Capitán América. La Saga de la Bomba Loca (Jack Kirby)

Hoy tenemos el honor de anunciar la incorporación de un nuevo colaborador: Roberto Bartual. El currículo de Roberto es tan estrambótico como apabullante. Como escritor es autor de numerosos cuentos y coautor de La casa de Bernarda Alba zombi. En su faceta de traductor puede presumir de haber trasladado al español El espejo del amor, de Alan Moore, y sus créditos como actor -sí, actor- incluyen dos películas de Jess Franco. Pero de entre todas estas facetas, a nosotros nos interesa destacar su labor como investigador en el ámbito del cómic, con publicaciones en revistas académicas internacionales y la organización del próximo Primer Congreso Internacional sobre Cómic y Novela Gráfica a sus espaldas. Roberto también ha colaborado en Culturamas y forma parte del blog grupal The Comics Grid. Señoras, señores, con todos ustedes… Roberto Bartual.


Capitán América. La Saga de la Bomba Loca (Jack Kirby). Panini, 2011. Rústica. 152 págs. Color. 15 €


La nota de prensa que anuncia la reedición de esta Saga de la Bomba Loca dice: “Después de una pequeña ausencia de la Casa de las Ideas, Jack Kirby volvió al hogar… ¡Más impresionante y cataclísmico que nunca! El año: 1975”. Al parecer, el encargado de redactarla es alguien con una especial querencia por los eufemismos, o tal vez lo que ocurre es que a la editorial Panini le sigue dando tanto miedo la todopoderosa Marvel como se lo daba en su momento a Planeta. ¿Para qué decir la verdad, aunque ésta nos pueda ayudar a apreciar mejor un cómic? Pues digámosla: Kirby no se “ausentó” de la Casa de las Ideas; Kirby huyó de Marvel harto de que usaran su dignidad para sacar brillo a los retretes con ella. La historia completa la cuenta Pepo Pérez en su blog: después de nueve años trabajando a destajo, llegando a dibujar un cómic en un solo fin de semana si a Stan Lee le fallaba un dibujante, y habiéndole proporcionado a la compañía algunas de las “propiedades intelectuales” más rentables de la historia, Kirby, que era un hombre realista, no esperaba gran cosa, solo un aumento de sueldo y alguna que otra trivialidad, como seguro médico o un fondo de pensiones. ¡Qué arrogancia! ¡Creer que el haber creado personajes como el Capitán América, La Patrulla-X, Los Cuatro Fantásticos o Hulk, le daba derecho a que le atendieran en un hospital en caso de infarto al corazón! Al menos eso debieron pensar los abogados de la Marvel, porque el contrato que le ofrecieron en 1970, después de que la compañía cambiase de manos, era incluso peor que el que le habían hecho en 1961, y como Kirby veía que ni siquiera se molestaban en contestar cuando les pidió explicaciones, no le quedó otra que pasarse a la DC.


Así se convence a un ser humano de “que trabaje duro y largas jornadas por la nueva sociedad”.


A pesar del buen puñado de series que realizó para la que hasta ahora había sido la competencia, a Kirby esta vez no le acompañaron los lectores ni la crítica, y en 1975 decidió volver con la cabeza gacha… ¿al “hogar”? Sustituid esa palabra por la que mejor os parezca: me imagino que ya os habréis hecho una idea de la situación y del estado de ánimo que Kirby debía tener cuando guionizó y dibujó esta Saga de la Bomba Loca, el cual explica en buena medida su tono sombrío (mucho más del que cabría esperar de una historia del Capitán América) y sus ocasionales guiños de desconfianza. En principio, los ocho números de 24 páginas que componen esta saga fueron concebidos como conmemoración del bicentenario de la Independencia estadounidense, que tendría lugar en 1976. Se trataba de cantar las virtudes de la bandera de estrellas y rayas a través de su icono más representativo, el Capi. ¿O no? Porque la Saga de la Bomba Loca está llena de detalles extraños. El enemigo al que se enfrentan el Capi y el Halcón no son pérfidos rojos, extraterrestres sin humanidad, o nuestros queridos nazis, que siempre quedan tan a mano para justificar la Lucha del Bien contra el Mal. No, en esta ocasión, el enemigo no viene de fuera, sino de dentro, ya que se trata de un grupo de antiguos aristócratas cuyo propósito no es solo derogar los derechos estipulados en la Declaración de Independencia, sino también esclavizar al grueso de la población. Al parecer, esta gente tiene una bomba, la “bomba loca”, que sirve básicamente para flexibilizar el mercado laboral: al ser activada, anula la voluntad de los seres humanos que tiene alrededor, proporcionando de este modo mano de obra gratuita.


Kissinger no lo puede decir más claro, los 70 no “son tiempos para la diplomacia”.


¿Ven por dónde van los tiros? El estilo de Kirby siempre ha estado lleno de rabia: esos ojos desorbitados, esos gritos silenciosos, esos cuerpos como rocas; pero pocas veces de una rabia tan desatada y delirante como en esta Saga de la Bomba Loca. Y no queda más que quitarse el sombrero ante un señor que, como los mejores directores del Hollywood clásico, supo de manera sutil (y sobre todo sin perder su puesto de trabajo) canalizar sus sentimientos, sus ideas y sobre todo, su insobornable sentido de la ética, dentro de una industria que no estaba dispuesta más que a emitir mensajes complacientes. Incluso se permite presentar a Henry Kissinger bajo una luz un tanto turbia: antes de encomendar al Capi y al Halcón la misión de interceptar la bomba loca, Kissinger los pone a prueba lanzando contra ellos un buen arsenal de misiles. No sé vosotros, pero si yo fuera un “inocente” lector norteamericano de mediados de los setenta, no confiaría en nadie capaz de atacar a nuestro querido y puro Capitán América, no señor. Ni aunque dijera ser Secretario de Estado.


Delirio y rabia cuando el Capi se entera de que están pervirtiendo los colores de su escudo.


¿Verdadera conciencia crítica? ¿Desengaño mal disimulado? ¿Simple nostalgia de un pasado en el que las cosas eran más sencillas? Es difícil decir cuál es el motivo por el que Kirby expresó tanta rabia y tanta desconfianza en la Saga de la Bomba Loca; lo único cierto es que está ahí, y ahí queda como testimonio de una época tan convulsa como lo fueron esos años centrales de la década de los setenta. Cosa de la que muy pocos cómics de superhéroes pueden presumir: ser espejo de la conciencia de su época.