Un adiós especial (Joyce Farmer)


Un adiós especial (Joyce Farmer). Astiberri, 2011. Cartoné. 17 x 24 cm. 208 págs. B/N. 20 €

Yo quiero más cómics sobre enfermedades. Sobre todo si son tan excepcionales como Un adiós especial. Aunque posiblemente nunca me canse de hacerlo, ya he leído suficientes historias de terror, y de ciencia ficción, y de superhéroes. Pero no he leído suficientes historias sobre lo real y quiero hacerlo, quiero saber cómo se enfrentan los autores de cómic a algo que hasta hace cosa de una década era todavía territorio desconocido. Hay muchos tebeos que cuecen, pero pocos que enriquecen. Epiléptico, María y yo o Un adiós especial son algunos de ellos. Y todos tratan sobre problemas físicos y mentales de personas reales que viven en el mundo real. En concreto, el que firma Joyce Farmer cuenta la historia de Lars y Rachel, sus ancianos padre y madrastra, la decadencia física y mental en los últimos años de sus vidas mientras ella misma –encarnada en el personaje de Laura– trata de hacer más llevaderos sus días. Es una historia de viejos. Tampoco hay suficientes historias de viejos, y es algo por lo que casi todos vamos a pasar. En un momento del cómic, Lars dice algo así como que “cuando cada día estás un poco peor, acabas acostumbrándote”. El dolor se convierte en compañero cotidiano y se hace indistinguible de la propia existencia. La pendiente del tobogán no es muy pronunciada y tal vez no se nos dispare la adrenalina, pero es un viaje cuyo destino todos compartimos y que merece la pena contar.

Farmer fue una de esas autoras combativas del cómic underground norteamericano, de las que apenas si se recuerda hoy en día a Trina Robbins y Aline Kominsky-Crumb. Nunca leí algo suyo, pero intuyo que a lo mejor no alcanzó la celebridad porque su dibujo era tosco -y lo sigue siendo-, porque no tenía algo realmente interesante que contar o porque no lo hacía con el suficiente convencimiento. Lo que sí que tengo claro es que ahora sí que cree en lo que hace, que tiene algo que contar, y que leyendo Un adiós especial me importa un bledo que dibuje feo. Joyce Farmer ha tardado trece años en completar este tebeo. Lo comenzó con casi 60 años y ahora tiene 73. A esa edad, después de estar descolgada y de ser ignorada por el mundo del cómic, no se pasa uno una década trabajando en un cómic para pasar el rato. O sí, pero no en este caso.



Como comentaba Santiago García –traductor de Un adios especial, por cierto– en esta charla, la mayoría de las grandes novelas gráficas de nuestros días son la obra de una vida. Todos dudamos que David B vuelva a alcanzar el nivel de Epiléptico, que Alison Bechdel escriba algo comparable a Fun Home, que Antonio Altarriba y Kim hagan otro El arte de volar o que Art Spiegelman repita el éxito de Maus. Porque la cosa, en este tipo de obras, no funciona así. No es cuestión de alcanzar un nivel técnico y narrativo extraordinario y aplicarlo en los sucesivos trabajos. Se trata de sentir la necesidad física que extraer del interior algo que nos afecta profundamente, que prácticamente nos define en un momento dado, y plasmarlo en un cómic. Eso ha hecho Farmer. La historia de Lars y Rachel es dura, tan dura como muchos otros millones de historias, pero la dibujante ha elegido no cargar las tintas, alejarse del dramatismo y los giros y trucos de guión llamados a conmovernos. Lo cual tampoco quiere decir que Farmer eluda una construcción ficcional en su historia, claro. Engañándonos aquí y allá a la hora de retratar los hechos reales, encajándolos en un cómic que a veces recuerda la visión entre inocente y romántica de un Raymond Briggs y a veces la descarnada y pragmática de un Harvey Pekar, Farmer ha logrado retratar la verdad. Hay mucha sinceridad en Un adiós especial, aunque la propia autora confiese que el personaje de Laura es opuesto a su modelo real, o sea, ella misma. La verdad artística, intelectual, no es la que pasa por describir los hechos, sino aquella que los explica, y Farmer lo ha entendido lo suficientemente bien como para hacernos llegar esa verdad.

La autobiografía nos tiene acostumbrados a historias sobre la creación de la propia identidad, pero pocas veces se habla sobre el desvanecimiento de esta identidad. La vejez y la muerte muchas veces pasan por la dependencia y por uno de los mayores terrores que puede padecer un ser humano, el ir desapareciendo como persona para eclipsarse finalmente sin dejar demasiada huella, y esto es lo que Farmer viene a contarnos en su novela gráfica. Con cariño, dedicando a sus padres un adiós especial, tan especial como somos todos y cada uno de nosotros. Y lo curioso es que, al hacerlo, ha impreso una huella indeleble que nos recordará por siempre no sólo la singularidad que se esconde en los comunes Lars y Rachel, sino también la de ella misma. Joyce Farmer ya puede dormir tranquila, su huella y la de sus padres ha quedado en forma de una obra maestra titulada Un adiós especial. Un pedazo de vida, un pedazo de verdad, entre las páginas de un cómic.