Mitos conocidos, soldados desconocidos

Con motivo del fallecimiento de Joe Kubert, recupero un artículo que escribí como prólogo para El Soldado Desconocido (Planeta, 2009).

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MITOS CONOCIDOS, SOLDADOS DESCONOCIDOS

“Soy el soldado desconocido
Y tal vez morí en vano,
Pero si estuviese vivo y mi país llamase
Volvería a hacerlo todo de nuevo.”
El soldado desconocido, de Billy Rose

El Soldado Desconocido no nace en los cómics: desgraciadamente nace en las guerras. Hace más de siglo y medio se levantaban los primeros monumentos para honrar a este soldado genérico, este héroe sin rostro caído en el campo de batalla. Desde entonces muchas son las tumbas que en distintos países honran la memoria de aquellos combatientes que en el colmo de la mala fortuna no solo murieron, sino que ni tan siquiera contaron con el consuelo post mortem de ser despedidos por sus seres queridos. El Soldado Desconocido es cada uno de esos individuos y no es ninguno de ellos. El Soldado Desconocido, igual que el Héroe, es una figura simbólica en la que englobar todas las virtudes deseables en un ser humano. No importa que algunos de aquellos soldados desconocidos (así, con minúsculas) fueran ruines, cobardes o ambiciosos. Lo que importa es que al sacrificarse y morir por un ideal, por aquellos que no pueden defenderse por sí mismos, traspasan la barrera de la historia para entrar a formar parte de la leyenda. El hecho de que su muerte incurra además en la macabra pirueta de un cuerpo irreconocible o simplemente desvanecido para siempre, no hace sino revestirla de una aureola mítica. No, no importa que sepamos racionalmente que muchas veces en la mente de ese soldado no entraban ni la lucha, ni el sacrificio, ni, evidentemente, la muerte. Para paliar la culpa del superviviente no tenemos más remedio que recordarlo como un héroe.

Antes de que El Soldado Desconocido se encarnase en las páginas del cómic que tienes entre manos ya había protagonizado otras obras de ficción. Desde el poema con que se abren estas líneas hasta la novela de Väinö Linna (una institución literaria en su país, Finlandia) y sus adaptaciones cinematográficas. También había sido, sí, personaje de cómic: en 1941, con la 2ª Guerra Mundial en marcha, esa figura heroica era demasiado obvia y simbólica como para no convertirla en uno de aquellos superhéroes tan de moda. Superfuerte y capaz de volar, aquel primer soldado desconocido de cómic, espíritu de un ideal capaz de materializarse físicamente cuando era necesitado, fue publicado por Ace Comics hasta el fin de la Guerra.

En 1966, DC retoma la idea, concretamente en el número 168 de Our Army at War, con una historieta titulada ¡Yo conocí al Soldado Desconocido! protagonizada por el popular Sargento Rock. Nos encontramos en una época de esplendor para el cómic bélico en DC, que cuenta con varias cabeceras dedicadas al tema bajo la dirección editorial de Robert Kanigher primero y Joe Kubert después, donde se crean y desarrollan varios personajes que han ido resurgiendo a lo largo de los años: el propio Soldado Desconocido, el Sargento Rock y la Compañía Easy, el As Enemigo, el Tanque Encantado o Los Perdedores. La mencionada historieta está escrita y dibujada respectivamente por dos de los máximos exponentes de este tipo de cómics, precisamente Kanigher y Kubert. En su momento no pasa de ser otra historia más de guerra en la que se introducen el misterio y el elemento fantástico, pero en 1970 Joe Kubert en solitario recupera la idea para dar el pistoletazo de salida en Star Spangled War Stories nº151 a una serie protagonizada por El Soldado Desconocido que demostraría ser de largo recorrido. Ciertamente, solo es el concepto genérico del héroe de guerra impersonal lo que Kubert adopta, dotándolo ahora de una apariencia más elaborada (cara vendada y gabardina), de una inusitada habilidad para el disfraz y encomendándole misiones específicas capaces de cambiar el rumbo de la guerra. De hecho, cuando en uno de aquellos números de Star Spangled War Stories se reimprime la historia original protagonizada por el Sargento Rock, no resulta fácil ver en aquel soldado desconocido a esta nueva creación de Kubert.



Pero si algo hay que reconocerle a la industria del ocio estadounidense, es que sabe construir mitos. Mientras en Europa a menudo adoptamos la mirada crítica (ahí están todos esos soldados desconocidos antiheroicos de Jacques Tardi en La guerra de las trincheras), en Estados Unidos son capaces de vendernos el famoso “war is hell” a la vez que ensalzan las proezas e ideales de los combatientes. En la mayoría de títulos bélicos de DC la guerra era denostada y mostrada libre de todo romanticismo, los campos de concentración y los horrores del Holocausto llegaron a aparecer (¡fotografiados!) en El Soldado Desconocido, y a partir de cierto momento las historias se cerraban con un sello en el que podía leerse “make war no more”. Estados Unidos hundía sus pies en el barro de la Guerra de Vietnam, y ni los cadáveres repatriados, ni los veteranos mutilados, ni los jóvenes pacifistas parecían reforzar el orgullo patrio o impulsar el ardor guerrero. Y sin embargo aquellas eran historias con héroes y villanos (pero sobre todo héroes) donde los valores positivos que trataban de transmitirse quedaban meridianamente claros y donde el luchador humilde y anónimo cobraba el protagonismo de la inocencia. Durante más de un lustro, El Soldado Desconocido caminó por el filo de la navaja que separaba la apología bélica del heroísmo patriótico y la mitificación del sacrificio inútil.



Evidentemente, todo esto no habría sido posible sin la aportación de unos autores eficaces, a menudo contundentes e imaginativos. Joe Kubert fue el primero y tal vez el más recordado gracias a la expresividad y vitalidad de su trazo, a la espectacularidad de sus encuadres. Incluso cuando dejó de dibujar la serie continuó encargándose de las portadas y a veces de la primera página o de repasar algún rostro o figura. Relativamente pronto, Kubert fue sustituido por Bob Haney a los guiones (creador de los Jóvenes Titanes de la Silver Age, Metamorfo o Caín, entre otros), un autor con un especial interés en tratar temas sociales en sus historias. Haney fue reemplazado a su vez por toda una institución en el mundo del cómic, Frank Robbins, ese alumno aventajado de Milton Caniff que contaba ya en su haber con la creación en 1944 de un clásico del cómic bélico, Johnny Hazard. Durante casi toda su etapa Robbins hizo pareja artística con Jack Sparling, un dibujante todo terreno de formación clásica que a pesar de no resultar tan impactante o inmediatamente reconocible como Kubert, supo resolver con oficio y claridad (y algún que otro destello narrativo) los guiones propuestos. En el último tramo de la serie un bisoño David Michelinie (que años más tarde escribiría algunas de las páginas más memorables de la historia de Iron Man) tomó el relevo de los guiones de manos de Robbins. Acompañándole en el apartado gráfico, otro recién llegado, Gerry Talaoc con su inconfundible dibujo de la escuela filipina que inundó el mercado norteamericano a principios de los años setenta.



Tras la etapa bajo el título Star Spangled War Stories, que culmina en el número 204, El Soldado Desconocido se ganaría su propio título (respetando la numeración precedente) que se extendería hasta 1982. Entre 1988 y 1989 DC recuperó al personaje en una serie limitada de 12 capítulos, y en 1997 hubo una nueva e interesante miniserie de 4 números firmada por Garth Ennis y Kilian Plunkett dentro del sello Vertigo. De nuevo bajo dicho sello apareció en 2008 una serie regular dedicada al personaje realizada por Joshua Dysart y Alberto Ponticelli, que continúa publicándose a día de hoy. ¿El retorno de El Soldado Desconocido? No, porque como sucede con los buenos mitos y leyendas, nunca nos abandonó del todo.