Mister Wonderful (Daniel Clowes)


Mister Wonderful (Daniel Clowes). Random House/Mondadori, 2012. Cartoné. 28×16 cm. Color. 80 págs. 15’90 €

Dan Clowes es uno de los autores estadounidenses más importantes de los últimos veinticinco años. Fue motor de la escena independiente en los ochenta y noventa y hoy es una de las cabezas más visibles de la novela gráfica. Ha alcanzado la madurez en un estado de gracia que hace que cada nuevo trabajo suyo se espere con la expectación que sólo provocan los maestros. Es muy difícil pensar en un cómic de Clowes que no ofrezca algo interesante a algún nivel, incluso en sus obras fallidas, si es que las tiene. Mientras esperamos que aparezca en el mercado español The Death Ray —para mí su mejor tebeo—, nos llega Mister Wonderful de la mano de Random House/Mondadori en una excelente edición.

Mister Wonderful, al contrario que la mayor parte de las obras de Clowes, no fue serializada en su Eightball, sino que apareció por entregas en The New York Times Magazine. También podía leerse on line, y ambas circunstancias marcan su formato, que, en la edición en libro, se traduce en uno apaisado. Por supuesto, el primer impulso a la hora de afrontar su lectura es pensar que todo esto ha domado a Clowes, que ha tenido que contenerse dado el público al que se dirige. Y es cierto que aquí no tenemos el hermetismo de David Boring o el extremismo del protagonista de Wilson, pero sería un error creer que Clowes se ha contenido. Simplemente ha encontrado otras maneras de ser subversivo.

Mister Wonderful trata de una cita a ciegas que tiene lugar una noche y lo que pasa a la mañana siguiente. Nada más. Y nada menos. Todo lo vivimos a través de Marshall, que acude a un bar para encontrarse con su cita. Marshall es un cuarentón separado, sin hijos, sin demasiados amigos, que acaba de perder su trabajo. Ha fracasado de todas las formas en que la sociedad actual establece que puede fracasarse, y aunque en algunos momentos se atisban ramalazos de Wilson en su carácter, Marshall es un tipo bastante menos raro, aunque como buen personaje de Clowes tenga sus cosas. Desde las primeras páginas, que narran la espera por parte de Marshall de su pareja, ya vemos un personaje humano y tridimensional, con ese carisma extraño que tienen los grandes personajes de Daniel Clowes, y que no le abandonará hasta el final.

Toda la peripecia de Marshall y su cita, Natalie, y su deambular de un escenario a otro, nos llega a través del monólogo interior del primero. El monólogo interior es una técnica narrativa complicada, con la que es muy fácil caer en el tópico y en errores, pero que Clowes maneja de manera impecable.  Es un monólogo interior consciente de serlo —“¿Por qué me menosprecio hasta en mi monólogo interior?”, llega a preguntarse Marshall—, y ese reconocimiento ya permite una literaturización que el lector aceptará sin preguntarse si es o no artificial. A través de esta técnica calamos a mayor profundidad en la personalidad del hombre, conocemos sus inseguridades y sus rarezas, pero, y eso no puede olvidarse, es un relato subjetivo en el que el narrador miente y omite cuestiones que tendremos que imaginar. Y me parece admirable cómo lo hace Clowes. Porque en un texto literario, en principio esto es más sencillo: toda la información nos llega a través del texto, y lo que se desee callar basta con no contarlo. Pero en un medio visual como el cómic, esto sólo sería posible de manera indirecta, por ejemplo mostrando a un personaje hablando a cámara y contando su historia. Pero si se hace, como aquí, simultaneando narración y acción, ¿cómo preservar el filtro del narrador en primera persona? Clowes ingenia un sistema que funciona perfectamente. Los cartuchos de texto que contienen el relato de Marshall se superponen a los bocadillos de diálogo de los personajes —sobre todo de Natalie— cuando no les está prestando atención, perdido en sus propios pensamientos, de manera que sólo captamos las mismas palabras sueltas que capta él. Del mismo modo, cuando Marshall quiere pasar por encima de algún suceso incómodo, del que no se siente orgulloso, el cartucho con su justificación nos tapa la imagen. Es un recurso relativamente simple, que puede verse, de manera parecida, por ejemplo en la obra de Seth, o incluso en Maus, pero muy efectivo, y cuyo uso Clowes refina hasta la perfección formal. El lector, claro, obtiene un relato incompleto, le falta información, y quedan cabos sueltos, pero es totalmente intencionado, y será nuestra labor completar esos huecos.

No es lo único destacable en Mister Wonderful. Clowes también muta su estilo, como sucede en Wilson, aunque aquí, al no haber capítulos, esos cambios quedan integrados en la narración principal, y sirven, por ejemplo, para ilustrar secuencias que Marshall se imagina. De un modo similiar, el uso de flashbacks conlleva un tratamiento diferente del color. Pero quizás uno de los recursos más sorprendentes consiste en la manera que tiene de sacarle partido al formato apaisado para sorprender al lector con viñetas a toda página poco convencionales: un primerísimo plano de los ojos de Marshall, una onomatopeya, enorme, un plano general de la ciudad casi completamente negro… Son sorpresas que asaltan cada diez o doce páginas y que sirven también de puntos y aparte para el relato.

Todo esto hace que Mister Wonderful sea un cómic apasionante y absorbente, sin fallos. No se me ocurre cómo esto podría haberse contado de la misma manera mejor. Clowes consigue que la historia de este extraño enamoramiento nos resulte tan banal como cualquier otra y tan especial como lo es siempre para los implicados. Hay una crítica clara al concepto del amor, a las relaciones en general, al mostrar como estos dos individuos, ya en los cuarenta años, solos, asustados, se echan desesperados en los brazos el uno del otro, pero al mismo tiempo, tiene algo de esperanzador. Es un relato adulto, en todos los sentidos, en el que un maestro que domina ya totalmente el lenguaje que ha elegido hace justo lo que quiere hacer: una historia sobre dos personas grises, totalmente comunes y corrientes, y sobre todo, acerca de la incomunicación, quizás el gran tema de la obra de Dan Clowes.