Hef

En su web oficial, Robert Crumb continúa comentado su opinión sobre distintos personajes de la sociedad y la cultura. En la presente entrega habla sobre Jean-Paul Sartre, Henry Miller, Johnny Carson, Linda Lovelace, Philip Roth, Moebius, Miguel Ángel o Jack Kerouac entre otros, pero nos ha parecido especialmente interesante y reveladora su perorata –con conocimiento de causa– sobre Hugh Hefner, que traducimos a continuación.

———oOo———


ill_pho_us_robert_crumb

Hef! [Ríe] Hicieron un documental genial en 1966, cuando estaba en la cima de su imperio. Tenía la revista Playboy, que gozaba de enorme éxito, estaban en marcha los Clubs Playboy y él escribía esa filosofía de Playboy. Así que alguien hizo ese documental sobre él. Y no es que lo quisieran criticar ni nada, solo querían mostrar todo su entorno. Y el entrevistador le preguntó, «Sr. Hefner, ¿se considera usted un genio?». Y Hefner, fumando su pipa, reflexiona durante un par de segundos, se quita la pipa de la boca y dice, «Sí, creo que me considero un genio». [Ríe] Pero Hefner… un tipo muy cursi. Si, creo que tenía cierto genio editorial, en ese sentido sí que lo era. Pero era muy del medio oeste. Y nunca le perdonaré lo que le hizo a Kurtzman. Ya sabes, cuando Kurtzman abandonó la revista Mad y después Humbug fue un fracaso, anduvo desesperado haciendo cómics para pequeñas revistas como Pageant y Coronet y cosas así. Y a Hefner le gustaba su trabajo. No sé si fue él quien buscó a Kurtzman o como fue exactamente, pero Denis Kitchen tienen las cartas que intercambiaron Hefner y Kurtzman en las que Kurtzman intentaba colocar ideas para Playboy. Y Hefner contestaba con críticas muy desmoralizadoras. Dios mío, lo que hizo fue terrible. Sabía que tenía pillado a Kurtzman, ¿sabes? Y le hacía bailar a su son. Para Kurtzman fue muy desmoralizador trabajar para Hefner. Recuerdo que en cierta ocasión yo estaba en casa de Kurtzman y él estaba trabajando en una historia de Little Annie Fannie para Hefner. Kurtzman me enseñó las respuestas que había tenido de Hefner, porque en cada historia tenía que enviar bocetos de la historia para que los aprobase Hefner. Y Hefner le devolvía los bocetos con un pedazo de papel cebolla sobre cada boceto con las pijaditas de cambios que quería introducir dibujadas en lápiz azul. Así que Kurtzman me los enseñó, había bebido un poco, y se pudo a llorar por la vejación, literalmente a llorar. Decía, «Mira esto. Mira lo que tengo que soportar con Hefner. Vale, le estoy agradecido, me rescató de la pobreza». Kurtzman tenía una gran casa y un hijo autista cuyos cuidados requerían mucho dinero, de manera que necesitaba el dinero. Así que hizo la serie de Annie Fannie. Pero lo que tuvo que soportar de Hefner. Eso siempre me cabreó, de Hefner. Me encontré con Hefner n par de veces. Kurtzman nos llevó a mí, Jay Lynch y su mujer Jane Lynch y Skip Williamson a la mansión Playboy cuando todavía estaba en Chicago. A Kurtzman le preocupaba mucho que ofendiéramos al Sr. Hefner. Y antes de que entrásemos nos dijo, «Por favor, chicos, no hagáis nada fuera de lugar, ¿vale? Por favor, no ofendáis al Sr. Hefner». [Ríe] Así que Skip Williamson, que por aquel entonces era un joven muy rebelde, actuó deliberadamente de forma maleducada y grosera, para que no lo volvieran a invitar.

kurtzman3


Cuando ya era bien conocido entre la comunidad hippie, en el 60 o 70 a algo así, Hefner envió a su editora de cómic Michelle Altman para pedirme que colaborase en Playboy. Pero lo rechacé porque sabía lo que tendría que haber soportado con Hefner.

No es tanto que tuvieras discrepancias políticas con Playboy como que no querías pasar por todas las molestias con Hefner, ¿no?

Bueno, tenía mis críticas políticas al respecto. Las tenía. Y el dinero era tentador. Era muchísimo dinero en aquella época. Pero sabía que no tendría libertad. Hefner no te va a dar libertad. En aquel entonces el dinero no era tan importante para mí. Yo no tenía ataduras y entonces se podía vivir con poca cosa. No veía la necesidad de grandes sumas de dinero. En el underground había una libertad tan total que me había malacostumbrado. Sí, se trataba de la libertad. No podía doblegarme ante aquella gente. Aquella gente estaba completamente fuera de todo por lo que habíamos pasado en la cultura hippie. Esa generación, la de Hefner y toda esa gente de negocios de mediana edad, al acercarse a ti e intentar que trabajases para ellos, solo estaban intentando sacar pasta del rollo hippie. Intentaban sacar pasta y capitalizar ese nuevo mercado juvenil. Y ellos estaban completamente fuera de él. No lo pillaban. Hefner no lo pillaba. ¡Kurtzman no lo pillaba! [Ríe] Kurtzman se acercó más a pillarlo que Hefner. Después de que Playboy tuviese éxito, Hefner se había refugiado del mundo en interior de su mansión Playboy, así que se encontraba en un pequeño mundo propio que él mismo había creado. No creo que supiera qué era lo que estaba pasando fuera de la mansión.

scook_crumbhefner


La mansión Playboy era un sitio muy raro. Fui a una fiesta con Kurtzman, un cocktail por la noche. Fue muy agobiante. Todo el mundo se comportaba de forma muy forzada, la bebida, esos tipos hedonistas, materialistas, de la generación de la Segunda Guerra Mundial. ¿Y las chicas disfrazadas de conejitas? Eso me pareció grotesco. [Ríe] Jane Lynch, que cuando se celebró la fiesta ya estaba en su etapa feminista, se enfrentó a las conejitas de Playboy. Les dice, «¿Cómo podéis soportar la humillación de llevar esos disfraces, ese cinturón estúpido con la cola y esas orejas?». Por supuesto, las conejitas se ofendieron mucho. Ya habían tomado la decisión de aceptar todo aquello por dinero y de repente aparece una chica diciéndoles que están haciendo el ridículo. Una conejita la miró y le dijo, «Bueno, es que pagan muy bien, cariño. Está bien pagado». [Ríe] Pero fue una escena repelente. O sea, Sid Caesar estaba fuera de sí, balbuceando. Y los otros tipos que había allí, tipos más mayores, decían, «Sí, Sid Caesar está loco, loquísimo». Sí, había muchos personajes por allí, pero la atmósfera era muy envarada y artificial. Aunque se suponía que todo debía ser diversión, hedonismo y sexo desenfrenado, no era así para nada, al menos no para mí. Kurtzman solía quedarse en la mansión de Chicago, y lo primero que Hefner le decía por las mañanas era, «Hey, Harvey, ¿te tiraste a alguna anoche?». Sí, las chicas estaban allí, estaban allí para ser escogidas, pero te lo tenías que currar. Tenías que conseguir camelártelas.

vanessa