En el espacio aproximado de un mes han aparecido 3 libros tuyos en el mercado: El dibujosaurio, De postre y Plétora de piñatas. ¿Cómo afecta esto al ego y la autoestima de un autor de cómic?
Esos dos componentes de la identidad se refuerzan cuando llegan las declaraciones de ventas y resultan jugosas. Pero la simple aparición de libros propios produce una mezcla de la satisfacción que da siempre cumplir los propios objetivos con el bajoncillo tradicional que conlleva cualquier tipo de final.
¿Piensas que la coincidencia en el tiempo de estos tres títulos en el mercado es positiva o negativa a nivel de ventas?
Tiene ventajas como un ligero aumento de atención mediática o mayor presencia en los puntos de venta y desventajas como una posible saturación del aficionado y cierta confusión entre el comprador. Considerando que los libros son muy distintos entre sí y las editoriales que los han publicado también tienen su propia personalidad, al final, yo supongo que las ventas resultarán semejantes a si hubieran aparecido más distanciados.
Revisando tu bibliografía veo que en menos de 20 años has publicado cerca de 35 monografías, y eso sin contar aquellas editadas en formato comic book. Me pregunto si esta impresionante productividad es el resultado de un impulso creativo indomable o más bien una necesidad para subsistir profesionalmente.
Ambas cosas y añádele también una afición vital al orden y una obsesión profesional de intentar dar como autor al lector lo que yo espero que me den a mí como lector mis autores favoritos.
Además de tu ingente producción tebeística, eres ilustrador, músico, guionista de teatro y cine, coleccionista compulsivo y mantienes desde siempre una intensa actividad en las redes sociales, incluso antes de que tuvieran este nombre. La pregunta es doble. ¿Cómo organizas tu tiempo? Y, ¿cómo repercuten todas esas actividades en un trabajo en el mundo del cómic?
No tengo coche, no me gustan los deportes, no veo televisión en directo y trabajo en una habitación a cinco metros de distancia de mi dormitorio. Solo esas cuatro particularidades de mi vida ya me regalan un par de horas diarias más de las que disponen la mayoría de los ciudadanos.
Para organizar mi tiempo, desde hace unos 25 años, mantengo agendas de semana vista de papel. Cuando hago algo que tenía apuntado que debía hacer determinado día, lo tacho con una pintura roja. Cuando no me da tiempo a hacer algo que tenía apuntado que debía hacer determinado día, lo borro con typex y lo recoloco en el futuro.
Lo de mantener muchos intereses en áreas muy distintas de la creación en particular y de la existencia en general repercute de muchas maneras en el trabajo de uno. Ayer estuve comiendo con Miguel Ángel Martín y ambos coincidimos en pensar que quizás esa es la clave para llegar a un estilo personal. Si las influencias de un autor vienen exclusivamente del mundo de los tebeos, por ejemplo, hay muchas más probabilidades de que su estilo resulte previsible y sus influencias rastreables.
Es posible que ni tú mismo tengas la respuesta, pero ¿cuál crees que es la clave de tu éxito? ¿Qué parte atribuyes al apartado gráfico y qué parte a la identificación que los lectores pueden encontrar en tus temas y tu abordaje?
Aunque poder vivir de lo que me gusta hacer ya me parece suficiente éxito, no creas tampoco que yo tengo un éxito de la hostia en el mundo de los tebeos. Yo diría, más bien, simplemente, que no me va mal.
Pero bueno, en cuanto a esa clave que explique por qué a alguien le pueden gustar mis historietas, más allá de tipo de dibujo o temas, yo creo que puede tener que ver con mi obsesión por la claridad. Soy capaz de sacrificar cualquier lucimiento en el dibujo o cualquier buena ocurrencia si estorba en la comprensión del resultado final. Procuro evitar lo embarullado. Me gusta que todo se entienda lo más claramente posible. En ese ánimo empleo mucho tiempo y eso hace que el lector tenga que invertir menos tiempo en descodificar el mensaje. Y me parece que eso se agradece.
Creo que tiene que ver mucho con la pregunta anterior, pero en cualquier caso, cuando alguien te contrata para un trabajo, bien sea de cómic o de ilustración, ¿qué crees que está contratando? ¿Tus ideas, tu estilo, la “marca Mauro”?
No soy Mariscal, no creo que me contrate nadie porque mi “marca” dote de algún tipo de prestigio a aquello con la que se relacione o atraiga a un enorme número de seguidores. Si fuera de esa forma, aquellos que me contratan me dejarían siempre hacer lo que me da la gana y no es así. Suelen tener unos requerimientos muy concretos, no les basta con mi “marca”.
Así que, hoy en día, supongo que, en general, el que me contrata para un trabajo de ilustración es porque considera mi dibujo adecuado para lo que está buscando y el que me contrata para un trabajo de historietas es porque le gustan mis historietas. No creo que haya mucho más misterio.
En varias entrevistas previas y en el prólogo de Rafael Reig para Plétora de piñatas, encuentro un tema recurrente en torno a tu persona, que es la dicotomía entre el artista y el profesional del entretenimiento. Según he entendido, y corrígeme si me equivoco, tú te consideras lo segundo pero no lo primero. ¿Acaso son incompatibles ambas cosas?
El problema con grandes palabras gastadas como “arte” o “artista”, es que su significado en nuestro idioma no es el mismo para todos aquellos que las usan, con lo que yo procuro no utilizarlas. Cuando la gente dice que un cuadro muy malo no es arte no entiendo qué quieren decir con eso. Para mí, por ejemplo, un cuadro pintado a mano por cualquier persona es siempre arte y el que lo haya hecho un artista. Si el cuadro se considera muy malo pues el cuadro será arte muy malo y el artista será un artista muy malo, pero para mí la calidad no define la esencia. Sin embargo, en nuestro idioma, para muchas personas, la palabra artista tiene una connotación supuestamente metafísica que no comparto. Así que procuro evitar aproximarme a esa calificación y no me gusta elucubrar en público sobre la posible trascendencia de mi propio trabajo.
Respecto a lo de “profesional del entretenimiento”, la verdad es que me suena igual de mal. El “entertainment” puro y duro acaba aburriendo. De hecho, la mayoría de los que se llaman a sí mismos “artistas” en nuestro país suelen ser, en realidad, cantantes de música populachera, pintores de sala de caja de ahorros, actrices pornos o putas de programa de tele cotilleo. O sea, profesionales del entretenimiento.
En realidad, yo utilizo diversos medios de expresión para comunicar algo y, como no me gusta aburrir, intento hacerlo de forma entretenida. Me preocupa poco cómo me llamen por dedicarme a eso. En cualquier caso, esta labor se aproxima a lo que tú apuntas de compaginar los dos conceptos. En mi tarjeta de visita pone simplemente “dibujante, entre otras cosas”.
Aprovecho la mención a Plétora de piñatas, tu serie de tiras para Público, para comenzar con las preguntas referidas a tus tres recientes libros. Has participado en diversos periódicos de muy distintas características y con trabajos de distinta índole. Comparando tu paso por Público con otros trabajos similares, ¿qué destacarías como positivo y qué como negativo?
En general, en todos los periódicos que he trabajado ha existido en la práctica una desconexión comunicativa palpable entre los responsables del periódico y yo como colaborador externo. Esta desconexión, en Público, fue todavía más marcada y en esencia fue algo estupendo para mí porque se destilaba en que me dejaban hacer lo que me daba la gana sin entrometerse jamás –hasta el desencuentro final– en mi trabajo. Yo entregaba las tiras, se publicaban y me pagaban con puntualidad, lo cuales el procedimiento ideal para cualquier dibujante.
Esta falta de comunicación tenía una parte mala en algunas ocasiones. Por ejemplo, un par de veces decidieron que me tomase un mes de vacaciones y ni siquiera me avisaron. Me enteré porque las tiras dejaron de publicarse y llamé a ver qué ocurría y este retraso me produjo un descalabro puntual en mi plan de ocupación laboral y de ingresos. Pero merece la pena sufrir este tipo de pequeños inconvenientes porque lo mejor para poder actuar con libertad de movimientos en cualquier medio es que no se considere relevante el trabajo de uno.
Las ocasiones en las que algún responsable de un periódico ha considerado que mi trabajo era muy importante lo he pasado mal aguantando orgullos, imposiciones, cambios arbitrarios, juegos de poder y tocadas de huevos en general. La temporada que estuve guionizando las portadas de El pequeño País con dibujos de Álvaro Ortega, por ejemplo, tuvimos que sufrir algo así.
A diferencia del trabajo de otros dibujantes en Público, tu aportación no venía condicionada por la actualidad. ¿Tenías algún tipo de sistema a la hora de escoger los temas a tratar?
Al principio, desde el periódico me ofrecieron la posibilidad de hacer algo parecido a lo de Manel [Fontdevila] y a lo que a mitad de camino empezó a hacer Bernardo [Vergara], pero preferí -y me permitieron- hacer algo más atemporal. De esta forma, aunque yo también tenía que entregar también de lunes a domingo una colaboración, no estaba obligado a esperar como ellos todos los días la llamada con el asunto del día y podía adelantar algunas tiras si, por ejemplo, necesitaba irme de viaje. Además, yo siempre prefiero que lo que hago hoy pueda volver a leerse dentro de unos años en un libro recopilatorio sin problemas de comprensión y tener que ceñirse a la actualidad inmediata recorta bastante esta posibilidad.
No tenía ningún sistema para escoger los temas que tratar en las tiras de Plétora. Procuré, eso sí, crear ciertas cadencias no repetitivas con la intercalación de temas y subseries que creo serán más apreciables ahora en formato libro. Pero pude hablar de todo aquello que me pareció interesante hablar.
Plétora de piñatas también se publicaba online, dentro de tu propio blog dentro del periódico. Ahí recibías diariamente la retroalimentación de los comentarios de los lectores. ¿Influyeron de la alguna manera estos comentarios en la evolución de la serie?
Ya que mi trabajo se inspira en el día a día y consultar los comentarios pasó a ser parte de mi día a día, lógicamente, los comentarios pasaron a ser un motivo de inspiración de múltiples maneras. Por ejemplo: recogí sugerencias de los lectores para algunos temas, leí algunos razonamientos falaces que me llevaron a responderlos indirectamente en forma de tiras o incluso publiqué varias entregas sobre el hecho mismo de comentar en internet.
Silvia, Paquito, El Diablo Rojo, Drugos el Acumulador, Tirex… Por Plétora de piñatas pasaron muchos personajes, algunos de ellos creados con anterioridad. ¿Por qué confías en personajes antiguos para contar algunas historias? ¿No te parece que en un medio tan general como Público pueden resultar demasiado autorreferenciales?
Todas las tiras de Plétora son perfectamente comprensibles para el lector que llega a ellas por primera vez. No hace falta en ningún caso conocer anteriormente a los personajes para entenderlas. De hecho, ese tipo de lector ni siquiera tiene por qué saber que el personaje ha aparecido en otro medio.
Pero, además, la utilización de personajes permite al lector que sí conoce sus personalidades captar matices y enhebrar una visión más general de ese universo de ficción. Se respeta de esta forma tanto al lector ocasional al mismo tiempo que se premia con referencias al aficionado.
Hablando de personajes, ¿son los personajes que quieres usar los que definen los temas, o son los temas de los que quieres hablar los que definen sus personalidades?
Cuando trabajo en una serie de un personaje determinado a veces el personaje llama a una situación y a veces se busca una situación que pueda adaptarse al personaje. En Plétora, sin embargo, la situación siempre llamaba al personaje. Si en lo que quería contar iba a aparecer un coleccionista compulsivo usaba a Drugos, si quería comentar asuntos de pareja lo adaptaba para Silvia y Abel, si iba sobre periodistas utilizaba a Fernando, etc.
¿Te apetece contar de nuevo tu desencuentro con Público?
No demasiado, porque no creo que tenga mucha importancia, pero te lo resumo. Decidieron echarme. A mí me avisaron cinco días antes. Aludían motivos económicos. Decidí cerrar bien el trabajo con una sucesión de viñetas de cabecera alusivas al final de la serie y, además, haciendo una broma que consistiese en que las últimas cinco tiras hablasen todas sobre gente a la que echaban del trabajo. Entregué una y se publicó. Mientras tanto, en esas 24 horas, en las redes sociales, algunos lectores empezaron a protestar. En el Facebook de Público borraron los mensajes de los que se quejaban y esa censura consiguió un efecto Barbara Streissand de primero de community manager que amplificó la protesta de forma descomunal y aterrorizó a la dirección de Público. La segunda tira ya no la quisieron publicar e incluso me prohibieron mediante amenazas que publicará en el blog de Plétora una explicación de por qué la serie se había cortado tan súbitamente, con lo que quedó claro que el contenido de la tira censurada era lo de menos. Tanto el blog como las entregas en papel se cortaron en seco. Fue un final muy feo para una serie cuyas mejores virtudes nacieron gracias al acierto de los responsables del periódico de haberme dejado hacer durante tanto tiempo lo que me diera la gana.
Aunque a estas alturas me la sude bastante, sigo sospechando algún motivo más allá del meramante económico para mi expulsión. Me resultó muy extraño que Jesús Maraña, el director, jamás quisiese hablar conmigo. Durante el tiempo que estuve trabajando para el periódico jamás crucé ni una palabra con él ni en directo, ni en mail ni por teléfono. Cosa que no me ha sucedido jamás en ningún periódico. La experiencia me apunta que esto de no querer dar la cara suele suceder cuando alguien está avergonzado por algo.
De postre, el libro que ha editado con tanto mimo Fulgencio Pimentel (que además regala una lámina de gran tamaño), recopila colaboraciones semanales en Zazpika, el suplemento del diario Gara. A diferencia de lo que pasaba en Público, aquí no hay personajes recurrentes. ¿Por qué?
En realidad, sí que hay personajes recurrentes, pero son personajes genéricos extraídos de las ficciones de la cultura popular: aventureros espaciales, indios y vaqueros, vikingos, esquimales, romanos, egipcios, dinosarios, robots gigantes tripulados, etc. El guiño, pues, no se dirige al lector aficionado a mis tebeos sino al aficionado a las ficciones de la cultura popular que reconocerá en mis chistes muchas de sus constantes.
Al principio, el esquema de una gran ilustración con un pie de figura donde se desarrolla el chiste me recordó a The New Yorker, y luego me acordé también de los cómics Bruguera. ¿Vino por alguna de esas vías la inspiración para esta serie?
Los primeros chistes de humor gráfico con esa estructura clásica de página entera sin palabras o con texto al pie yo me los encontraba de chaval en los libros de humoristas alemanes que tenía mi padre y en las revistas “de mayores” en general. No recuerdo dónde leí por primera vez a Charles Addams o a Sempé, pero seguro que no sería en el New Yorker porque yo de crío no sabía que era eso. En Bruguera tampoco eran muy partidarios del chiste a toda página muy detallado. Me parece que a Kiraz lo leía en el Lecturas, eso sí. No sé. En realidad, recuerdo haber visto chistes de ese tipo toda mi vida.
De postre también es peculiar en el sentido de la técnica de coloreado que utilizas, que si no me equivoco es acuarela. A lo largo del libro se ve una progresión, una mejora en su empleo. ¿Es este el primer trabajo donde usaste la acuarela de forma continuada? ¿Acabaste de cogerle el gusto y el tranquillo?
El primer libro publicado que realicé por completo con esta técnica de lápiz y acuarelas es Los domingos. Y el tranquillo a la técnica hacía muchos años que se lo había cogido porque incluso en ese momento ya llevaba muchos años empleándola. Pero es es que en el caso de De postre me puteé a mí mismo. Te explico. Lo lógico cuando uno va a colorear con acuarelas es emplear papel para acuarela. Ese es el caso de Los domingos, por ejemplo. O de la serie Casi sin palabras (algunas de cuyas páginas aparecieron en El Manglar y en Xabiroi). Utilizando el papel adecuado, cuando se tiene un poco de práctica su manejo es muy sencillo, pero a mayor control el resultado también es más previsible por el autor. Sin embargo, cuando uno utiliza un papel malo o que no está pensado para esta técnica puede pasar cualquier cosa y, en ocasiones, aparecen bonitos efectos inesperados. Es lo que suele ocurrir en mis cuadernos de bocetos, como se puede apreciar en El cementerio de la familia Pis, por ejemplo, realizado sobre un cuaderno de cuentas alemán de papel de gramaje infecto. También es más fácil cagarla, claro está, y uno se pelea más intentando dominar los elementos que tienden a hacer lo que les da la puta gana. Cuando empecé con De postre quise dotar a la serie de esa especie de descontrol, frescura y aspecto aficionado que da no haber escogido el papel apropiado y me atreví a dibujarlos en una serie de Moleskines de papel para gouache con ligero brillo sobre el que las acuarelas se comportan locamente resbalando o calando mal y poco uniformemente. La progresión de la que hablas, pues, es clara, pero es una progresión que refleja no la evolución en el manejo de la técnica sino la comprensión de ese papel en concreto. Por poner un ejemplo: me empezó fascinando la extraña textura final no buscada que aparecía cuando superponía capas de veladuras –que jamás se produciría en un papel de acuarela profesional– y acabé usándolas a gogó.
El tamaño de estas viñetas únicas, a toda página, te permite explayarte en el dibujo e introducir elementos que muy a menudo no tienen cabida en tus viñetas. Por otra parte, en uno de tus chistes presentas una centuria romana con tan solo 25 soldados porque el dibujante se cansó de dibujar legionarios. Tener tanto espacio para rellenar ¿era una bendición o una maldición?
Cuando me ofrecieron esta colaboración en el 2005 llevaba una buena temporada en el que el poco espacio que me dejaban en otras revistas en las que estaba publicando me hacía dibujar muy poquito en cada viñeta y en ese momento me apetecía volver a hacerlo, así que fui yo el que propuse el formato de chiste a toda página. A el director de Zazpika le pareció bien la idea y durante un par de años me lo pasé estupendamente dibujando semanalmente mi entrega. Pero, por otra parte, la verdad es que era un trabajo que requería mucho tiempo y no estaba muy bien pagado, con lo que cuando comencé a hacer la serie Interneteo y aparatuquis para elpais.com y me exigieron tres entregas semanales, tuve que dejar lo de De postre.
Siguiendo con el tema técnico, o mejor dicho, estético, ¿crees que parte del tono de estas páginas viene dado precisamente por esas acuarelas, que tal vez hubieran sido muy distintas con tus habituales colores planos digitales?
El humor gráfico es un medio híbrido y todas las decisiones estéticas o conceptuales en el momento de su producción tienen por supuesto su importancia en el producto final. La técnica gráfica en un tebeo vienen a ser lo que los arreglos a una canción. Y por supuesto que una misma canción con distintos arreglos puede convertirse en una cosa muy diferente. Los de mi generación aprendimos eso de pequeños en el episodio “La chica yeyé” de “Historias de la televisión”.
De postre tiene un epílogo doble, con un texto “normal”, con un tono adulto, y otro texto que refleja el primero desde la óptica infantil. Me parece muy apropiado, porque precisamente en estas páginas te alejas de la crítica social que practicas habitualmente para hacer chistes más “blancos”. O mejor dicho, más sorprendentes, fantásticos, alejados de la realidad. No sé si tu imagen de cronista de lo actual y azote de las modas te permite muy a menudo adentrarte en este terreno…
No soy muy consciente de esa imagen que describes. En internet he leído que yo solo hago historietas de “caca, culo, pedo, pis” pero también todo lo contrario, que solo hago historietas “gafapastas”. En realidad pienso que, como no es fácil conocer entero mi trabajo, cada uno me etiqueta según la fracción del mismo que conoce.
La imagen que creo yo que doy siempre es la de una especie de intruso perpetuo. En el mundo del cómic se me considera un fulano que hace cosas chistosas pero no cómics de verdad trascendentes, en el mundo del humor gráfico de prensa soy un dibujante de cómics, en el mundo de la ilustración me consideran un dibujante de tebeos, en el de la música soy un dibujante que ha hecho algunas cancioncillas, en el teatro soy un historietista que escribió algunas obras, etc., etc. Pero precisamente, es por esto que me puedo permitir hacer lo que me da la gana siempre y adentrarme en los terrenos que quiera: porque no tengo una consideración relevante en ningún campo concreto que me dé miedo perder.
Así que De postre es mi primer libro oficial para todos los públicos, pero he hecho historietas para niños muchas veces anteriormente. Estuve una larga temporada escribiendo guiones para El pequeño País que dibujaba Álvaro Ortega, hace unos años publiqué una miniguía con consejos para dibujar tebeos orientada a los chavales, en los noventa realicé para el ayuntamiento de Madrid un tebeo de educación vial, etc.
Me gustaría saber qué diferencia hay a nivel personal entre un libro como Plétora de piñatas, donde la realización técnica y la maquetación corre en su mayor parte a cargode otros profesionales, De postre, que parece un producto en cuya materialización has invertido más esfuerzo, con esa portada doble desplegable, la lámina de regalo, el vídeo promocional, y El dibujosaurio, donde has tenido que revisar y rescatar material muy personal que tal vez pensabas que nunca se publicaría.
Sé que no es común entre los dibujantes de tebeos, pero salvo excepciones puntuales de las que estoy muy arrepentido, siempre me encargo personalmente del diseño general de todos mis libros. Desde hace años, en casi todos los casos con la ayuda de alguna persona que coloque las cosas en su sitio tal y como yo lo he indicado. Quizás dejando aconsejarme sobre si poner un texto a dos o tres columnas o algo así, pero poco más. Doy siempre todo muy cerrado: de lo que debe ir en las guardas a cómo maquetar los rótulos que entregue para un prólogo, pasando por el sitio exacto donde poner el código de barras o el logo de la editorial. Aunque montar las 365 tiras del libro de Plétora de tres en tres sigue siendo un trabajo de cojones, claro está, que yo no he hecho.
En el caso de De postre, sin embargo, la cosa ha sido bastante distinta. César Sánchez, el editor de Fulgencio Pimentel, me dio más libertad que de costumbre para elegir formato y características del libro, pero al mismo tiempo me fue proponiendo cambios y recambios según iba a entregando aquello de lo que habíamos hablado con lo que el diseño final resultante es producto del trabajo de tres personas: él y Daniel Tudelilla, su compañero en la editorial, y yo. La idea de los “cuatro sabores”, por ejemplo, es de ellos.
En el caso de El dibujosaurio yo tenía una idea muy concreta de maquetación del libro buscando la mayor claridad posible, con lo que al trabajo de rescate de material hay que sumar el de revisión continua semana a semana de la maqueta que fue montando mes a mes Carlos Lamani aguantando estoicamente todas mis pejiguerías. Nuestra carpeta compartida de Dropbox estuvo echando chispas durante meses.
El dibujosaurio recoge tus trabajos fuera del mundo del cómic desde tus inicios a principios de los 80. A pesar de la ausencia de historietas, el lector puede hacer un balance bastante interesante sobre tu evolución gráfica y temática, tus obsesiones, etc. Pero, ¿también has hecho tú un balance de tu carrera durante la elaboración del libro?
Un poco. Construyendo el libro he llegado a la conclusión de que mi carrera como ilustrador (y supongo que como contador de historias en general) se articula en torno a dos factores opuestos: la casualidad y la voluntad. La casualidad son los trabajos que me han ido surgiendo en todos estos años que en su mayoría siempre he aceptado y la voluntad se manifiesta en ese intento de coger con firmeza las riendas gráficas estilísticas e intentar conjugar siempre las particularidades de cada encargo con los intereses propios.
Desde cierto punto de vista se puede considerar que El dibujosaurio es uno de tus libros más personales, ya que presentas trabajos realizados a título personal para amigos y parientes. ¿No has sentido cierto pudor al mostrar todos estos elementos tan íntimos?
Incluso esos encargos hechos con prisas para amigos y parientes fueron realizados pensando en que iban a ser difundidos de alguna forma. No aparecen en todo el libro dibujos que, en el momento que los hice, pensara que nunca iban a ser publicados. Eso sí que ocurre, sin embargo, en El cementerio de la familia Pis. En ese librito sí que sentí cierto pudor de desvelar intimidades, pero se revelan de forma tan hermética que creo muy difícil su interpretación.
Volviendo al El dibujosaurio, la decisión de no escamotear trabajos menores puede no ser la mejor si uno intenta parecer el mejor dibujante del mundo, pero creo que aporta mucho entretenimiento y datos sobre la propia profesión que el lector apreciará.
¿Había algún motivo para que fuera este y no otro el momento de editar El dibujosaurio?
El motivo para empezar a hacerlo fue que Lorenzo Pascual y Pilar Lumbreras de Diábolo Ediciones me lo propusieron. Iba a recoger 25 años de ilustraciones, que era una fecha redondita. Por muy diversos motivos, la realización del libro se fue alargando durante años y al final el periodo recogido se convirtió en 30 años en lugar de 25. El motivo para publicarlo en este momento fue simplemente que había conseguido acabar de hacerlo.
De todas formas, la coincidencia de apariciones de monográficos míos esta última temporada tiene una explicación. A finales de 2008, para poder hacerme cargo de la tira diaria para Público, abandoné varias colaboraciones fijas que tenía en publicaciones como elpais.com, Cinemanía o Superjuegos. De tal forma que, cuando me echaron de Público de forma tan súbita, de pronto me quedé solo con mi colaboración en El Jueves y pude tener tiempo por fin para terminar todos estos libros que tenía a medio hacer desde hacía mucho tiempo. Es muy posible que si hubiera seguido colaborando con Público, El dibujosaurio no habría aparecido todavía.
El Dibujosaurio from Tyrexito on Vimeo.
En el libro se observa que, a lo largo de los años, has elegido trabajos bastante coherentes entre sí y con tu imagen pública, aunque también hay algunos bastante marcianos. ¿Qué es lo que te atrae de un nuevo proyecto? ¿Hay una serie de características que tiene que cumplir una oferta de trabajo para que te intereses por ella?
Si tengo tiempo, el encargo está pagado decentemente y creo que soy capaz de hacerlo, suelo aceptar cualquier encargo sin problema. Insisto en que no soy consciente de tener una imagen pública determinada. Yo cojo lo que sea e intento solucionar el sudoku que se me plantea de cubrir las necesidades del cliente conjugándolas con mi estilo. En este proceso puedo sufrir, pero cuanto más sufro mayor es el disfrute final de haber solucionado el rompecabezas.
La única característica que tiene que tener un encargo para que me interese es que sea serio. Desde hace muchos años no entrego nunca pruebas gratuitas ni participo en supuestos concursos restringidos ni acepto vaciles de ningún tipo. También dejo muy claras las condiciones desde un principio. Procuro disuadir a los clientes tendentes a la indecisión. No soy caro, pero los cambios de opinión del cliente injustificados, las reuniones excesivas o las solicitudes de bocetos se deben cobrar siempre.
¿Qué cara se le queda a un autor cuando un trabajo realizado y cobrado no se llega nunca a publicar? ¿Te importa realmente o es suficiente la satisfacción de saber que has superado el reto de llevarlo a cabo?
Cuando un trabajo se cobra y no se difunde, uno se consuela pensando en un futuro libro recopilatorio o en divulgarlo por internet. Mucho peor es cuando un trabajo realizado es publicado y no se llega a cobrar nunca.
Tú has hecho bastantes trabajos para organismos oficiales a lo largo de los años. Desde la perspectiva que te da el conocer ese mundillo por dentro, ¿crees que se avanza algo en el reconocimiento del cómic como medio válido para transmitir ideas? Y, en cualquier caso, ¿qué beneficios prácticos crees que podría tener ese reconocimiento?
Se aprecian algunos signos que apuntan leves esperanzas en esa dirección, pero no creo que sean significativos. La gente es muy burra. Los mismos aficionados de los tebeos a los que se les llena la boca pidiendo el reconocimiento de su medio favorito desprecian, sin embargo, por ejemplo, el arte contemporáneo. Así en general. No una u otra obra: todo el arte contemporáneo. No son conscientes de que esa misma actitud garrula de mostrar desprecio por lo que se desconoce es la que lleva a la cultura oficial a despreciar la historieta.
En cuanto a los beneficios de que esa actitud cambiase, la consideración institucional podría tener como resultado una mayor consideración popular, cosa que siempre viene bien para vender más tebeos, para que la gente se culturice un poquito y para que a los que nos dediquemos a esto nos traten mejor, pero también tendría algunas desventajas de importancia. La desconsideración oficial y popular que vivimos ahora se materializa en libertad. La historieta española es una industria muy independiente. Los dibujantes de tebeos sobrevivimos como podemos, pero reconozcamos que hacemos un poco lo que nos da la gana, que el lector dispone de una oferta variadísima de productos que puede comprar y que en el sector estamos solo aquellos a los que de verdad nos interesa esto. Como no llamamos la atención y nuestro pastel es tan pequeño, no vienen a tocarnos demasiado los cojones los oportunistas o los que quieren sacar cacho.
Y es que cuando se piensa en un escenario autóctono en que la historieta estuviera considerada tendemos a pensar en Francia. Pero esto no es Francia. Aquí cuando un medio popular tiene consideración mediática e institucional sucede lo que ha sucedido con el cine. Imaginemos si los tebeos en nuestro país fueran algo así como el cine. Los editores dejarían de ser unos colegas con los que nos tomamos cañas, todos los aprovechateguis del país comenzarían a hacer sus chanchulletes con los tebeos de por medio y los proyectos menos comerciales estarían condenados a la marginación.