La protectora (Keko)


La protectora (Keko). De Ponent, 2011. Cartoné. 23 x 29,5 cm. 64 págs. B/N. 20 €

Reconozco que mi impresión al primer golpe de vista de La protectora no fue buena. Keko es un autor que admiro y cuya carrera sigo con enorme placer, pero tuve la mala fortuna de abrir este nuevo libro justamente en una viñeta a página completa en la que un hombre estrangula a una mujer desnuda sobre una cama. Si la sutil y sugerente Otra vuelta de tuerca de Henry James –me dije– ha inspirado a Keko una historia de sexo y violencia explícitos, mal vamos. Mi primer error. En mi primera lectura completa pude darme cuenta de que no era así. El sexo y la violencia están presentes, pero de una manera mucho menos gráfica –y mucho más inquietante, más cercana a James– de lo que había pensado. Pero tampoco esa primera lectura fue satisfactoria. Como es habitual, y con mucha más razón en un tebeo como La protectora, donde todo gira en torno a referencias oscuras e insinuaciones veladas, fui armando una teoría en mi cabeza, una teoría sobre la trama. Segundo error.

La protectora no es exactamente una adaptación de la obra de James, sino una continuación en la que se abordan algunas de las razones que hacen que los personajes de la novela original se comporten como lo hacen. Dicho así, uno puede pensar que Keko corría el riesgo de firmar el equivalente a La amenaza fantasma respecto a Star Wars. Efectivamente, el peligro residía en hacer demasiado explícito, en sobreexplicar y restar significados a la polisémica novela de James, pero el dibujante ha sido lo suficientemente inteligente –y hábil, porque esto requiere mucha habilidad– como para plantear más preguntas que respuestas sin que el lector se sienta estafado. De este modo, La protectora no tiene un único significado, no existe una trama unívoca, sino que despierta en el lector toda una serie de interpretaciones. De ahí mi segundo error, y de ahí el éxito de un cómic que, sin adaptar directamente a James, contiene su espíritu.

Felipe Hernández Cava en su prólogo, Álvaro Pons en su reseña y el propio Keko en una entrevista insisten en la importancia de la mirada en esta obra, y no es de extrañar. En Otra vuelta de tuerca sólo éramos testigos de la mirada de la institutriz –la protectora–, narradora en primera persona, pero los detalles diseminados a lo largo del texto nos hacían partícipes de otras posibles miradas, convirtiéndola en una voz tan poco fiable como la de David Boring en la obra homónima de Daniel Clowes, por citar un refenrente del cómic. Keko, trabajando en un medio visual, opta por hacer explícitas esas otras miradas, miradas que son distintas dependiendo del personaje que las impone. Para ello –como ya apunta la portada–, salta de un tiempo y lugar a otros, utiliza encuadres subjetivos y objetivos… porque en última instancia todo es subjetivo, y sólo la mirada última, la que ejerce el lector, es la que puede extraer significados múltiples y mutables del libro, sustrayéndose o sumergiéndose alternativamente en la mirada de unos u otros personajes y las situaciones que proponen. ¿Qué lío, no? Pues sí, y ahí está la gracia. La realidad tal y como la entendemos queda anulada y no es más que una interpretación del sujeto. Lo cual no implica, ojo, que el cómic no cuente nada o que no existan unos temas centrales alredor de los cuales se vertebre el relato. Ahí está, obviamente, el uso de máscaras en el uso social cotidiano, y también el concepto de moral –subjetivo y cambiante con el tiempo– que remite a otros como la culpa, la expiación o la bondad/maldad del ser humano.



La multiplicidad de significados, la inquietud –porque estamos hablando de un cómic de fantasmas–, viene dada en gran medida por la estructura y la supremacía de lo sugerido sobre lo fehaciente en las imágenes, pero no se puede pasar por alto el aporte de la propia caligrafía de Keko, que imprime capas de significado a través de texturas y contrastes. La protectora es un cómic táctil que evidencia su naturaleza de objeto físico ensuciando las imágenes, dándoles la textura de una tela o una fotocopia quemada, manifestando que tampoco en sus páginas encontraremos lo real, sino tan sólo una aproximación. La verdad de La protectora, sus fantasmas y los nuestros, están fuera de sus páginas.

Por último –aunque tal vez tendría que haber ido al principio– me parece muy interesante esta tendencia de los últimos tiempos de adaptar novelas. Por supuesto, el cómic tiene un largo historial de Classics Illustrated y Joyas literarias, pero da la sensación de que Pere Joan adaptando a Agustín Fernández Mallo, Jacques Ferrandez adaptando a Albert Camus o Jacques Tardi adaptando a Jean-Patrick Manchette –por mencionar algunas adaptaciones de este año– son otra cosa, tienen otra intención, huyen de lo didáctico y abrazan lo artístico. Lo que está claro es que, igual que el término “novela gráfica” cuando se emplea apropiadamente no tiene por qué inspirarnos un complejo de inferioridad del cómic respecto a la literatura, tampoco debe acomplejarnos beber directamente de las novelas, como demuestra el resto de adaptaciones de relatos de terror que componen esta colección de De Ponent. No cuando se hace desde una posición consciente de lo que es y lo que puede ser el cómic. Los complejos, como la mirada en la obra de Keko, los pone cada lector.