La G.N.B. doble C. La hermandad de historietistas del Gran Norte (Seth)

la_hermandad_de_historietistas_del_gran_norte

La G.N.B. doble C. La hermandad de historietistas del Gran Norte (Seth). Sins Entido, 2013. Cartoné. 15 x 20 cm. 136 págs. Bitono. 19 €

Reseña aparecida originalmente en The Watcher and the Tower.

Habré dicho como tres millones de veces que Seth es uno de mis autores de cómic favoritos. La vida es buena si no te rindes puede haberse quedado formalmente un poco anticuada —tiene ya más de veinte años, no lo olvidemos—, pero conserva intacta toda su carga emocional y su lánguida melancolía. Lo mismo puede decirse para Ventiladores Clyde, por ahora inconclusa. George Sprott (1894-1975) es un tebeo magnífico que además entraba de lleno en la contemporaneidad y, de hecho, creo que abría nuevos caminos para el cómic. Y ahora tenemos ya en las manos el nuevo regalo de Seth: La G.N.B.C.C. La hermandad de historietistas del gran norte.

Es un cómic hecho sin pretensiones en un cuaderno de bocetos y con una plantilla de 3×3 viñetas que Seth no varía nunca, y en el que utiliza algunos recursos que ya vimos en George Sprott, y, sobre todo, de Wimbledon Green, cómic que realizó al mismo tiempo en otro cuaderno de bocetos y con el que forma un interesante díptico. Las escenas panorámicas cortadas por la plantilla de viñetas son un buen ejemplo de esa continuidad, o la voz de narrador en primera persona dubitante en ocasiones. Y se trata de una novela gráfica con múltiples niveles de lectura que parte de una premisa, de nuevo, similar a la de George Sprott: Seth, como todo artista que se precie, está lleno de obsesiones. La más importante es la recreación de un pasado que nunca existió. Y si ya nos hemos acostumbrado a leer cómics documentales y ensayos en viñetas, Seth ha inventado el ensayo ficción, el falso documental en tebeo. Lo hizo con el dibujante Arno en La vida es buena… y lo llevó más allá en George Sprott, pero ahora da un salto increíble. Porque La G.N.B.C.C. es nada menos que la reinvención de toda la historia del cómic canadiense, con todo su star system de dibujantes y sus personajes emblemáticos.

Seth se presenta a sí mismo visitando la sede de esta hermandad venerable y algo rancia, que ya ha visto morir sus días de esplendor, y que funciona como un club de caballeros con sus rituales y normas, y le hace al lector una visita guiada, que en realidad lo es también y sobre todo a través de esa historia que imagina de la historieta de Canadá. Seth arma un triple discurso, tres líneas que se entrecruzan: espacio-autores-obras. La sede de la hermandad —y su archivo, en medio del hielo canadiense— es donde Seth camina, evocando sus recuerdos y los tiempos gloriosos, es la metáfora que le permite exponer su historia. A través de su paseo desgrana las vidas de decenas de autores; algunos conocieron la gloria y el éxito, otros publicaron alguna obra y desaparecieron para siempre. Hay además un componente de realidad engarzado en la ficción, ya que algunos de los dibujantes son reales: como mínimo Doug Wright y Chester Brown.

Y en la recreación y análisis de las obras es donde Seth está más brillante. En primer lugar porque la coherencia e inteligencia con que las presenta las hace totalmente vivas y plausibles, y en segundo porque se desprende un amor por los viejos tebeos contagioso. Un respeto por la historia del medio y sus protagonistas, algo que es un rasgo común a la mayoría de autores de novela gráfica y que no siempre ha estado presente en la profesión. Seth recorre la historieta de Canadá, donde los autores son estrellas queridas y respetadas, y nos cuenta los orígenes con el General Fox de 1760, las tiras de prensa más populares, el cómic de aventuras de The Scarlet Rider, que es, claro, un policía montada, los extraños cómics experimentales del oscuro dibujante Henry Pefferlaw, o la saga descomunal de Sam Middlesex. Seth consigue crear un universo entero de obras imbuidas del espíritu y la mentalidad canadienses, consistentes con su historia y reflejo de sus habitantes. Pero también refleja y reproduce la historia del cómic americano y sus hitos, con especial acierto en la figura del astronauta esquimal Kao-Kuk, aventurero especial en cuyas aventuras Seth sabe condensar todo el sentido de la maravilla de los comic books de la Silver Age.

GNBCC.interior_103

El amor que siente Seth por el pasado y por los cómics del pasado no impide que haya cierta amargura. Muchas de las historias personales de los autores que imagina no acaban bien, como tantas veces sucede en nuestra realidad. En la historia de Seth hay negros de autores de éxito, dibujantes encadenados a sus personajes de por vida, agotados en su vejez y con su chispa disipada. Los tiempos de gloria son cosa del pasado, como simboliza el abandono de la mayor parte de las salas del edificio de la hermandad y de la estatua que representa al fundador.

Quizás sea eso lo que más me ha gustado de La G.N.B.C.C. Como me ha pasado siempre con Seth, conecto totalmente con esa sensación de pérdida amarga que al mismo tiempo es consciente de que el pasado glorioso en realidad nunca lo es, que lo imaginamos desde el presente como forma de escape. Y aquí creo que Seth está dando un mensaje agridulce respecto a los autores del pasado en todas sus recreaciones de series imaginadas, algo sobre lo que últimamente he pensado mucho: el talento desaprovechado, los dibujantes maravillosos limitados por la férrea lógica empresarial. La industria por encima del arte, la pregunta que tarde o temprano todos nos hacemos: ¿qué habrían podido hacer los maestros del pasado con la libertad de hoy? Seth no la responde, sólo la plantea. Y deja abierta una puerta, en la maravillosa secuencia final en la que Seth fuma un cigarro en la azotea. Admite que ha exagerado un poco sobre el esplendor de la hermandad. Que está mirando al pasado, que el futuro es incierto, que sabe que ya nadie se pasa por la sede y que pronto incluso esos restos del naufragio desaparecerán. Pero la última reflexión no podría ser más ajustada: “Tal vez todo esto de la «novela gráfica» funcione. Podría atraer a nuevos socios. Y retrasar esas manillas del reloj. Tal vez algún día las cuatro sedes [de la hermandad] resurjan, fuertes y vigorosas. Quién sabe… Cosas más raras se han visto.”