Cuerpo a tierra (Jean-Patrick Manchette & Jacques Tardi)


Cuerpo a tierra (Jean-Patrick Manchette & Jacques Tardi). Norma, 2011. Cartoné. 104 págs. B/N. 17 €


El problema con Jacques Tardi es que, a estas alturas, ya lo damos todo por supuesto. Y la culpa es suya, claro, por cultivar esa imagen de artesano. Es decir, sabemos que su nivel de dibujo es extraordinario, que nos va a contar algo interesante y que, muy posiblemente, su nuevo cómic va a ser vehículo de un mensaje político o social en el que se combinen la reivindicación del pesimismo y el llamamiento a la revolución anarquista. A grandes rasgos. A menudo en la carrera del dibujante francés, esas ideas vienen vestidas de negro, pero ese negro nunca había sido tan profundo como en Cuerpo a tierra. Veamos por qué.

Cuerpo a tierra es en origen una novela de Jean-Patrick Manchette, el padre del néo-polar francés, término con el que se bautizó a una nueva forma de entender la novela en Francia a principios de los años 70. Manchette, que además de creador y principal representante del néo-polar fue uno de sus ideólogos, ejemplifica como nadie esta nueva aproximación al género criminal. Si en su día la novela negra supuso una inmersión en los motivos del crimen y del criminal en oposición a la novela de detectives tradicional entendida como un juego de ingenio, el néo-polar es una vuelta de tuerca en la que se introduce el elemento social de manera política y violenta. Es decir, soy rebelde porque el mundo me ha hecho así, tengo las pruebas, y os vais a cagar. Así, en el néo-polar cobra gran importancia la posición y respuesta del individuo –o grupo de individuos– frente a las corruptelas políticas, la agresión física y moral ejercida por el estado y la doble moral de los gobiernos y grandes corporaciones, y se hace casi siempre desde posiciones de izquierda a menudo críticas con la izquierda más tradicional, trasnochada e institucionalizada. Y todo esto sin dejar de lado el interés por cultivar un estilo literario, una estética. Es también un polar que trata de sacudirse los clichés de varias décadas de historia, un polar actualizado a la época moderna, un polar 2.0.

Da la casualidad –es un decir, no lo es– de que allá por 1977 Manchette escribió para Tardi un guión original que se convertiría en Griffu. Sus páginas, en las que se investiga una trama de corrupción inmobiliaria con base real, son un ejemplo claro de lo que ya hemos comentado. Y, efectivamente, la combinación de Manchette y Tardi, que aquí hacía su primera incursión en el género negro al que tan aficionado es, funcionó a la perfección. En buena medida debido a la sintonía ideológica de los dos autores, claro. Pasaron los años, Tardi adaptó novelas negras de otros autores, Manchette murió y dejó como legado unas pocas novelas y muchos discípulos, y en 2005 el dibujante volvió a visitar el universo del escritor –que también es un poco el suyo, espero que esta tesis haya quedado medio clara, ejem– en Balada de la Costa Oeste, un espléndido cómic sobre el “malestar del ejecutivo” en los años 70, la abulia burguesa y la incapacidad de tomar las riendas del propio destino de todo un segmento de la sociedad.



Y finalmente –ya era hora, lo sé– llega Cuerpo a tierra, la adaptación de Tardi de la novela del mismo título de Manchette, la última que éste publicó en vida y que está considerada como su mejor obra por muchos críticos. Además de contener claros mensajes políticos sobre la Guerra Fría, oscuras organizaciones paragubernamentales y la lucha de clases, Cuerpo a tierra representa un experimento narrativo en el que se lleva al límite la literatura conductista, esto es, una manera de narrar en la que son las acciones de los personajes las que nos hablan sobre ellos y se evitan tanto los juicios de valor como los pensamientos de los personajes. De hecho, toda la obra de Manchette está marcada por este tipo de narración, pero en Cuerpo a tierra alcanza su cima… lo cual facilita mucho a Tardi la tarea de trasladar la novela al cómic. Prácticamente toda la novela, y además sin variación en el tono, cabe en las 96 páginas de cómic por las que el asesino protagonista pasea su rostro inerte. La prosa descriptiva y desapasionada de Manchette permite a un experto en estas lides como Tardi transcribirlo todo al lenguaje visual punto por punto.

Cuerpo a tierra es política, es acción, es crítica, es violencia –mucha, sucia, pringosa– y es la historia de un asesino frío, eficaz y poco inteligente. Si Tardi ha venido aquí, a los gráficamente anodinos años 70, no ha sido para darse un gusto dibujando, como es el caso cuando adapta a Léo Malet. Ha sido porque quiere contar algo, aunque en el fondo Cuerpo a tierra no es muy distinta de Balada de la Costa Oeste. En la primera, el protagonista quiere escapar de la rutina de su vida actual –si se puede decir que hay algo rutinario en ser asesino a sueldo– y mejorar, para terminar cayendo en el pozo de su propio pasado. En la segunda, el protagonista tiene la oportunidad –forzosa, violenta, extrema– de alejarse de una vida que no le satisface y, por algún motivo, finalmente vuelve a su insatisfactoria rutina. En ambos casos, Manchette, y también Tardi, se ponen del lado del pobre diablo absolutamente antiheroico –tanto, que «antiheroico» tiene demasiados connotaciones heroicas para describirlo– incapaz de manejar las riendas de su propio destino. En ambos casos, evitan caer en la autocompasión y crean personajes antipáticos para el lector, de modo que el resultado final sea una lectura fría y desesperanzada.



Como decía al principio, a Tardi lo damos por hecho. Sabemos tan bien que su trabajo va a estar a una determinada altura –muy, muy alta, pero siempre la misma– que ya no le prestamos atención ni nos maravillamos con sus habilidades. Aquí, como de costumbre, la ambientación es uno de los elementos importantes, capturando tanto la realidad material de los escenarios y objetos retratados como recreando un momento histórico determinado. Los diálogos son densos y prolijos, pero están muy bien estructurados y adaptados a la viñeta. Los flashbacks son un bonito ejercicio de condensación gráfica y la violencia es tan explícita y extrema que llega a resultar desagradable en su verosimilitud. Pero, sobre todo, es la fluidez, la claridad con la que Tardi transfiere al lenguaje del cómic la novela de Manchette, lo que resulta ejemplar. De hecho, hagamos la prueba del algodón para demostrar este último punto: tomemos cualquier historia de Néstor Burma adaptada por Tardi a partir de las novelas de Léo Malet y comparémosla con las adaptadas por Emmanuel Moynot. No hay color. Las de Tardi se entienden y las otras no.

Es verdad. Ya no nos excita como al principio el contraste entre esa extraordinaria ambientación y esa calidad caricaturesca de los personajes. Ya no nos hierve la sangre en las venas cuando Tardi nos hace partícipes de su ideario político, ya conocido. Pero hay que reconocerle el mérito y, aunque sólo sea por las dos o tres obras maestras que acumula a sus espaldas, seguir escuchando con atención lo que tiene que decir. Porque, en gran medida, eso es lo que él mismo nos lleva gritando 40 años desde sus páginas. La necesidad de escuchar, de no olvidar, de aprender del pasado. Igual que el jovencito Tardi se sentaba en las rodillas de su abuela para escuchar historias de la 1ª Guerra Mundial, nosotros nos sentamos en las rodillas de Tardi y queremos que nos cuente historias de las décadas pasadas, de sus turbulencias políticas y de la angustia existencial de sus hombres y mujeres. Aunque sean siempre las mismas. No sabemos con qué no nos sorprenderá Tardi en la próxima ocasión –¿tal vez el relato de la estancia de su padre en un campo de prisioneros durante la 2ª Guerra Mundial? Eso sería una sorpresa–, pero yo quiero estar ahí para leerlo y aplaudir al final de ese nuevo recital.