No cambies nunca (David Sánchez)

No cambies nunca (David Sánchez). Astiberri, 2012. Cartoné. 17×24 cm. 96 págs. Color. 16 €.

David Sánchez es uno de los historietistas jóvenes más interesantes del panorama nacional. Con su anterior cómic, Tú me has matado (Astiberri, 2010) ganó el premio Josep Toutain al mejor autor revelación en el Saló del Cómic de Barcelona de 2011. Aquel tebeo me pareció muy bueno, pero también tuve la sensación de que sus influencias —sobre todo Charles Burns y determinadas películas de David Lynchtapaban demasiado la voz del propio Sánchez. Y yo quería escucharla, porque intuía que tenía mucho que decir. Y ahora, un par de años después, descubro con No cambies nunca que no me equivocaba. Su nuevo tebeo deja un poco pequeño a Tú me has matado, pero eso sólo puede ser positivo: David Sánchez ha dado un salto cualitativo bestial, en un intervalo de tiempo muy corto, de una obra larga a otra. Y eso no es muy habitual.

            Estilísticamente sabe muy bien dónde se mueve, qué quiere hacer. Una plantilla de viñetas de dos por tres, muy férrea, que rompe en pocas ocasiones y siempre con un fin, un color enfermizo, lleno de verdes mustios y blancos de hospital, y un trazo limpísimo, sin una línea fuera de sitio, sin una sola mancha, heredero de Burns pero también de la línea clara francobelga. Es un dibujo magnético. Hay viñetas espectaculares, perfectas, dibujadas casi exclusivamente a base de rectas, por ejemplo un edificio en las primeras páginas brutal, con el que es imposible no acordarse de Chris Ware. Hay también una fijación con los planos cenitales sobre personajes tumbados en camas o camillas, momentos que suele aprovechar para romper la composición de página con viñetas más grandes.

            Esa perfección formal que Sánchez parece buscar obsesivamente genera una engañosa frialdad que contrasta con lo que se nos está contando y con muchas escenas realmente incómodas, empezando por esa rata blanca que abre la historia y que se graba en las retinas y continuando casi por la página que queráis. Son imágenes venenosas, que se meten en el cerebro sin que nos demos cuenta. Tras una primera lectura uno se queda descolocado, sin saber muy bien qué ha pasado en el rato que ha estado leyendo. Luego sigue con su vida, va a la compra, a clase, o a la cola del INEM, y de repente, sin querer, una de las viñetas de No cambies nunca te asalta, y no te suelta, y entonces te das cuenta de que no puedes parar de darle vueltas a un cómic que causa una desazón incómoda y a la vez adictiva. ¿Por qué? Porque su hermético relato no es lineal pero sugiere un sentido, una trama oculta en sus páginas, un mapa invisible que relaciona los acontecimientos entre sí. Hay un reparto de personajes de los que no sabemos apenas nada, que se cruzan fugazmente, hay una especie de ¿alienígenas?, hay experimentos científicos… o no. Porque quizás el truco esté ahí, y nada sea lo que parece. O tal vez la clave está en el orden de las escenas. O en los pequeños detalles que van apareciendo, como ese cuadro de un mandril, o una lata de Tab. No lo sabemos. Quizás no lo sepamos nunca. Pero tenemos que seguir intentando descifrarlo, estamos obligados y ése es el gran mérito de Sánchez, porque, a pesar de que en una primera lectura pueda parecer que estamos ante un cómic loco, cuando uno reflexiona se da cuenta de que no, de que hay un sentido detrás de esa locura. Hay algo, no sabemos qué, que no podemos alcanzar.

            Tal vez éste sea el motivo de algunas de las críticas que se le han hecho a No cambies nunca en estos primeros días de vida del tebeo. Efectivamente, quien busque en la ficción la coherencia y la lógica que no tiene la vida real, probablemente no disfrute de este cómic. Nos hemos acostumbrado a un modelo de ficción transparente, obvio, en el que todo, una vez terminamos la obra, está explicado de forma clara. Y por eso cuando nos topamos con una historia atípica en su planteamiento y en su puesta en escena nos sentimos desconcertados, incluso, como he llegado a leer, estafados. Porque No cambies nunca no ofrece respuestas, e incluso diría que ni siquiera plantea preguntas: expone una serie de escenas divididas en tres capítulos y es cosa del lector lo que hace con ellas. La falta de información adicional que rodea a la acción —por ejemplo, apenas hay cartuchos de texto que nos sitúen en el espacio o el tiempo— impide que tengamos demasiado a lo que agarrarnos: no sabemos por dónde empezar para encontrar esa verdad oculta que nos obsesiona. Aunque quizás a alguien le bastará con la sensación malsana que transmite el tebeo y las visiones que la acompañan. Y todas las lecturas podrán ser válidas.

            Creo que No cambies nunca es un cómic perturbador. Un artefacto peligroso, que destruirá nuestra psique equilibrada a golpe de autopsias, transexuales y zoofilia. Y sí, claro, evidentemente, no es un tebeo que vaya a gustar a todo el mundo. Pero tenemos que dejar de pensar de una vez que eso es un defecto, una opinión que quizás en el cómic aparece con más insistencia por su historia como medio, por lo que tradicionalmente ha sido. Da lo mismo: este debate ahora no toca. Lo que toca es decir que David Sánchez ha hecho el tebeo que quería hacer, y que No cambies nunca es y será uno de los mejores cómics, españoles o no, de 2012.