La infancia de Alan (Emmanuel Guibert)

La infancia de Alanç

La infancia de Alan (Emmanuel Guibert). Sins Entido, 2013. Rústica con solapas. 17 x 24 cm. 160 págs. 20 €

Emmanuel Guibert es uno de los autores más importantes de los que surgieron en los noventa en el seno de L’Association, y además es uno de los pocos que siguen publicando con la editorial a día de hoy. Tal es el caso de La infancia de Alan, una vuelta a la vida de Alan Cope, el protagonista de la excelente La guerra de Alan.

Supongo que algunos pueden tener algún reparo ante este cómic, que podría parecer a priori una precuela de una obra de éxito, pero nada más lejos. La infancia de Alan es tan sincera como su antecesora, y surge de la necesidad de Guibert de seguir dando voz a su amigo. Ante eso, las maniobras comerciales no son nada, y plantearlas carece de sentido: basta abrir el libro y comenzar a leer para darse cuenta de que esto va en serio.

Los mecanismos narrativos son los mismos que en La guerra de Alan, aunque aún más depurados. Guibert es mejor dibujante, y sintetiza mejor los elementos mínimos que precisa para contar la historia de Alan. En algunos momentos, si lo cree necesario para reforzar la acción, prescinde totalmente del entorno y dibuja las figuras humanas únicamente. Y por supuesto, sigue explorando esa mezcla entre fotografía y dibujo que emplea, con unas primeras páginas con color espectaculares, y consigue con ello recrear la época sin perder de vista que lo esencial aquí es la experiencia de Alan. Por eso Guibert hace un esfuerzo consciente por ser un narrador invisible, por no interponerse entre el testimonio y su receptor, el lector. En la entrevista que le realizó Alberto García Marcos para Supercómic: mutaciones de la novela gráfica contemporánea (Errata Naturae, 2013), Guibert declaraba que «si mi intención es que [el lector] se siente en mi silla, yo no puedo estar sentado en ella. Es una conversación entre el lector y el narrador de la historia». Y guiado por esa máxima consigue por completo la sensación de estar escuchando directamente el relato del propio Alan sobre sus recuerdos de la infancia.

En esa misma entrevista el autor también decía que, para él, lo importante de estas obras es la memoria. Y es cierto. De hecho, ambas se insertan en la reciente tradición historiográfica de las historias de vida: el testimonio y la memoria personal como fuente para la construcción del relato histórico. Una vez finiquitada la concepción de la Historia como una disciplina exclusivamente centrada en los grandes acontecimientos políticos, comenzaron a cobrar fuerza otras corrientes que centraban su atención en la vida cotidiana, en las vivencias de la gente normal. El interés de una historia de vida no radica por tanto en la importancia de su protagonista ni en su participación en hechos históricos, porque se ha cambiado totalmente ese chip: todo hecho es histórico, todo ser humano es relevante y tan extraordinario como cualquier otro. Por eso creo que Alan Cope es un ejemplo perfecto. Fue un soldado americano desplazado al frente como muchos otros miles, pero ni siquiera llegó a entrar en combate. No estuvo en ninguna de las grandes batallas consagradas por la ficción americana, ni su vivencia estuvo llena de acción y peligro. Pero al acercarle el foco, al escucharle relatar su historia personal, nos damos cuenta de que ésta es apasionante: como la de cualquier otra persona. Y por eso merece ser contada, y recordada.

La infancia de Alan 2

En el cómic, además, tradicionalmente se han contado grandes historias, y la aproximación a ellas siempre se hacía pasando por el filtro de algún género. La guerra, por ejemplo, desde luego se ha tratado mucho, pero casi nunca desde un punto de vista tan naturalista y cotidiano como en La guerra de Alan. Y, si nos centramos en La infancia de Alan, veremos que pasa algo similar: Cope traza su memoria personal y la de su familia, que podría ser cualquier familia. Pero toda vida es interesante, si se cuenta bien. Y ahí, por mucho que Guibert quiera ser invisible, es crucial. Su dominio del medio y las decisiones narrativas que toma contribuyen a que la historia de Cope nos llegue en las claves adecuadas. El dibujo realista, fotográfico, consigue que la emotividad llegue más por las palabras que por las imágenes, que no añaden sentimentalismo de manera artificiosa. Y a Guibert tampoco le preocupa que en la mayoría de las páginas no haya diálogos, y que su labor sea acompañar con alguna imagen el testimonio de Alan.

Pero, sin duda, una de las claves de que La infancia de Alan sea la obra inmensa que es está en el tono de la narración de Alan. Con la calma que da la edad y la mirada hacia el pasado nostálgica de las pequeñas cosas pero temperada por la sabiduría, Cope no evita recuerdos incómodos, ni sobre él ni sobre su familia, o incluso cuestiones íntimas que sorprenden por la naturalidad con la que se tratan. Hay una humildad conmovedora, y una ausencia de la épica con la que la mayoría podemos acabar construyendo nuestros recuerdos muy destacable.

«Ruthy era simpática y me lo pasaba muy bien con ella. Mis padres y mis abuelos decían que era muy fea. Puede ser. Yo no la veía fea». Extraigo esta cita porque me parece el ejemplo perfecto de la falta de afectación de Cope. Funciona mucho mejor de lo que lo habría hecho una exaltación de las virtudes de la niña. A mí, al menos, unas frases tan sencillas y tan sinceras me han emocionado muchísimo más. Lo mismo puede decirse de los recuerdos más pequeños, los más nimios. Un viaje en tren, una pata que vivía en casa, el zumbido de una abeja atrapada en el conducto de ventilación que la mente infantil transmuta en dios: la reconstrucción de la vida propia alcanza cotas inmensas, y lo hace de manera orgánica, poco a poco, partiendo de la anécdota y envolviendo paulatinamente al lector, que se acaba viendo inmerso, sin darse cuenta de cómo ha sido, en lo más grande que puede contarse: la vida.