Bodyworld (Dash Shaw)


Bodyworld (Dash Shaw). Apa Apa/Sins entido, 2011. Cartoné. 400 págs. Color. 25 €


Tras La boca de mamá y, especialmente, Ombligo sin fondo (ambas publicadas por Apa Apa), había muchas ganas de ver qué camino tomaba uno de los autores jóvenes más prometedores de la actualidad. Porque si gente como Chris Ware, Charles Burns o Daniel Clowes son los más claros exponentes de la renovación del cómic en las dos últimas décadas, Dash Shaw es el renovador del mañana. Su recopilación de historias cortas The unclothed man in the 35th century AD ya apuntaba hacia una evolución constante y una hibridación del cómic con otras disciplinas, y Bodyworld continúa en esa línea mutante de experimentación y negación de los límites narrativos de la historieta. Experimentación que, por cierto, abarca un buen número de niveles. En primer lugar, Bodyworld es una historia de ciencia ficción que no lo parece, o si se prefiere, un relato costumbrista –aunque con muy pocas cosas a las que estemos acostumbrados- con ribetes de ciencia ficción, aunque también es un culebrón chamánico y una comedia de instituto. Además, está diseñado para ser leído online (y todavía puede hacerse) y rediseñado exquisitamente para el formato libro, aunque este resulte ligeramente incómodo. Y todo esto es lo menos raro que encontraremos en Bodyworld.



Durante las tres primeras cuartas partes del libro, Shaw desarrolla un relato apasionante y absorbente que engancha gracias a un protagonista carismático y a unas plantas alucinógenas, al interés de las dinámicas que se establecen entre los personajes y a la psicodelia policromática que inunda las páginas y las desborda. El dibujante juega a eso tan difícil y que tan poco se ha hecho hasta ahora -de ahí aquello del renovador «del mañana»- que es la transmisión de sensaciones desde el personaje de papel al lector. ¿Cómo representar el dolor, la soledad, la ansiedad, sin recurrir a los atajos de siempre, a mostrar sus consecuencias y su efecto sobre los personajes? La telepatía es uno de los elementos claves en esta historia y, ¿acaso no podemos considerar una forma de telepatía que una sensación imaginada por Shaw se reproduzca en la mente del lector a través de lo que aquel trazó en la página? Quien quiera dar respuesta a estas preguntas y conocer de primera mano un nuevo género, el cómic sinestésico, que lea Bodyworld -y a Bastien Vivès, y a Ware-, donde Shaw, como mínimo, lo intenta. No siempre da en el clavo y al final su historia pierda un poco de fuelle, cierto, pero en todas sus páginas hay una necesidad real de transmitir, una sinceridad en la manera en que se emplea el artificio y el experimento que hacen que el resultado final sea válido y enriquecedor. Casi podríamos usar Bodyworld como antítesis del cómic que publicaría poco después su profesor, David Mazzucchelli, porque aunque Asterios Polyp también está cargado de recursos sorprendentes, su objetivo y la reacción que provocan en el lector son prácticamente opuestos. Leyendo Bodyworld, los lectores más conservadores posiblemente se sientan decepcionados, pero seguro que Shaw no ha hecho Bodyworld pensando en los lectores más conservadores, sino para aquellos que piensan que lo mejor aún está por llegar. Al fin y al cabo, fue el mismo Mazzucchelli quien dijo «he visto el futuro del cómic y su nombre es Dash Shaw».