Cielos radiantes (Jiro Taniguchi)


Cielos radiantes (Jiro Taniguchi). Ponent Mon (2011). Cartoné. B/N. 304 páginas. Tomo único.

Tan sólo un mes después de la edición del segundo tomo de Los años dulces, Ponent Mon nos regala un nuevo cómic de Jiro Taniguchi, editado en un formato similar al anterior: Cielos radiantes.

Taniguchi es un autor que tuvo la voluntad, la suerte o un poco de ambas para evitar caer en la inercia japonesa de la serie larga y el personaje carismático. Ha hecho siempre, con matices —porque los editores japoneses siguen siendo muy suyos—, lo que le ha apetecido. Proyectos concretos, historias cerradas. Quiere contar una historia y la cuenta, sin más condicionantes, sin la necesidad de estirar el chicle artificialmente. Ha trabajado tanto con géneros clásicos como con historias cotidianas, intimistas, y en ambas facetas creo que puede ser llamado maestro con justicia. Es, además, lo más parecido a un novelista gráfico que hay en Japón ahora mismo.

Cielos radiantes, editado originalmente en 2005 —y por tanto es tres años anterior a Los años dulces—, nos trae de vuelta al mejor Taniguchi, el más en forma, el más intenso y vibrante. Y lo hace a través de una historia original suya, que parte de un argumento puramente taniguchesco: Un hombre maduro conduciendo un camión tiene un aparatoso accidente al chocar contra la moto de un joven de diecisiete años. Ambos acaban en coma, pero, mientras que el hombre maduro fallece, el joven consigue despertar… pero con la conciencia del otro dentro. Kubota —el hombre muerto— tiene entonces que enfrentarse al hecho de que está en el cuerpo del joven Takuya, que poco a poco va volviendo, lo que convierte su intento por reconciliarse con su familia en una carrera contrarreloj.

Llena de momentos de esa intensidad emocional genuina que es capaz de alcanzar Taniguchi cuando está inspirado, Cielos radiantes recuerda en su planteamiento a uno de los mejores manga del autor: Barrio lejano. En ambas hay un suceso sobrenatural que carece de explicación pero que sirve de canal para tratar sus temas de siempre: el desarraigo, las relaciones familiares, la melancolía. Como tantos otros personajes de Taniguchi, Kubota es un hombre que se arrepiente tarde de cómo ha vivido su vida e intenta, si no remediarlo, al menos hacer las paces consigo mismo y con los suyos. Por el camino Taniguchi va desgranando con su habitual maestría las historias de las dos familias, la de Kubota y la de Takuya, ambas con alguna tensión no resuelta que el lector desconoce al empezar a leer y que se acabará resolviendo a través de ese elemento fantástico que es el cambio de cuerpo.

Que el dominio del ritmo sea tan magistral como siempre no debe impedir que lo señalemos, porque realmente es fundamental. Taniguchi dosifica la información, las escenas duran lo que deben y nada más, y los clímax no podrían ser más efectivos, sobre todo el final. Además juega muy bien con las mentes que comparten cuerpo, con la manera en la que poco a poco Takuya va recuperando el control y Kubota se disuelve. Me gusta mucho además cómo utiliza al perro de Kubota y cómo escribe a su hija, aunque no es novedad que Taniguchi tiene una mano especial para animales y niños. Lo hace bien aquí incluso a nivel técnico, utilizando un recurso interesante: dibuja a Kubota como un espíritu pero sigue hablando por boca de Takuya, que a su vez habla en off. Lo único que puedo criticar negativamente es que subraya demasiado con texto algunas escenas que serían más intensas simplemente con el dibujo. Un dibujo, por cierto, que me parece que no para de mejorar, cada vez más suelto, más espontáneo —en Los años dulces ya vimos que siguió la tendencia—, y aquí con algunas viñetas excelentes, donde juega con el blanco y negro y con la iluminación como rara vez hace.

Cielos radiantes es sobre todo una historia acerca de cómo afrontar la muerte, y cómo afecta a los que te rodean. Todo con la sensibilidad de un autor que a sus sesenta y cuatro años sigue dando obras de un nivel excelente, hechas con el mismo cuidado y la misma sabiduría, o más. Cielos radiantes abunda en varios de sus temas fetiche, pero la cuestión es que esos temas son LOS temas. Taniguchi trata siempre de seguir adelante con su exploración del ser humano al tiempo que busca nuevos puntos de vista. Nos cuenta lo que somos a través de personajes tan bien construidos que parecen reales, que son japoneses en su mentalidad pero al mismo tiempo completamente universales. Por eso funciona tan bien, por eso emociona como lo hace. Y, sinceramente, no encuentro motivos para considerar este cómic inferior a los que todos convenimos que son sus obras maestras.