Mi libro sobre el dinero. Esa cosa maravillosa y horrible (Eddie Campbell)

Mi libro sobre el dinero. Esa cosa maravillosa y horrible (Eddie Campbell). Astiberri, 2012. Cartoné. 17×24 cm. 96 págs. Color. 17 €

Eddie Campbell es uno de los autores de cómic adulto más relevante de los últimos treinta años, desde que empezara con su crónica de Alec. Pionero del género autobiográfico, activista de la novela gráfica, Campbell ha vuelto recientemente al mercado español de la mano, una vez más, de Astiberri: Mi libro sobre el dinero. Esa cosa maravillosa y horrible.

Este nuevo cómic está dividido en dos capítulos muy diferentes. En el primero, Campbell analiza el papel que juega el dinero en nuestras vidas desde un punto de vista completamente profano y de andar por casa: no es un análisis de los patrones de la economía mundial ni un tratado de macroeconomía, sino más bien una crónica de como nos afectan y generan circunstancias que nos sobrepasan y escapan a nuestro control. Lo ejemplifica con su propio caso, pero podría ser el de cualquiera. Campbell y su familia se ven llevados a una situación que no controlan en el marco de la crisis, y las visitas a los gestores y asesores financieros se suceden sin que él, un negado para asuntos pecuniarios, pueda hacer gran cosa más allá de guardar su empresa en una caja bajo la cama. El humor ácido de Campbell y la sátira de sí mismo que ha practicado siempre están más afilados que nunca, y son muy efectivos a la hora de conducir al lector por los vericuetos de la historia.

El segundo capítulo es algo parecido a un ensayo en torno a Yap, una diminuta isla del Pacífico donde existe una moneda tradicional llamativa: enormes ruedas de piedra que los propios isleños fabrican. Campbell lleva a cabo una pequeña investigación con fuentes escritas y sobre el terreno, en una visita junto a su mujer, y traza la historia de la isla y los vaivenes de su sistema monetario hasta la actualidad. El cambio de registro de un capítulo a otro es abrupto y puede parecer forzado, pero al final del segundo se ve la conexión y lo que quería conseguir Campbell: demostrar que ambos sistemas, el de Yap y el nuestro, son en el fondo el mismo sinsentido.

De alguna forma, tiendo a considerar cada cómic autobiográfico de Eddie Campbell como una parte de una obra gigantesca que lleva escribiendo desde 1981, una obra tan grande como su vida y que no terminará antes que ésta. Mi libro sobre el dinero es un nuevo capítulo en esta abrumadora historia en curso, y sigue por tanto la senda de Alec y El destino del artista. Aunque Campbell abandona los juegos de identidad y el alter ego de Alec, llevados a sus últimas y geniales consecuencias en El destino del artista, su visión de la autobiografía y el desafío constante a sus límites sigue presente, ya no de forma tan evidente como en la anterior obra —donde un actor interpretaba al autor—, pero aun así palpable. Cuando Campbell dibuja sus discusiones con su familia, o sus conversaciones con sus editores, uno nunca sabe hasta dónde llega la realidad y dónde empieza la ficción. Todo aparece entremezclado, y por eso esas escenas cotidianas y que el lector puede asumir como reales se intercalan con otras imaginarias, como sus encuentros con Shakespeare en un bar.

También se aprecia la continuidad con El destino del artista en su estilo gráfico, ya que sigue en la misma línea experimental. El uso de la fotografía es abundante y atrevido, revolucionario en algunos casos: puede ser simplemente una imagen actuando de viñeta, o un fondo sobre el que dibuja las figuras humanas, o un híbrido extraño y audaz entre imagen real y dibujo, como cuando se dibuja a sí mismo y emplea la fotografía para su pelo. Esa experimentación extrema, que también afecta al color, unida a la atractiva caligrafía manual de Campbell —bien emulada en la edición española—, y la composición de página, llena de pequeñas imágenes y bloques de texto sobre ellas, hacen de Mi libro sobre el dinero un objeto artístico fascinante, raro pero terriblemente atrayente, que me recuerda, por una extraña asociación de ideas, al cambio de registro de Frank Miller con The Dark Knight Strikes Again. Campbell, dibujante extraordinario pero siempre alejado de cánones artísticos fáciles, da aquí un paso más, esperemos que no el último, en ese camino arriesgado hacia la vanguardia, a la que, por definición, nunca se puede llegar. Es, como el mismo ha reivindicado desde siempre, incluso en los tiempos en los que era difícil hacerlo, un artista. Uno con todas las ventajas de la madurez pero que conserva aún el humor y la misma inquietud juvenil que tenía cuando, hace más de tres décadas, escribió aquello de «Danny Grey nunca llegó a perdonarse por dejar a Alec MacGarry dormido en la autopista». Desde entonces, no ha parado de mejorar, y ha creado por el camino una de las grandes obras maestras del cómic, que, afortunadamente, aún no ha terminado.