Crimen (Joe Simon y Jack Kirby)

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Crimen (Joe Simon y Jack Kirby). Diábolo, 2013. Cartoné con sobrecubierta. 17 x 24 cm. 320 págs. Color. 34,95 €.

Cuando uno piensa en Jack Kirby, inmediatamente le vienen a la cabeza imágenes de los Cuatro Fantásticos combatiendo alguna amenaza espacial, o de Thor monologando a lo Shakespeare, o de los Vengadores pegándose entre ellos porque uno se ha dejado la tapa de la taza del váter levantada. La fundamental aportación de Kirby al género de los superhéroes es de tal magnitud que durante décadas, para un fandom volcado en dicho género, ha parecido que Kirby nació, creó al Capitán América, y luego se fue a hibernar hasta que Stan Lee lo despertó en 1961. Pero lo cierto, lo histórico, es que en medio hubo dos décadas de actividad ininterrumpida formando pareja con Joe Simon y dando excelentes frutos en todo tipo de cabeceras. Iniciaron el género romántico en el cómic, por ejemplo, y cuando el crimen se puso de moda, realizaron un buen puñado de historias sobre él, que es lo que podemos encontrar, obviamente, en Crimen, la antología que acaba de publicar Diábolo siguiendo la edición americana de Titan Books.

Dice Santiago García en La novela gráfica que en cierta forma estos géneros pueden considerarse antecedentes del cómic de autor contemporáneo, dado su interés por mostrar la realidad, la verdad. Es cierto que el crimen y el romance —muerte y amor: no puede ser casualidad que sean éstos y no otros— vuelven la mirada al mundo real tras décadas de fantasía de diverso pelaje, pero lo llamativo es que lo hace con los códigos narrativos del comic book de siempre. Es decir, que a la nueva materia se le daba forma aún con las herramientas que existían previamente.

Eso no significa que Kirby no intente, y consiga, acercarse a la realidad. Es un Kirby diferente al de Fantastic Four, pero plenamente reconocible, menos pétreo en sus anatomías, quizás por el estilo del entintado —que no sabemos si es suyo o de Simon; los dos firmaban las historias al alimón—, pero su paginación, sus encuadres, esas viñetas de acción tan vivas, con los personajes a punto de desbordar sus límites, están ahí y son ya fruto de un autor más que maduro. Hace cosas increíbles, de éstas que sólo los genios son capaces de hacer en los en principio encosertados márgenes de un tebeo comercial y antiartístico por definición. En muchas historias emplea viñetas circulares, o márgenes irregulares, formando ángulos, que sugieren elipsis más bruscas de lo habitual. El color en cuatricomía es, como siempre que hablamos de tebeos de esta época, un elemento narrativo fundamental, que destaca elementos, ayuda a diferenciar personajes por sus colores bases —lo que genera con frecuencia una estética de página increíblemente atractiva— y separa diferentes planos, eso cuando no se lanzan los coloristas —anónimos— a audaces experimentos que incluso hoy sorprenden, y que hacen junto a todo lo demás que respetar esos colores en una reedición sea algo fundamental e irrenunciable; lo que habitualmente mal llamamos restauración de color nos arrebata no sólo parte de la historia de esos cómics, sino también información narrativa.

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Al margen del increíble talento de Kirby y Simon —sea lo que sea lo que haga; ya señalaba García que no está nada claro— y del deleite puramente estético que supone leer hoy estas páginas, ¿qué nos vamos a encontrar? Como decía antes, una buena dosis de realidad. Muchas de las historias presentan hechos reales, históricos, ambientados casi siempre en los violentos años 20 y 30, en la edad de oro del gangsterismo que Kirby, de orígenes humildes, seguramente vivió de cerca. Se insiste mucho en el carácter real de los acontecimientos, quizás porque era un reclamo comercial de eficacia probada. Por las páginas de Crimen desfilan Babyface Nelson, John Dillinger o Stella Dixon, pero también personajes de épocas más remotas, como Guy Fawkes. La manera de presentar cada historia responde a las convenciones del género, pero hay variantes: a veces es un narrador en tercera persona clásico, otras el protagonista nos narra su propia historia —cuando sucede esto, casi siempre es porque se ha arrepentido de sus fechorías—, y en unas pocas hay un presentador, «Red Hot» Blaze, que es un informador que trabaja para Headline Comics, uno de los títulos donde publicaban Simon y Kirby, y que supone una curiosa ruptura de la cuarta pared.

En cuanto al tono de los contenidos, al pertenecer a los años anteriores al Comic Code sorprende que ya parecen bastante suavizados. Aún hay escenas inquietantes, pero nada que se acerque a los títulos de terror o incluso a otras publicaciones de crimen un poco anteriores. Aquí apenas hay sangre —en el final de «Los últimos días sangrientos de Babyface Nelson» Kirby dibuja una gran mancha de sangre en la camisa del protagonista, pero el colorista la obvia—, los disparos a quemarropa se acompañan por nubes de humo que evitan que las escenas sean demasiado explícitas, y no hay nunca sexo explícito. Eso no impide que haya violencia, claro, aunque sea más psicológica que visual. Y muertes a granel, por supuesto, y alusiones sexuales que, aunque soterradas, están hay y perturban: las mujeres del Kirby premarvel no son tan robustas, y tienen una belleza fría y distante extraña, que atrae más que los generosos escotes que suelen vestir. Y concretamente hay una mujer travestida en «Tráeme la pistola de oro» que creo que Kirby sabía muy bien los picores que produciría en la audiencia adolescente, y no tan adolescente.

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Tal y como años más tarde exigiría el Code, los criminales siempre reciben su justo castigo, a veces en forma de cárcel o pena de muerte, pero otras a manos de sus propios compañeros. Son presentados como individuos irracionales, sin valores, dispuestos a todo por conseguir sus fines, que casi siempre son pecuniarios, frente a la policía o el FBI, tipos íntegros, serenos, valientes y abnegados. La frase «Crime Never Pays» —«el crimen nunca compensa»— aparece con una insistencia llamativa, y que remite también al título fundador del género en los tebeos, el Crime Does Not Pay de Charles Biro.

La recuperación de esta parte de la producción de Kirby y Simon me parece un ejemplo perfecto de cómo la labor de la crítica puede influir en la labor editorial, y de que hacer historia del cómic es absolutamente imprescindible para que el medio avance y para que tengamos una visión cada vez más exacta de su pasado. Gracias a que algunos teóricos llevan años reivindicando a este Kirby, vamos desterrando la idea de que su nombre equivale a los superhéroes exclusivamente, y descubriendo un artista polifacético y de un talento inabarcable. La edición de Diábolo, aunque más pequeña que la de Titan Books, es excelente, y reproduce los colores de forma óptima. Su mayor defecto es compartido con la edición madre: faltan textos contextualizadores de cada historia y comic books donde aparecían, a la manera, por ejemplo, de los tomos de Los archivos de Steve Ditko que publica la misma editorial. Pero eso no evita que sea una lectura absolutamente imprescindible.