Una colmena en construcción (Luis Durán)

Una colmena en construcción (Luis Durán). Norma, 2012. Cartoné. 17×24 cm. 392 págs. Color. 25 €

Luis Durán es uno de los grandes autores españoles contemporáneos, al que se ha echado de menos en estos últimos años. Desde El mago descalzo (2008), el que hasta entonces había sido un historietista extremadamente prolífico, de dos y hasta tres obras largas por año, había desaparecido sin dejar ni rastro, para reaparecer ahora, cuatro años después, rodeado del mismo silencio con el que se marchó. Esta vez publica de la mano de Norma Editorial Una colmena en construcción, que es también su tebeo más extenso hasta la fecha.

            Durán ha seguido siempre su propio camino, de estilo y tono muy marcados y personales, pero al mismo tiempo creo que su figura puede verse, en cierta medida, como el eslabón perdido entre el cómic de autor de los ochenta y el actual fenómeno de la novela gráfica. Empezó a publicar un tipo de obra inclasificable en un momento, finales de los noventa, en el que en España no había mucho para acompañarla. Se adelantó también en formato: probablemente no había otro autor español con el que las editoriales se arriesgaran a sacar tomos de tantas páginas. Por eso lo considero como un pionero, alguien que empezó a publicar de una manera que hoy es habitual.

            Y ése es el motivo de que tuviera tantas ganas de leer Una colmena en construcción, y comprobar cómo se amoldaba Durán a estos nuevos tiempos —porque parece increíble, pero el mundo del cómic español que él dejó en 2008 es muy diferente al de 2012—, en el que han ido apareciendo dibujantes muy jóvenes que están trabajando a un nivel altísimo y experimentando con el lenguaje de formas nuevas y atrevidas.

            El resultado no podía ser mejor. Este cómic me ha parecido una maravilla, de lo mejor de la carrera de Durán. Él siempre ha mantenido una línea coherente, basada en ideas y textos muy cuidados, con un tono entre lo onírico y lo mundano con una fuerte influencia del realismo mágico, y su querencia por el pasado y el mundo infantil. Es un contador de historias en el sentido más puro del término: conoce los mecanismos clásicos y sabe crear en cada una de sus obras un universo simbólico que tiene un poder evocador incuestionable. Sus protagonistas siempre son personas de imaginación desbocada que no terminan de encajar en el mundo real y atraviesan un proceso de búsqueda interior, hasta que se encuentran a sí mismos y se reafirman en su diferencia. En tiempos, recuerdo escribir que el problema de Durán era precisamente que siempre contaba esa misma historia de búsqueda personal; hoy me inclino por no darle tanta importancia a esto —al fin y al cabo, ¿cuántas historias básicas hay?— y centrarme más en otros aspectos de su obra: la ambientación, los personajes, las imágenes, los símbolos.

            Todo esto está en Una colmena en construcción. Es un tebeo que tiene todo lo que esperamos de Durán, pero que además tiene una fuerza nueva, quizás fruto del tiempo que ha tenido para dibujarlo, unas ganas de dar lo mejor de sí mismo que se habían diluído un poco en sus últimos cómics, posiblemente acusando la velocidad con la que los dibujaba. Pero aquí se nota que se ha tomado su tiempo, y también que se ha soltado muchísimo. El dibujo está, como siempre, extraordinariamente cuidado. El estilo geométrico de Durán puede no gustar a todo el mundo, pero funciona. Y a mí, la verdad, me fascina, me parece que hay pocos dibujantes en España con tal riqueza de recursos y habilidad para contar una historia con dibujos. Y aunque yo siempre lo prefiero en blanco y negro, el color de Una colmena en construcción es fantástico, y dota al dibujo de matices y volúmenes que serían imposibles sin él. En el diseño de página se arriesga mucho más que antes, y es fácil encontrarse con algunas que de un modo similar al que explora Chester Brown en Pagando por ello —aunque supongo que será casual la semejanza— tienen sólo dos o tres viñetas, y queda la mayor parte de la página en blanco. Esto le da un ritmo al cómic muy pausado, donde los silencios son visuales, y Durán no tiene miedo de tomarse el tiempo y el espacio que requiere cada secuencia. El resultado es de una efectividad estética incuestionable, pero además se ajusta perfectamente a lo que pide una historia como la que está contando.

            Y hablando de la historia, llevo más de un folio escribiendo y todavía no he dicho nada de ella. Prefiero no hacerlo demasiado, la verdad. Sólo que, como suele pasar en los cómics de Luis Durán, en realidad hay varias historias entrecruzadas, pero sobre todo es una exploración del tema clásico del doble tremendamente original, y una inmersión en el mundo de la infancia llena de referentes que perfectamente podrían pertenecer a la niñez del propio autor: los Exin Castillos, las novelitas de Estefanía, los piratas de plástico ocultos en los tambores de detergente. Todo ello construido sobre las bases sólidas de un reparto tan atractivo como siempre, al que sólo puede criticársele lo desdibujado y anodino de todos los personajes femeninos. Y un remate final borgiano y brillante, quizás el mejor que le recuerdo.

            La vuelta de Durán y su excelente estado de forma es una de las mejores noticias del año en el cómic español. Para mí ha sido un enorme placer leer un nuevo tebeo del que es desde hace años uno de mis autores favoritos. Ha vuelto con fuerza, con ganas, y con el pulso de los tiempos muy bien tomado. Esperemos que sea para quedarse, porque su estilo único y su manera de contar historias enriquecen enormemente el panorama nacional.