatos sobrenaturales, sino con el subconsciente adquirido. El argumento se articula a modo de relato de misterio, con sus motivos repetidos puntuando el relato (espirales, laberintos, insectos) con sus elementos de thriller y golpes de efecto para mantener una tensión que serpentéa bajo los bellos jardines y los blancos mármoles. Pero el auténtico interés de Maruo siempre se superpone. Y de hecho, la resolución del libro será un deux ex machina en toda regla, porque no es eso lo que importa. Hablábamos al principio de las constantes temáticas de Maruo, y puede parecer difícil encuadrar esta Isla Panorama en el panorama del resto de su obra. No lo es tanto. En Maruo siempre sale a la luz la nostalgia por el pasado, un tiempo anterior a la catástrofe nacional provocada por la 2ª Guerra Mundial y la regresión que esta produjo, y muchas de sus obras son obras de reconstrucción, o de rememoración del tiempo anterior a la destrucción. También parece como si Maruo estuviera de acuerdo con el General McArthur cuando, durante el protectorado estadounidense, comparó la cultura japonesa con la mentalidad de un niño de 12 años. ¿Y qué se puede esperar de una sociedad reconstruida por niños irresponsables, por adolescentes llevados por sus caprichos? No hace falta investigar mucho para encontrar otras pistas en esta Isla Panorama o en el resto de la obra de Maruo.

Personalmente considero La extraña historia de la Isla Panorama el mejor trabajo de Maruo, un libro donde ha logrado lo inesperado: dibujar la historia de horror no en el papel, sino en la mente de sus lectores.