Sin título (Rayco Pulido)


SIN TÍTULO (2008-2011), de Rayco Pulido. De Ponent, 2011. Cartoné. 72 págs. Color. 20 €


A Rayco Pulido ya lo conocíamos como dibujante. Con Hernán Migoya al guión realizó Final feliz, y también colaboró con David Muñoz en Sordo. Aquí, Rayco se lía la manta a la cabeza y decide convertirse en autor completo para firmar uno de los tebeos nacionales más sugerente en lo que va, por lo menos, de año. Y digo sugerente porque si algo caracteriza este trabajo es la capacidad de sugerir distintas interpretaciones y capas de significado.

Pero para que nos entendamos tengo que hacer un breve resumen de la obra. En Sin título se nos presentan dos historia que, en una primera instancia, parecen situarse en dos planos bien diferenciados. Por una parte, hay una serie de páginas en las que se cuenta, de manera clásica, una historia de las de argumento, Pie de trinchera, con elementos como la corrupción policial, el tráfico de droga, la inmigración (iba a decir ilegal, pero hacerlo sería inmoral), la violencia de género y el asesinato. Todo eso. Por otra parte, intercalada entre las páginas de esa historia, se sitúa una metahistoria donde la imagen se resuelve a través de fotografías. Hay bocadillos, hay viñetas, pero no hay dibujo. En esta segunda historia lo que se muestra es el making of de Pie de trinchera, una reunión entre el autor (interpretado por el propio Pulido) y un guionista profesional que analiza y desmonta página a página la estructura, el ritmo, la construcción de personajes y la trama de Pie de trinchera. No sé si ha quedado claro. Una historia al uso y otra historia, fotografiada, en la que se discute sobre la primera.

Este juego de espejos, como digo, origina una serie de posibilidades interpretativas muy amplia. Sin título admite muchas miradas y puede transmitir muchas ideas. Ideas, incluso, que no se explicitan en el cómic. Si yo fuera el autor del cómic, ya consideraría esto como un éxito. Voy a centrarme sin embargo en dos aspectos que me han interesado especialmente porque son los más potentes, y ambos se generan del conflicto que surge entre los dos niveles de la narración, tanto por lo narrado como por el modo en que se hace.



Pie de trinchera, el cómic dentro del cómic, no es ninguna maravilla. No porque esté mal hecho, ocmo trata de demostrar el guionista de la parte fotografiada, sino porque no está especialmente bien. Intencionadamente. Ese es el punto de arranque que sirve al guionista profesional para apuntar todos los defectos de la narración. Como si existiera una manera correcta de contar una historia para que el lector interprete el mensaje correcto. O lo que es peor, como si existiera una historia correcta que contar. No vamos a negar que existen una serie de pautas, de elementos consensuados, que nos permiten valorar fallos y aciertos en una obra, pero el modo rígido, metódico, casi mecánico con el que el guionista de ficción se carga cada una de las páginas de Pie de trinchera hace pensar en la construcción de un Frankenstein. Y lo malo de crear vida de forma artificial es que carece de alma. Con todo lo acertados que puedan resultar algunos de sus comentarios, al final no hacen sino conducir a una fórmula magistral. Las novelas de Raymond Chadler no eran perfectas, pero respiraban un aire nuevo y excitante. Las películas de Alfred Hitchcock, a veces, había que querer creérselas para disfrutarlas, pero eran obras maestras. Es decir, a veces no es suficiente, ni siquiera necesario, que todas las piezas del puzzle estén en su sitio para que visualicemos la imagen completa del tema de fondo que quiere transmitir el autor. A veces es incluso deseable que no lo estén, que sea nuestro cerebro el que acabe de armar esa imagen, que se nos conceda un espacio para la interpretación –incluso errónea–, que existan aristas a las que podamos agarrarnos. Si pulimos demasiado el objeto, corremos el riesgo de que se nos resbale de entre las manos. El guionista de Sin título tiene un método. Un método que conduce a la uniformidad más aborregante, como esa que padecemos en gran parte del cine actual. Todo claro, todo en su sitio, todo como debe ser y cuando debe ser, un camino sin baches ni carreteras secundarias, un viaje sin sobresaltos, una papilla sin peligro de atragantamiento. No sé si la experiencia previa de Rayco con sus guionistas habrá tenido algo que ver con este aspecto del relato, pero como comentario sobre una forma de crear, es totalmente pertinente.



El segundo aspecto que me ha interesado –más que el primero, de hecho– es el cuestionamiento que Rayco plantea sobre la representación de la realidad en el cómic. A priori, la fotografía representa lo real, no soporta la interpretación que supone el dibujo, o al menos no en la misma medida. Las fotografías que aparecen el El fotógrafo o en Maus nos anclan en el mundo real, son un toque de atención que parece decir, “tú este cómic lo lees como una ficción porque te lo presento en el formato que se presenta la ficción, pero esto es real, ha sucedido en el mundo que te rodea y esta es la prueba, la huella”. Y Rayco subvierte completamente esta idea. Primero presenta dos historias que parecen, a pesar de su interdependencia, situadas en distintos planos, y hacia el final de la obra entrevemos que, en realidad, ambos planos se superponen para apuntar en la misma dirección. Porque en Sin título, la sección resuelta mediante la fotografía, “real”, es tan ficticia como Pie de trinchera, el cómic sobre el que se discute. El supuesto guionista no es guionista en la vida real, sino que representa ese papel, y la novia del protagonista es una actriz. Y a su vez, Pie de trinchera se convierte en un objeto real, especialmente cuando vemos el manuscrito original fotografiado en la contraportada, el toque final que acaba de dar sentido a la ficción creada por el autor. El círculo se cierra y los dos planos convergen en uno solo. Finalmente todo es una ficción, pero una ficción que nos habla de la realidad. O mejor dicho, de la relación entre la ficción y la realidad y de cómo asumimos ambas. ¿Qué cosas se pueden contar en cómic? ¿Hasta qué punto nos llegan, nos afectan? ¿Nos impacta, nos conciencia más un cómic sobre los malos tratos o la fotografía de una mujer maltratada? No son preguntas banales. El cómic de Pulido no tiene las respuestas, pero ayuda a establecer pautas para la discusión. Y eso, ya es un logro.