X-Factor: Cicatrices profundas (Peter David, Valentine De Landro & Emanuela Lupacchino)


X-Factor vol.2, nº2: Cicatrices profundas (Peter David, Valentine De Landro & Emanuela Lupacchino). Panini, 2012. Rústica, 17×26 cm. Color. 160 págs. Color. 10,75 €

 Tras casi dos décadas de coleccionismo compulsivo, X-Factor es la única serie de Marvel que sigo actualmente de manera incondicional. Pero como sé que para la mayoría ésta no es precisamente la carta de presentación más impresionante del mundo, os lo desarrollo un poco.

Antes, un poco de historia. Allá por los noventa, Marvel decidió relanzar X-Factor tras devolver a sus componentes originales a X-Men, y el encargado de hacerlo fue Peter David, guionista que por entonces estaba en la cresta de la ola gracias a su trabajo con Hulk. David, en un puñado de números, creó una de esas series que luego los fans llamamos de culto, marcada por su sentido del humor y una excelente caracterización de personajes. Aquello duró poco, pero una década después, aparece una nueva serie de X-Factor, de nuevo con David al frente. Y el resultado es aún mejor.

Porque David ofrece, resumiendo, absolutamente todo lo que le falta a la gran mayoría de series de la editorial. Donde la moda es el golpe de efecto, el season event, el tebeo breve que se lee en dos minutos, y la improvisación, David da tramas trabajadas, que se desarrollan sin prisas, a lo largo de varios años si es necesario, sin olvidarse nunca de que el cómic mensual debe tener entidad por sí mismo, que debe, o debería ser, algo más que un trozo del futuro recopilatorio en tomo, si se pretende que el formato siga teniendo sentido. Y, mientras que muchos guionistas parecen escribir en modo automático, en David se intuye trabajo, esfuerzo, un devanarse los sesos constante para sorprender al lector, para no acomodarse, para desarrollar a sus personajes de manera lógica pero inesperada. Quizás por eso la serie no se resiente de los ya casi siete años que lleva en ella, sino que se enriquece cada vez más.

Y resulta curioso que David, que siempre se ha caracterizado por mantener cierta beligerancia, cierta disidencia en la mecánica editorial —ha protagonizado más de una y más de dos polémicas— parezca haber encontrado en su madurez una paz que hace que todo le venga bien: se adapta como puede a los crossovers mutantes, los usa cuando se le ocurre cómo, y capea el temporal cuando no. Lo mismo para los bailes de personajes obligados por los intereses de guionistas con más caché que él: David ha hecho del acto de quedarse con los restos de armario, con lo que nadie quiere, el rasgo de X-Factor más destacado. Ríctor, Estrella Rota, Fortachón, Siryn, M, y sobre todo Madrox y Layla Miller: nombres que sonarán al fan hardcore de la franquicia mutante pero que aquí se utilizan de tal manera que hace pensar que hasta ahora estaban tremendamente desaprovechados.

Desde sus inicios, la serie ha combinados elementos de puro género negro con otros asociados al cómic de superhéroes más tradicional, incluso con un viaje temporal de por medio. En Cicatrices profundas, el último tomo aparecido en castellano, el grupo vuelve a funcionar como una agencia de detectives, en ese tono que tan bien maneja de superhéroes pero no. Y como decía antes, la serie sigue funcionando perfectamente como lo que es: un culebrón basado en las relaciones entre los personajes, que ya sin el lastre de la Comic Code Authority pueden ser verdaderamente adultas, con todo lo que ello implica. Por supuesto, sigue destacando el sentido del humor de David, basado sobre todo en unos ingeniosos diálogos —es lo más parecido que puede encontrarse en papel al estilo de la serie televisiva de Buffy Cazavampiros— y en el equívoco constante, así como en numerosos juegos de palabras que seguramente traerán de cabeza al traductor de la serie al castellano, Santiago García.

El punto negro, al menos para mí, reside en el dibujo. Al no ser un superventas, X-Factor se tiene que contentar con lo que quieran asignarle desde Marvel, y así, hemos pasado de un inicial y prometedor Ryan Sook a Renato Harlem y su fotocopiadora, y ahora, a un correcto pero insulso Valentine De Landro y a la que parece que será la nueva dibujante regular, Emanuela Lupacchino, que calca el estilo de Terry Dodson, especialmente en lo que respecta a dibujar mujeres con pechos descomunales en posturas imposibles. Pese a todo, tampoco puede decirse que no cumplan con lo mínimo necesario para que no impidan disfrutar del tebeo.

Lo que más me gusta de X-Factor es que no necesita mirar a los noventa, a los ochenta o a los sesenta para ser una buena serie de superhéroes. Cuando la leo tengo la sensación de estar leyendo un tebeo de 2011, de su tiempo, conectado a la realidad como siempre debería estar un cómic de Marvel, con referencias a la cultura popular, y atacando temas delicados con valentía. En este último tomo, sin ir más lejos, se afronta sin prejuicios la homosexualidad, en una historia de amor que se lleva trabajando varios episodios, y el odio contra los musulmanes en suelo estadounidense.  David conoce la historia de sus personajes y no cae en errores de bulto, pero sabe ir hacia delante, hacer un cómic nuevo, abrir un camino que demuestra que no todo tiene por qué ser como es. X-Factor es un cómic moderno de superhéroes que tiene densidad, que se compromete con su tiempo en lugar de escapar de él en fantasías militaristas como tantos otros títulos de la editorial, que no toma al público por tonto y en el que, ante todo, al lector le importarán los personajes. Paradójicamente, el título está hundido en la lista de ventas. Esperemos que aguante, porque es justo lo que un buen cómic de superhéroes debería ser: puro entretenimiento lleno de sorpresas y que deja siempre con ganas de más.