Chagall en Rusia (Joann Sfar)


Chagall en Rusia (Joann Sfar). 451 editores (2011). Cartoné. Color. 128 páginas. Tomo único.

Desde hace años celebro la salida de cada nuevo tebeo de Joann Sfar como si fuese mi cumpleaños. El francés es uno de esos autores a los que sigo a ciegas, a donde quiera llevarme. Y luego ya juzgaremos; evidentemente no siempre el resultado es una obra maestra, pero todavía no he leído un cómic de Sfar que no me hay aportado algo.

En esta ocasión, Sfar se acerca con Chagall en Rusia a la figura del pintor surrealista Marc Chagall. Inmediatamente uno se acuerda de Pascin, una de las mejores obras de Sfar. Ahí —y en su secuela La Java Bleue— el protagonista era otro pintor judío con cuyo estilo y obra Sfar tenía mucho en común. Chagall, aunque no ejerza la poderosa influencia de Pascin, también está presente en Sfar: no hay más que echarles un vistazo a las cubiertas de Klezmer.

Precisamente por recordar a una obra anterior, confieso que tenía cierto miedo de que Chagall en Rusia fuera similar, que Sfar perdiera frescura y estuviera repitiendo esquemas. Nada más lejos, por suerte. En Pascin se giraba en torno a la cuestión artística, la inspiración, el impulso que hace a un artista coger sus herramientas y llenar un papel o un lienzo. Sin embargo, aunque en Chagall en Rusia eso también está presente, la intención de Sfar es contar la «vida» del protagonista. Y lo pongo entrecomillado porque, en realidad, en esta biografía hay muchísima ficción. Tanta que acaba siendo una fábula maravillosa con tintes surrealistas y todos los elementos que hacen de Sfar uno de los autores más personales y mejores del momento actual.

Planteada en inicio como una aventura tradicional —el propio título ya está remitiendo a los álbumes de Asterix o Tintin—, la historia presenta a Chagall en la Rusia posrevolucionaria y antisemita, enamorado de la hija de un lechero que le impide casarse con ella porque no tiene un buen oficio. A partir de ahí, la historia fluye con la habitual habilidad de Sfar y un delirio directamente tomado de las vanguardias. Hay mucho de onírico y de fantástico en este cómic: unos sanguinarios soldados convertidos en una troupe teatral, un personaje cuya apariencia cambia según lo dibuja Chagall, un Jesucristo de color verde, putas haciendo de ángeles, y sobre todo el final, que omito para no fastidiárselo a nadie. El desenfado humor de Sfar está aquí sazonado con humoradas típicamente vanguardistas, juegos de palabras, frases inconexas puestas en boca de personajillos que pululan por algunas viñetas —pocas: mide muy bien Sfar esto— y que recuerdan, nada sorprendentemente, a Krazy Kat. Como es frecuente, por ahí aparecerán también personajes de otros de sus cómics, como un gato sospechosamente parecido al de El gato del rabino y sobre todo Vincenzo, el violinista que ya aparecía en la mencionada Klezmer. Ahí están también sus geniales diálogos, las imágenes poderosas y atrayentes —muchas relacionadas con las mujeres: qué bien las dibuja Sfar—, las secuencias que con fingida banalidad encierran grandes verdades.

Sfar adopta en esta ocasión su estilo más acabado, en la línea de obras como El rey no besa, publicada el año pasado en nuestro país. Como en aquélla, y en muchas otras, el autor varía a placer el canon, de una viñeta a otra, detallando más o menos sus dibujos. Eso, que algunos le critican, a mí me parece maravilloso: su mayor virtud. Gracias a ello Sfar es capaz de transmitir mucho más que si se limitara a un solo estilo, porque de este modo puede cambiar el registro de la narración a placer. El excelente color de Brigitte Findakly hace el resto.

La alegría de vivir tan contagiosa que siempre está presente en su obra, la sensación de que nada es demasiado tremendo, está aquí intacta, incluso en los momentos más macabros, y tan sólo se oscurece un poco cuando Chagall no puede dibujar. Pero está, porque, al fin y al cabo, si hay un autor con unos motivos claros ése es Sfar. Su visión de la religión, el amor, la amistad, su afición por la música, el desenfado, impregnan todas sus obras. Puede decirse, es verdad, que Sfar siempre habla de lo mismo, pero no puede ser de otra forma cuando su objetivo es tan simple, y tan complejo, como capturar la naturaleza contradictoria del hombre y sus pasiones. La inteligencia y el genio de Sfar consisten siempre en innovar en el enfoque y en el escenario, y aquí una vez más da en el clavo para ofrecer una obra nueva, con elementos arriesgados como esos toques de vanguardia que mencionaba, y con una técnica perfecta, impecable. Creo de hecho que cada vez dibuja mejor.

Con Sfar siempre existe cierto miedo a que, dado que empezó tan joven a parir obras de alto nivel, se agote antes de tiempo o termine cansándose de los cómics. Pero nada de eso parece que vaya a pasar nunca. Sigue teniendo un entusiasmo de debutante, y transmite en cada uno de sus tebeos una pasión por el mero hecho de dibujar inagotable. Y que dure.