El héroe 2 (David Rubín)

El héroe 2 (David Rubín). Astiberri, 2012. Cartoné. 17×24 cm. 288 págs. Color. 25 €

Hace algo más de año y medio Astiberri publicó la primera parte de El héroe de David Rubín, que me dejó maravillado y al mismo tiempo preguntándome qué podíamos esperar de su continuación, y si estaría a la altura de la expectación que generaba. La espera se ha hecho eterna, por lo menos para mí, pero al fin tenemos la respuesta.

Si en El héroe 1 se nos contaba la infancia y adolescencia de Heracles, en el segundo éste ya es un adulto que empieza a ser consciente de su lugar en el mundo, que entiende su poder y está harto del control que Euristeo ejerce sobre él debido a los designios divinos. El tono se oscurece y la fantasía brillante del primer volumen deja paso a otra más dura, donde un héroe crepuscular sufre en sus carnes las consecuencias de desafiar a los dioses y al poder establecido. La referencia a The Dark Knight Strikes Back de Frank Miller es obligada y su influencia ampliamente reconocida por Rubín, pero creo que va más allá de eso y retuerce a su Heracles de manera diferente, y bastante más dura. Hay momentos en El héroe 2 brutales, que dejan helado por su crudeza y carga emocional. Empezando por el segundo capítulo, mudo e impresionante, y terminando por un clímax perfecto. La intensidad del relato no para de crecer, con ritmo medido y templado. Al mismo tiempo, la acción que caracterizó a la primera parte sigue presente, aunque también gana peso el desarrollo de Heracles y su relación con otros personajes de los mitos griegos, reinterpretados con ingenio. Es un tour de force como pocas veces se ha visto, pero que no acaba en lo argumental.

Con El héroe 2 Rubín confirma un paso adelante cualitativo en su carrera, que creo que se debe, sobre todo, a un cambio de actitud con respecto al medio en el que trabaja. Ha abandonado definitivamente cualquier convencionalismo estético, narrativo o comercial y ha roto con los viejos paradigmas para asumir una verdad que nunca ha estado tan clara: que el cómic es un arte libre, como todos, y que un creador puede hacer lo que le dé la gana. No es que antes se contuviera, porque de hecho Rubín siempre ha sido un autor de extremos, que no concibe la tibieza, pero El héroe, en conjunto, es un salto al vacío sin red, obra de un autor que cree en lo que está haciendo y lo hace vaciándose, sin reservar ninguna bala en la recámara, volcando todo lo que tiene dentro en sus páginas.

Su evolución como autor es evidente, por otra parte. El héroe supone un proceso de aprendizaje constante y palpable en cada página, y si su primera parte era buena, la segunda es impresionante. Experimenta con la secuenciación, el ritmo, las viñetas, las onomatopeyas o los globos de texto y llega a soluciones narrativas verdaderamente complejas y depuradas, que además están perfectamente integradas con el contenido. Ninguna es superflua y todas tienen sentido dentro lo de que se está contando, que al fin y al cabo es lo que tiene verdadero valor: el ejercicio de estilo por el ejercicio de estilo funciona a determinados niveles, pero acaba siendo hueco. Rubín ha asumido todas sus influencias —el citado Miller, Kirby, el manga shonen, la BD de aventuras…—, las ha comprendido y fusionado en algo único y personal. Ha labrado su propio camino desbrozándolo con osadía, asumiendo tradiciones diferentes sin limitarse a replicarlas sin más. Viene de los géneros y llega a lo personal, sin volverles la espalda, dotándoles de nuevos significados e insuflándoles nueva vida. Es un proceso intelectual, pero que se apoya en el compromiso absoluto del autor con su obra y en una enorme capacidad de trabajo. En El héroe Rubín no deja nada al azar, y no hay una sola página de transición o rutinaria. En cada una se vuelca e intenta hacer algo especial y diferente. Rubín consigue que El héroe sea un viaje alucinante que funciona a la perfección, y en el que el lector experto verá las influencias que mencionaba antes, pero también una más general del Mazucchelli de Asterios Polyp o, sobre todo, de Chris Ware, de un modo indirecto, quizás, nada obvio. Fijándose en cómo experimentan otros Rubín encuentra su propio modelo, un lugar donde sentirse cómodo y desde el que expresar lo que tiene dentro. Porque, al final, El héroe no es sólo una historia increíble, sino que también es una auténtica declaración de intenciones como artista.

Pero semejante despliegue de talento y pasión tiene, más allá del análisis formal que podamos hacer, un fin más emocional, en realidad. David Rubín ha conseguido recuperar la sensación alucinante que teníamos cuando leíamos un tebeo de superhéroes de niños, esa maravillosa certeza de que cualquier cosa podía suceder. La magia se fue perdiendo, en parte porque nosotros nos hacíamos más viejos, y en parte porque aquellos tebeos cambiaron, pero El héroe, que es un cómic de superhéroes que no se limita a emular los cómics de superhéroes anteriores, es capaz de recuperar esa magia perdida e incluso llevarla un paso más allá. Por eso se lee con emoción, con la boca abierta de sorpresa, con miedo y alegría, y sin renunciar por ello a la lectura adulta. Rubín ha creado un cómic único que se mueve entre dos mundos y admite distintos niveles de interpretación. De hecho, ese sense of wonder no es lo único que recupera Rubín. Con El héroe, una historia de superhéroes vuelve a conectar con su momento histórico y a tomarle el pulso a la realidad. Hace décadas, Spiderman se enfrentaba al problema de las drogas, o el Capitán América contemplaba cómo Nixon se suicidaba. Hoy, los cómics siguen siendo un producto de su tiempo, pero rara vez hablan sobre él de manera consciente. Se prefiere demasiado frecuentemente el escapismo al compromiso. El héroe 2 sí asume una conciencia, aunque no sea de una manera explícita. Se habla de la crisis de valores, del abuso del poder, y de la necesidad de levantarse y romper cadenas. El camino a la libertad de Heracles puede ser el nuestro; con sus hazañas parece decirnos que nosotros también podemos cambiar el mundo.

Y al mismo tiempo ese camino del héroe también puede ser el del propio Rubín, que ha roto sus cadenas particulares y ha abrazado la libertad definitiva y todas sus consecuencias. Con ella ha alumbrado dos libros que entran por derecho propio en lo más grande del tebeo español de este tiempo, y de todos los tiempos. E inevitablemente surge una pregunta: ¿qué tebeos hará David Rubín dentro de diez, veinte años? No hay prisa, ya se verá. Ahora, como él, a pensar en el siguiente.