
Los practicantes del espanto (Pierre La Police). Ando Liado (2010). Rústica. 112 págs. B/N. 14 €
Si yo hiciera tebeos como los que hace Pierre La Police, también usaría seudónimo y mantendría mi identidad real en secreto. Básicamente porque me encantaría ver la cara de mis desprevenidos lectores al pasar las páginas de un libro como Los practicantes del espanto. Así pues, podemos imaginar que La Police es idéntico físicamente a Charles Burns, pero con las maneras de Joe Daly y el bigote y las patillas de Lemmy de Motörhead. Podemos imaginar también que de pequeño leyó mucho al Jack Palmer de René Pétillon, pero que durante un mal viaje de ácido en la adolescencia aquellas referencias se le enquistaron en la raíz de un pelo del sobaco y claro, así salen ahora a flote, en forma de gaita llena de pus. Vamos, que Los practicantes del espanto es de todo menos fácilmente descriptible. Eso sí, este plato de cocina deconstructiva -que no será de todos los gustos-, no hace bola y se digiere con gusto. La Police tiene cierta compasión por sus lectores e hila -es un decir- las dos historias que componen este libro alrededor de sendos misterios a resolver y unos peculiares personajes que no paran de morir y resucitar y revelar estúpidos e inútiles poderes sobrenaturales. Aunque lo verdaderamente misterioso y sobrenatural llega con cada viñeta, cuando el lector se da cuenta de que es incapaz de engarzar dos imágenes sin la ayuda del texto y que con el texto ya es la monda, porque entiende por qué no entendía nada y se desentiende de seguir intentándolo. Lo dicho, una sucesión de absurdos al borde de la saturación pero que, modestia aparte, resultan muy divertidos, sobre todo al darte cuenta de que La Police tiene muy mala leche y es muy destroyer pero en el fondo es muy buena gente y le gusta reírse de las mismas cosas que a uno, y seguro que se lo pasaba bomba con Faeminé y Fatigué. Y si mientras lees el libro levantas la vista y observas por el rabillo del ojo que un señor con una gaita y patillas contiene una risita nerviosa…

La historia arranca con cierto sentido, concretamente, sentido de lectura occidental.