The League of Extraordinary Gentlemen. Century: 1969 (Alan Moore y Kevin O’Neill)


The League of Extraordinary Gentlemen. Century: 1969 (Alan Moore y Kevin O’Neill). Planeta, 2012. Rústica. 80 págs. Color. 4,95 €


Después de 13 años de la primera aparición del grupo de investigadores liderado por Mina Harker es lógico que la serie muestre signos de agotamiento, aunque su creador, Alan Moore, parece seguir disfrutando bastante con el juego que plantea: agrupar personajes de ficción ya existentes dentro de una Europa en la que es perfectamente compatible la existencia simultánea de Drácula, Sherlock Holmes, Mr. Hyde y el Hombre Invisible. Si bien la primera entrega de The League transcurría a finales del siglo XIX, la narración se ha adentrado en el siglo XX poco a poco ampliando un patio en el que Moore ha ido encontrando nuevos juguetes: James Bond, Harry Lime, Orlando, Mackie el Navaja o Jenny la Pirata, entre otros.

Algunos pasajes de la Liga recordarían a las novelas de Thomas Pynchon, en las que igual aparece Godzilla como Nikola Tesla, si no fuera porque en sus dos anteriores entregas, The Black Dossier y Century: 1910, la obra de Moore y Kevin O’Neill parecía haberse convertido en un Dónde está Wally de la cultura popular de los últimos 150 años. La meta-referencialidad llegaba al paroxismo en Century: 1910, que tiene el honor de ser el primer cómic-karaoke de la historia: los monólogos que recitan en el tebeo MacHeath y Jenny Nemo encajan sílaba por sílaba y rima por rima con la música de las canciones más populares de La ópera de los tres centavos de Kurt Weill y Bertolt Brecht (o dicho de otra forma, con el Mack The Knife de Frank Sinatra y el Song of the Black Freighter de Nina Simone). Es agradable descubrir este tipo de cosas, pero el problema es que cuando se convierten en el principal motor de un relato, el alma de éste puede llegar a perder bastante interés.


Mina se toma un tripi


Sin embargo, Century: 1969 parece remontar un poco el vuelo en ese sentido. Si los personajes de Brecht parecían un poco metidos con calzador en la anterior entrega, en ésta Moore parece moverse por un terreno más hogareño. El villano al que se enfrenta la Liga es Oliver Haddo, el protagonista de El Mago de Somerset Maugham. Tratándose de Moore, esto ya suena un poco más a pasar la noche del viernes en casa, sobre todo considerando que Maugham basó a Oliver Haddo en Aleister Crowley. (Oigo como varios lectores, llegados a este punto de la reseña, desisten ya de comprar Century: 1969, pero ¿qué puedo decir en defensa de Moore aparte de que me siempre me ha atraído Crowley, sobre todo si se le presenta asociado a la sensacionalista e injusta etiqueta de SATANISTA?).

También ronda por ahí Terner, el personaje que interpretó Mick Jagger en la película Performance. Así que si le quitamos a estos personajes su máscara de ficción, la cosa queda más o menos así: Aleister Crowley quiere engendrar un “hijo de la luna”, cosa que intentó hacer en la realidad y que no se sabe muy bien lo que es, como nada de lo que hizo o dijo Crowley. El caso es que en este Century: 1969 tampoco tiene mucho éxito en esto de preparar la venida del nuevo mesías y decide seguir intentándolo usando el cuerpo de otro. Solo tiene que elegir a uno de sus seguidores, a ser preferible jovencito, y ¡chas!, se intercambia el cuerpo con él. Mediante este ingenioso sistema, Crowley llega a los psicodélicos 60 y, según nos deja caer Moore, alquila un apartamento en el edificio Dakota de Nueva York, conoce a una vecina muy parecida a Mia Farrow, y convence al marido de ésta para que le haga un “hijo de la luna”. (Al parecer un tal Roman Polanski hizo una película sobre esto, basándose en que Crowley estuvo realmente alojado en el edificio Dakota muchos años antes haciendo algún tipo de misteriosas ceremonias). Pues bien, el intento neoyorkino tampoco funciona. Crowley vuelve a Inglaterra y conoce a Mick Jagger. Jagger canta una canción titulada Sympathy for the Devil (Century: 1969 tiene también, cómo no, su sección karaoke) y, claro, eso es todo una provocación. Crowley se decide a intercambiar su cuerpo con Jagger, pues ¿quién mejor que Su Satánica Majestad para engendrar un “hijo de la luna”?


Si una cosa queda clara en Century: 1969 es que Mina Harker sabe pasárselo en grande


Delirante, ¿verdad? Dependerá de la tolerancia que tenga el lector hacia las obsesiones de Moore el que pueda o no gustarle esta nueva entrega de la saga. Personalmente, debo admitir que Crowley, Jagger y la psicodelia son fetiches para mí, como para otros puedan serlo los dinosauros o los nazis: elementos que, incluidos en cualquier película, la mejoran de forma automática. Así que en este sentido confesadamente frívolo soy totalmente parcial y subjetivo. Lo cual no quiere decir que Century: 1969 no tenga intereses más profundos. El mayor, quizá, es la presencia cada vez menos enigmática del viajero en el tiempo Andrew Norton, un personaje de Iain Sinclair, que se le presenta de vez en cuando a Mina y a sus amigos soltando una cháchara aparentemente incomprensible. Y digo “aparentemente” porque en esta nueva entrega Moore da más pistas sobre la naturaleza de este personaje, el único en toda la saga que nombra de viva voz a otros personajes que sí que existen en nuestro mundo real: Jorge Luís Borges, Anton La Vey, John Lennon o Donald Cammell, el co-director de Performance; para estupor de Mina, quien evidentemente, no tiene ni idea de quién es toda esta gente.


Crowley cometió un error: volver a una Inglaterra en la que Get Carter no es una película


Al introducir esta brecha a través de la cual se filtra tenuemente la realidad en una obra totalmente meta-referencial como la Liga, Moore empieza a apuntar ya hacia el meollo de la cuestión: la inquietante idea en torno a la cual gira toda la saga es que, postulado un mundo de ficción herméticamente cerrado como éste, la realidad que nosotros vivimos no sería para sus habitantes más que una simple ficción totalmente incomprensible y letal, pues es un signo de que el mundo en el que viven no es más que una mentira.

Tampoco es que sea una novedad. Moore vuelve a transitar los países de Borges y de Philip K. Dick. Pero aún habrá que esperar un año más (o dos) para ver si le da alguna vuelta de tuerca a esta idea en el último volumen de la Liga, donde es seguro que la realidad que Norton anuncia, nuestra Historia “real”, acabe por entrar a borbotones en el mundo de Mina Harker, como pasaba al final de El Hombre en el castillo cuando los personajes que Dick había hecho vivir en una realidad paralela en la que los nazis habían ganado la Segunda Guerra Mundial intuían que, en realidad, las cosas habían ocurrido de otra manera y que sus vidas eran, en realidad, falsas. Pobre Mina. Esperemos que no le pase lo mismo: su vida es mucho más interesante que la nuestra.

Roberto Bartual (www.comicsgrid.com)