
Podría parecer que lo que se plantea con esta situación es una diferenciación entre arte (autor) e industria (editor), pero es obvio que no hablamos de compartimentos estancos y que todo se entremezcla de forma que hace muy complicado establecer un criterio claro. Hay autores que preparan proyectos personales que tratan de vender aquí y allá, hay autores que preparan proyectos con un mercado extranjero en mente o por encargo y hay autores que trabajan perfectamente integrados en una industria extranjera. Imaginemos un escenario en el que la industria española produjese de forma habitual obras de autores extranjeros, como de hecho se ha dado algún caso. ¿Cómo afectaría eso nuestra percepción del asunto? En definitiva, la decisión de Ficomic, independiente del malestar que pueda causar en muchos autores y editores o tal vez precisamente por ello, suscita muchas preguntas interesantes. ¿La obra es de quien la hace o de quien la paga? ¿Hasta qué punto se puede hacer una diferenciación entre una obra personal y una obra de encargo, entre un «autor» y un «profesional»? ¿Qué es más importante, apoyar a la industria o apoyar a los autores? ¿Un autor extranjero que lleva 20 años viviendo en España es español o no lo es? ¿Hay que examinar independientemente cada una de las obras antes de decidir su nivel de españolidad? Ahí quedan esas preguntas, porque aunque en algunos casos concretos no tendríamos dudas en conceder o no la nacionalidad española a una obra, se nos escapan las reglas concretas para hacerlo.