Aventuras de un oficinista japonés (José Domingo)


Aventuras de un oficinista japonés (José Domingo). Bang!, 2011. Cartoné. 24 x 33 cm. 120 págs. Color. 22 €

José Domingo es un autor joven —cosecha del 82—, aunque dicha juventud no le impide tener una carrera como dibujante relativamente extensa. Aventuras de un oficinista japonés no es su primera obra larga, pero sí es la primera que enfrenta en solitario. Y lo ha hecho a lo grande, y con el descaro de los grandes: es un cómic muy ambicioso, de gran formato, a color, tapa dura… Una excelente edición por parte de Bang! que demuestra que han apostado fuerte por Domingo. Y han hecho muy bien, porque creo de verdad que éste es uno de los mejores cómics españoles que se han publicado este año.

Aventuras de un oficinista japonés cuenta justamente eso, las aventuras que vive un oficinista de Japón para volver a su casa después de salir del trabajo. Es una odisea loca y por momentos directamente surrealista, en la que se mezclan muchos elementos aparentemente disonantes. Domingo juega muy bien con la cultura pop, porque la conoce y la domina: empezando por el propio protagonista, un oficinista en Japón… no necesitamos saber más de él, ni que se perfile más a lo largo del tebeo, ya sabemos cómo es: gris y anodino. Por eso es tan divertido verle vivir todo lo que vive. El pobre hombre sale de trabajar, se dirige a su casa, y entonces empieza una increíble aventura de ritmo vertiginoso, en el que los accidentes van llevando al personaje de un lugar a otro y asistimos a un desfile alucinante: yetis, combates de tintes superheroicos, bandas terroristas, sectas, el mismísimo Satán… Aventuras de un oficinista japonés es un pulso entre Domingo y sus lectores, un más difícil todavía maravilloso, que sube página tras página sin decaer nunca, y que sustenta perfectamente una historia que no necesita de más coartadas argumentales para ser apasionante.

Semejante espectáculo, por su propia naturaleza, necesitaba forzosamente una puesta en escena a la altura. Domingo lo sabía y prepara una estructura que se intuye estudiadísima y que funciona perfectamente. Cuatro viñetas por página —lo que teniendo en cuenta el tamaño de la misma, supone cuatro viñetas enormes—, siempre la misma escala, el mismo plano, la misma perspectiva isométrica. ¿Aburrido? Al contrario; es la mejor manera de representar la acción vertiginosa del cómic y centrar la atención no sólo en el protagonista, casi siempre el centro de las escenas, sino también en todo lo que lo rodea. Hay tantos detalles, tanto mimo en los fondos y en el resto de acciones secundarias, que estoy seguro de que muchas cosas pasan desapercibidas en una primera lectura. Y, claro, ser tan constante en la estructura de página conlleva que las contadas ocasiones en las que Domingo la quiebra los resultados sean espectaculares.

Esto hace que estéticamente el libro sea una verdadera delicia, sumado, claro, al estilo de dibujo de Domingo. Ha pasado por muchos diferentes, pero el que utiliza en Aventuras de un oficinista japonés es exquisito, con un trazo muy limpio y elegante, prescindiendo de todo lo superfluo y a la vez siendo tremendamente detallista. Se aprecia, quizás también debido a cómo cuida el diseño de la viñeta, cierta influencia de Chris Ware, pero también del Max contemporáneo, especialmente en las figuras humanas. Son influencias que Domingo asume y utiliza para crear su propio grafismo, de incuestionable eficacia.

Y el mayor desafío de los muchos que se impone Domingo en este libro posiblemente sea contar toda la historia sólo con ese grafismo, con el lenguaje puramente historietístico y prescindiendo del texto. No hay ni un solo bocadillo. La historia avanza a través de la pura acción, es una concatenación de encuentros más o menos violentos y de secuencias breves, sintéticas, porque de otro modo el ritmo decaería y el lector perdería interés. Cada transición entre viñetas es una sorpresa, cada vuelta de página un shock. Hay escenas que parecen sacadas de algún videojuego, otras remiten al cómic, otras al cine. Como los mejores autores contemporáneos, Domingo coge influencias de todos los medios, sin complejos, y las vierte en un tebeo que las trasciende y que cuenta algo que no tendría sentido fuera del medio de la historieta. Y algo, además, que viene a desmentir muchos tópicos: no hace falta contar nada trascendente, ni complejo, ni comprometido, para hacer una obra de peso. La novela gráfica no tiene por qué ser eso; también puede ser entretenida, puro espectáculo pirotécnico, como este Aventuras de un oficinista japonés donde Domingo ha tenido libertad total y se ha encargado de todo —desde el excelente color al diseño— para crear un tebeo que coge de las orejas al lector y no lo suelta hasta el final, que se lee con la boca abierta de asombro permanentemente y que cuando se acaba deja con más ganas de volver a la primera página que de cerrar el libro. Y creo que esto es lo mejor que se puede decir de un cómic.