TNY: Chris Ware

No queda mucho para que termine nuestro recorrido por las portadas de The New Yorker ilustradas por autores de cómic y al fin ha llegado el turno del auténtico paradigma de la modernidad, el mejor y más innovador autor de cómic de las últimas décadas Chris Ware. Ya hace mucho que Ware viene demostrando ser un adelantado a su época, pero es que con su último cómic publicado, ACME Novel Library 20: Lint, la brecha que lo separa de la flor y nata del cómic se ha anchado hasta límites inimaginados. Ware debe de volver la cabeza sobre su hombro y sentir vértigo al darse cuenta de que ya no hay marcha atrás, que su única opción es seguir trabajando en desbrozar ese camino nunca hollado que él ha decidido transitar. Es joven, todavía no sabemos dónde llegará, aunque cualquier día nos despertamos con la noticia de que sus compañeros de Alpha Centauri se lo han llevado de vuelta a casa.

En el caso de Ware, la ilustración se entrelaza de forma inseparable con el cómic. Todo forma parte de ese nuevo alfabeto de imágenes y secuencias que el de Nebraska trata desarrolla para poder, al fin, sustraerse al acervo común de lugares comunes utilizados en la historieta como atajos fáciles y, en última instancia- faltos de verdad. Sus ilustraciones cuentan historias, plantean incognitas, implecan al lector de forma activa como muy pocos otros autores son capaces de hacer. Hay que decir que, en ocasiones, la clarividencia de Ware resulta hasta un poco aterradora.

No es extraño que Ware haya llegado a la cubierta de The New Yorker, por varios motivos. En primer lugar, es otro de los cachorros de RAW, tanto por la influencia que la revista tuvo en su toma de conciencia como autor, como por el hecho de que allí publicó a principios de los años 90 algunas de sus primeras historietas para un público mayoritario, fuera de los periódicos universitarios donde solía ver impresos sus trabajos -y para los que ya hacía marcianadas como crear distintas planchas con finales diferentes para una misma historia de manera que, un día dado, varias historias de Ware circulaban por la ciudad en el mismo periódico. Pero nos salimos del tema (como para no salirse, tratándose de «inabarcable Ware»). Como decíamos, Ware tenía bastantes papeletas de acabar apareciendo en las portadas de The New Yorker, porque nadie como él representa hoy en día la modernidad, la elegancia y la síntesis que siempre han caracterizado a la revista, y al tiempo es capaz de endilgar inteligentes sátiras sobre la angustia de la vida moderna y la apatía de la acomodada sociedad norteamericana -y, por extensión, del resto de occidente. Entre la soledad de su Robinson Morrigan ante el horizonte literario de aquella primera portada de 1999 y la angustia de la familia frente a la crisis galopante generada en parte por el consumo inconsciente de finales del año pasado, Ware ha repasado algunos de los temas predilectos de la revista siempre desde su particular óptica desesperanzada. Ahí está, justo en el año 2000, su portada para Acción de Gracias, una visión del futuro del neoyorquino atrofiado, en soledad, y frente a un pavo virtual. En 2005, sin alejarse demasiado del tema de la anterior portada, decide ironizar sobre nuestra ya totalmente adquirida necesidad de acceder a la realidad a través de la tecnología, o lo que es lo mismo, nuestra inmersión en la hiperrealidad. Lo hace, como no, a través de uno de los iconos de Nueva York. A continuación, Ware repite portada para Acción de Gracias y repite la estratagema mencionada anteriormente, es decir, realiza hasta cuatro portadas distintas para un mismo número de la revista. Cada una de las portadas es tan compleja que prácticamente narra una historia por sí misma. Combinadas, narran un relato aún más amplio y, lo que es más importante, recorren el camino entre la ilustración y el cómic: imagen única en la primera portada; dos imágenes en la segunda, con un salto de dos generaciones entre ambas (recordemos Here, de Richard McGuire); cuatro imágenes en la tercera, con didascalias que hacen la vez de bocadillos de diálogo y una narración más lineal; formato de página de cómic con numerosas viñetas en la última de las portadas, con -casi- bocadillos al uso, dibujo caricaturesco y humor. Del dramatismo de la primera imagen, es un estilo más «serio» e ilustrativo, hemos llegado al mismo patetismo pero utilizando las armas habituales del cómic. Es decir, que Ware ha sido capaz de emplear la oportunidad de ilustrar cuatro portadas en un mismo número no solo para narrar una historia contenida en las mismas, sino para hace un comentario sobre las posibilidades expresivas del cómic frente a sus primos mejor considerados. Esto es muy Ware y dice mucho de su compromiso. Como ya hemos escrito suficiente, no vamos a entrar en mayor detalle sobre el resto de portadas, aunque sí que comentaremos que la siguiente es la variación sobre el tema anual de Eustace Tilley, la siguiente es probablemente una de las más terroríficas portadas de Halloween que recordamos, y que la siguiente vendía a decir, más o menos, que esta vida es una mierda y al final te mueres. Casi nada. Ahí están, a disfrutarlas.