TNY: Floc’h

Una vez concluido el repaso de autores españoles de cómic que han ocupado en las últimas décadas la portada de The New Yorker, continuamos el recorrido por otros lugares del planeta y aterrizamos Francia. Floc’h vivió su etapa dorada como historietista durante los años 80, y aunque aún a día de hoy hace incursiones esporádicas en el terreno del noveno arte, hace mucho que lo dejó en segundo plano para dedicarse mayoritariamente a la ilustración, muchas veces publicitaria. Por mi parte, recuerdo la línea clara del francés encajar como un guante en la revista Cairo, y recuerdo también algunos álbumes publicados en España –La trilogía inglesa– con guión de François Rivière, su colaborador más habitual, y otro guionizado por Jean-Luc Fromental.

Curiosamente, cuando llegó a The New Yorker, Floc’h ya había trabajado en una serie de falsas portadas para la revista Life, y también ha realizado un ingente trabajo de ilustración para revistas y periódicos franceses. Abundantes muestras de todos estos trabajos de ilustración (también para el cine, para portadas de discos…) pueden verse en este blog dedicado a su trabajo.

Pero a lo que íbamos. En 1997 Floc’h llega a la portada de The New Yorker, y lo hace en pleno invierno con una ilustración que capta, por una parte, el ambiente de la estación, con el blanco de la nieve y el frío azul del edificio, y por otra el espíritu de sofisticación de la revista, tan a menudo poblada por frívolos ladies & gentlemen, precisamente el tipo de personajes más habituales en los cómics del autor. El dibujante no vuelve a asomarse a la revista hasta 2001, y lo hace de nuevo en invierno, para pocos meses después publicar una tercera portada que no es sino una variación de la primera, acorde en este caso con la estación primaveral-veraniega. Obviamente, en de The New Yorker saben qué es lo que se le da bien a Floc’h. Su línea clara, sus utilización del espacio negativo, sus colores fríos, son perfectos para seguir ilustrando cubiertas invernales, e incluso la de 2003, que presenta el interior de una casa sin ningún indicio del clima exterior, parece una metáfora del invierno con su hiriente blancura.