Grandville (Bryan Talbot)

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Grandville y Grandville Mon Amour (Bryan Talbot). Astiberri, 2013. Cartoné. 19 x 26,9 cm. 104 págs c.u. Color. 16 € c.u.

Bryan Talbot nunca ha sido uno de mis autores favoritos, y eso que no le niego calidad e ideas interesantes a la hora de abordar sus proyectos. No puede negarse además que su impulso fue fundamental en la gestación de un cómic británico de autor, partiendo de una concepción de la fantasía y la ficción fuertemente influida por Alan Moore. Pero pocas veces he comulgado del todo con sus planteamientos y manera de ejecutarlos, tampoco en sus últimas obras más adultas. Alicia en Sunderland (Random House Mondadori, 2010) es ambiciosa e interesante, pero, para mí, fallida, y lo mismo opino de La niña de sus ojos (La Cúpula, 2012), que realizó junto a Mary Talbot. Ahora Astiberri publica en España, en una excelente edición, los dos primeros volúmenes de Grandville, y he vuelto a picar, y a leerlos, porque a pesar de ello sé que Talbot es un autor de peso.

De alguna forma, Grandville es una vuelta a los orígenes para Talbot, un regreso a la fantasía y a la serie con personaje fijo. En este caso la ambientación es típicamente steampunk y el género es policíaco, dos historias de detectives claramente inspiradas en las de Sherlock Holmes —homenajeado varias veces, para empezar con la relación entre el protagonista y su socio—. El mayor logro de la serie es su premisa: un mundo habitado por animales antropomórficos —conscientes además de serlo; quiero decir que unos hablan de otros refiriéndose por la especie— en el que, a finales del siglo XIX, Inglaterra recupera su independencia tras pertenecer durante un tiempo al imperio francés. Grandville es una ciudad que se creó sobre el mar, a medio camino entre las dos naciones en el canal de la Mancha. Y el protagonista es el inspector de policía Archibald Lebrock, un tejón duro como una piedra, hijo del género negro, que como buen tipo duro tiene su corazoncito escondido.

Pero si bien el planteamiento es prometedor e interesante, el desarrollo es demasiado canónico, y todo transcurre por los cauces que uno podría esperarse de una historia de este género y con las influencias que tiene. Todo los ingredientes que aparecerían en un hipotético manual de la buena historia de detectives están aquí: la femme fatale, el funcionario corrupto, la conspiración, el equívoco que priva de su placa al policía íntegro pero de métodos expeditivos… No quiero decir con esto que Grandville no sea entretenido, que sí lo es. Yo he devorado los dos tomos, porque son historias efectivas y bien construidas y que, por ello, enganchan. Pero se pierde capacidad de sorpresa, porque de hecho están tan, tan bien construidas, que en varios momentos es fácil adivinar qué va a pasar, qué personaje oculta algo, por dónde va a tirar Talbot, porque es una cuestión de lógica y de juntar las pistas, sin vueltas de tuerca, sin equívocos, sin pistas falsas para el lector. Talbot es tan honrado con nosotros que no nos descoloca: sucede casi exactamente lo que esperamos que pase. Tampoco estoy diciendo que prefiera las historias en las que todo son conejos sacados de la chistera y piruetas imposibles que dinamitan su credibilidad. Sorprender sin seguir reglas es fácil; lo complicado, lo que yo prefiero, es jugar al engaño, que agiten una pista falsa delante de mis narices mientras por detrás pasa lo verdaderamente importante, que no vea venir la resolución pero que todo tenga sentido a posteriori. Es cosa de ser un buen prestidigitador.

grandville interior

Claro que esto no deja de ser una cuestión de gusto personal. Probablemente ésa no es la intención de Talbot. Dentro de unos parámetros clásicos, Grandville y Grandville Mon Amour son historias sólidas con personajes arquetípicos pero carismáticos, y una ambientación muy cuidada. El dibujo blando de Bryan Talbot me encaja mucho más con los animales antropomórficos que en otras obras suyas protagonizadas por seres humanos, y a pesar del chocante color informático que aplica —tengo la sensación, viendo las ilustraciones de cubierta, que habría sido más interesante usar el blanco y negro— tiene algunos recursos interesantes, sobre todo en lo que respecta a la recreación de obras de arte de la época —La libertad guiando al pueblo con animales es descacharrante— o en la estética Art Noveau de Mucha y demás.

Supongo que si pese a todo me ha gustado lo suficiente este Grandville como para asegurar que leeré los próximos —porque potencial tiene— es debido a que creo que, de todas las obras recientes de Talbot, es la que mejor compensa el resultado final con las intenciones previas. Es decir, que es con la que más cerca se queda de conseguir lo que se proponía, y no porque construir una historia de género entretenida sea en principio menos ambicioso que la memoria familiar o el ensayo literario sobre Alicia, sino porque, simplemente, Grandville está mejor ejecutado que aquellas obras. Otra cosa es que el tema interese más o menos, por supuesto.