Un largo silencio (Francisco Gallardo & Miguel Gallardo)


Un largo silencio (Francisco Gallardo & Miguel Gallardo). Astiberri, 2012. Cartoné. 72 págs. Tres colores. 15 €

Cuando en 1997 Miguel Gallardo publico Un largo silencio con Edicions de Ponent, seguramente no imaginaba que su título, además de alegórico del pasado, sería casi una profecía de futuro. Porque los 15 años transcurridos desde entonces hasta la nueva edición de Astiberri de esta obra han venido acompañados de un largo silencio, tres lustros en los que uno de los mejores cómics de Gallardo apenas si era un recuerdo en la mente de los aficionados más veteranos y un objeto imposible de encontrar para el resto. Una situación injusta que ahora se solventa para un cómic que, casi sin ninguna duda, encontrará hoy en día un público mucho más preparado para recibir su peculiar propuesta.

El esqueleto de Un largo silencio es un texto de poco más de 30 páginas escrito por Francisco Gallardo, padre del dibujante, en el que narra su infancia, su juventud y su participación en la Guerra Civil. Ese texto viene acompañado de otra veintena larga de páginas dibujadas por su hijo, Miguel, donde se ahonda en algunas de las vivencias narradas en el texto, dotándolas del tono dramático del que las palabras del padre carecen. Porque, si por algo se caracteriza esta historia que en cierto modo bebe de Maus y anticipa El arte de volar, es por el desapasionamiento y la naturalidad con la que el padre, en primera persona, relata situaciones en las que estuvo a punto de perder la vida. Un tono que, lejos de dar como resultado una narración fría y distante, acerca al lector a los hechos gracias a la enorme sinceridad que desprende. Tal vez la clave esté precisamente en ese largo silencio, en esos 36 años en los que, bajo el régimen franquista, el padre no se atrevió o no quiso contar su historia. Tiempo suficiente para sopesar los hechos, para hacer balance y para adquirir conocimiento del alma humana. Francisco Gallardo estuvo en el bando republicano porque simpatizaba con aquellas ideas, sí, pero sobre todo porque era lo que le tocaba. En su relato no carga en ningún momento las tintas contra el bando nacional ni lo pinta más cruel o inhumano que el republicano. Como suele decirse, en todas partes cuecen habas, y al final lo que importa es precisamente en casa de quién hay habas que cocer y en casa de quién no. Prácticamente el único momento en el que Francisco hace evidente su desencanto y frustración es aquel en el que, tras la guerra, solicita ayuda a una señoritinga a la que él ayudó previamente y encuentra como única respuesta la altanería y la indiferencia: “en aquel momento comprendí que la clase a la que yo pertenecía era la de los fantasmas y las sombras y con ellos me volví”. Y allí se quedó hasta que su hijo Miguel lo arrastró de nuevo hasta la luz pública con su libro.



Un largo silencio viene también aderezado con abundantes bocetos de Gallardo y con fotografías de la época y papeles oficiales relevantes. Es, por tanto, un documento que se inserta con fuerza en la realidad, a lo que también ayuda el dibujo de Gallardo. Alejado ya por aquel entonces del cómic y sumergido en el ámbito de la ilustración, Gallardo retoma en esta obra las viñetas aparcando por completo los dibujos animados, a EC Segar y otros referentes tan “de cómic”, y opta por un dibujo despojado, tenso y expresivo enraizado en la estética de pintores como George Grosz y una puesta en página más simbólica que narrativa. Tal vez porque el padre escribe de una forma muy natural y visual o tal vez porque el hijo es un virtuoso de la síntesis, el lector apenas si percibe diferencia entre los fragmentos de texto y los fragmentos dibujados, más allá de la admiración que siempre produce el grafismo de Gallardo. Sin embargo, Un largo silencio no fue especialmente bien recibido por el público en su edición original. Para los aficionados a la literatura, aquello no era una novela, y para los aficionados al cómic, aquello tenía mucho texto y muy pocas viñetas. Es cierto que fue reconocido por la crítica, pero el público general no acabó de entender una obra de apariencia tan heterogénea, tan inclasificable. Afortunadamente, los tiempos han cambiado y todo parece indicar que el lector actual puede llegar a disfrutar enormemente de esta propuesta, máxime cuando el término novela gráfica parece acuñado ex profeso para ella. Esperemos que así sea, porque Un largo silencio lo merece.

“Mi padre fue un héroe”, dice Gallardo en la primera viñeta del libro, mostrando a un padre en posición anodina rodeado de macetas. Y es cierto, su padre fue tan héroe como el padre de Antonio Altarriba, o el de Art Spiegelman, pero no por haber demostrado arrojo y valentía durante la guerra, sino por haber soportado sus consecuencias a lo largo de muchos años y por haber podido continuar una vida ya sin sueños ni esperanzas. Que sus hijos hayan querido encarnar al padre y ofrecer su vida al público a través del prisma del arte demuestra que no lo hicieron del todo mal.