Islas (Rodrigo La Hoz)

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Islas (Rodrigo La Hoz). Contra Cultura, 2010. Rústica con solapas. 17 x 24 cm. 72 pags. B/N. 10 €

El narrador como titiritero, como el creador y dador de vida de sus personajes y el que, como no, maneja el destino de estos sin un ápice de compasión. Posiblemente esa es una de las grandes ventajas y atractivos de los creadores artísticos: convertir el papel, el lienzo o el archivo en blanco en un laboratorio. Para así poder experimentar con ecosistemas creados por él y someter a sus personajes a múltiples pruebas, análisis y experimentos. Eso es lo que sucede en Islas de Rodrigo La Hoz, título ganador del I premio Librería Contracultura de Novela Gráfica y obra inédita en España. Al autor ya lo conocíamos previamente por haber participado en Kovra, aunque en su país ya era conocido por publicar en el fanzine Carboncito y en el suyo propio: Borde.

La principal característica del protagonista no es otra que ser biofílico, es decir, siente una pulsión que va más allá de lo escópico en su relación con la naturaleza. Trata sobre la observación práctica del medio ambiente con la premisa de establecer una relación directa, o mejor dicho, de estrechar los vínculos con la naturaleza. Es, en definitiva, una forma extrema de vinculación con nuestro pasado natural.

Teniendo esta característica como elemento central del relato, el autor lo deja claro en el prólogo de la obra. Esta nos presenta a Cornelio un hombre que cría caracoles y cultiva setas en un punto muerto de la civilización que esta entre lo tribal y ritual de la comunidad urbana, y la modernidad de un aeropuerto. Pues bien, Cornelio es una forma de vida bastante particular en este ecosistema creado por el La Hoz.

Su primera aparición es en su visita periódica al psiquiatra mientras observa a unos insectos que hay en una maceta de la sala de espera, la metáfora es curiosa, es un observador a punto de ser observado por un profesional de la mente, y que a la vez es observado por el lector. El psiquiatra le recomienda tomar píldoras para hacer más llevadera su depresión. Sin embargo, nuestro protagonista decide cambiar las píldoras por unas setas alucinógenas.

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En ese punto la historia se desfasa y no sabemos lo que es real y lo que no; en esa tierra de nadie aparece el autor en forma de narrador omnisciente y consciente que se manifiesta a través de unas resoluciones y puntos de giro deus ex machina. Estas contribuyen al experimento del que Cornelio está siendo víctima y cuyo máximo responsable no es otro que ese ser que lo ha creado.

Cuando hablamos de experimento no me refiero a experimental sino a la forma quirúrgica con la que el autor compromete una y otra vez al protagonista. Lo mete en una huida hacia adelante sin sentido que hará que Cornelio pierda toda su personalidad y todo su universo relacional en cuanto empiece a perder contacto con la naturaleza. Esta desvinculación comienza en el momento en el que este deja de tomar setas alucinógenas a cambio de tomar un antidepresivo, es decir cuando pasa de una vida en la que el centro de la misma es la naturaleza a depender exclusivamente de lo humano. Ese paso supone un cambio de paradigma en la vida de Cornelio: una apuesta por la realidad real, dejar las drogas naturales por el alcohol, tener un hijo, mudarse del campo a una zona urbana, etc.

Este es el punto de partida de Islas obra que merece ser leída no solo por lo interesante de la historia y por la remarcable aproximación que hace el autor al concepto de narrador, sino también por un apartado gráfico muy interesante con ecos a Charles Burns y Chris Ware. Pero que también por dos grandes motivos: por el “viaje” que Cornelio emprende de manos de su creador y por el viaje que el lector emprende de la mano de ambos  a través de un terreno que recorre lo alucinógeno y lo mágico de la relación entre la naturaleza y los humanos.