Adelanto de CORAZÓN CONEJO

Te ofrecemos un adelanto en exclusiva de CORAZÓN CONEJO, el libro de Rubén Lardín que se integra en el proyecto editorial de El Butano Popular.

Conan by Buscema
Como Conan, que cuando duerme no tiene sueños, tengo la certeza de que los civilizados están todos locos. Los entiendo pero no los comprendo incluso antes de llegar a Conan, cuyo aliento me vendrá primero falseado en El señor de las bestias, que tiene cara de temporero y de combatir lagartos, y el valor de un águila, la fuerza de una pantera y el poder de un dios según apunta un cartel que omite, abochornado, la astucia de dos hurones importantísimos en el desarrollo del guión. Como sea, esta película -tan sencilla que tiene el clímax arriba de una escalera- llega a obsesionarme y la miro una, dos, diez, veinte veces porque la emiten todos los días en el vídeo comunitario, una cosa clandestina que ocurre en los primeros ochenta y que es un señor poniendo películas en el vídeo de su casa para que las veamos todos desde la nuestra. El vídeo comunitario lo han instalado por quince días de prueba para que tras degustarlo se abonen aquellos vecinos que lo consideren pertinente, pero luego el señor se olvida o no sabe quitarlo, se ha hecho un lío con el cableado del edificio y todos en la escalera podemos disfrutar el año entero de una programación que aparece anunciada en el rellano cada semana como un pregón de fiestas domésticas que yo copiaré en mis cuadernos para no perderme nada que pueda conllevar el perrito piloto.

Imposible adivinar entonces que una delincuencia de tan bajo rango está participando en la construcción de mi memoria sentimental cuando el patrón del vídeo comunitario me encamina a ver las películas muchas veces, a predecirlas y hacerlas cada vez más breves hasta que se extinguen, hasta que no las puedo ver más. Esto se llama extenuar las películas para que te dejen en paz y lo he hecho antes con la copia pirata del extraterrestre de Spielberg, que de algún modo llega a mi casa –con audio de sima- antes que a los cines, y que alberga una idea que me interesa mucho en su verosimilitud cuando Elliott acerca el termómetro a una bombilla para no ir al cole. No va a funcionar, lo pruebo pero no da resultado, Spielberg nos va a dar siempre gatos por liebres. Como ella, son muchas las películas que me burlan, pero en esa de las bestias de Don Coscarelli que miro tantas veces encuentro un ideal. Coscarelli también tiene otra de terror venida directamente de los sueños donde sale un hombre alto que reinará en muchas infancias con su sentido tenebroso de la maravilla, no en la mía porque la mía es de El señor de las bestias, un guerrero con buena intención pero no muy operativo porque se lo hacen todo los animales, con los que mantiene una relación telepática, y luego se enrolla con su prima que es Tanya Roberts, quien posee una belleza muy bien resumida y por tanto muy notable para los niños, capaces de adorar sin cuestión a una pavisosa tan falta pero que al fin y al cabo está ahí para eso, porque todavía no hay otra.

Tanya Roberts no tiene nada que ver con Bêlit, la corsaria aviesa de la Costa Negra de la que el Conan marino se enamoró de noche, una hija de estigios que presenta batalla blandiendo un alfanje para a mandobles reconstruir su infancia. Es por culpa de esta hembra que el bárbaro irascible se vuelve loco, no puede vivir sin ella pero con ella tampoco, y por eso, para dar su inquietud, John Buscema lo dibuja siempre en los tebeos con la pierna adelantada y el hombro en oblicuo y le pone un hilo de baba espesa en el fondo de la boca para imprimir urgencia a sus alaridos bélicos y representar así el habla súbita en mitad de la barbarie. El señor de las bestias, en cambio, llora una lágrima como una virgen cuando su padre le llama cobarde, una única lágrima de glicerina lírica que resume el llanto de todos los niños amonestados y así nos gana antes con su mirada párvula de entenderse con los animales.

El señor de las bestias es una película que no la dibujo porque en el pueblo puedo vivirla, jugarla un poco muy seriamente cuando retirados a un territorio fuera de la ley mi amigo David se lleva los dedos engarfiados a la boca y emite un silbido muy distinto al de las personas de la ciudad llamando a sus perros, y ahí llega en majestad y nos otea un halcón jaspeado que planea y nos da el pecho antes de posarse en el guante del cetrero plegando el espectáculo mundial de aquellas alas, y el ave se fija en mí como si nada interviniera entre su ojo y su mirada negra y nívea, tan pura como la de ninguna persona salvo tal vez alguna panadera. Tiene ojos de potrillo pero es un halcón soro, que es el que ha sido cogido del nido antes de mudar la primera pluma, y para él filetearemos hígados tiernos con cuchillas de afeitar a las que todavía no damos otro uso, y nos subimos al tejado de la casa del agua para atraparle unos pájaros que más que plumaje tienen cabellos suntuosos de hombre español, que no sé cómo han anidado allí debajo de aquellas escamas de arcilla caliente que auscultamos con sigilo dramático, tendidos para evitar que alguien pueda vernos desde la carretera. Unos pájaros que llamamos tordos aunque son estorninos negros que agarramos vivos cuando los delatan las crías salidas de unos huevos azules que alguna vez escachamos porque somos estúpidos, pero que enseguida respetaremos porque deben seguir existiendo para que los ofrendemos al halcón, que vuelve cada tarde al silbido pactado hasta que un día, a los seis meses, nos desoirá porque tal vez ha encontrado una pájara con la que se va a mantener asociado toda su vida, y ya no volverá nunca porque para ella habrá aprendido a cazar.

Cuando regreso del verano a la civilización, en la ciudad me toman por niño excéntrico porque saludo a todas las personas por la calle como se hace en el pueblo de donde vuelvo en septiembre con el cuerpo rapaz y sufriendo mucho en los semáforos, que son los primeros responsables de nuestra militarización, de este ir caminando a trompicones, coartados, esperando unos la civilización de los otros, aguantándonos el vendaval, que casi nos lo hacemos encima, mirando a derecha e izquierda en lugar de al frente para que los salvajes de la autopista no se lleven por delante nuestra premura. Es en los semáforos y en las glorietas donde nos vamos a ir pudriendo muy despacio y es por ello que del verano me recojo tan mal, saltando tramos peligrosos de escaleras y con la lengua abroncada de tacos como la tiene Conan, que blasfema y se aleja de los templos porque, como los afanes y las grandes causas del hombre civilizado, son otra cosa que no comprende. Luego Basil Poledouris, que sabe muy bien de la melancolía motora de Conan (que la niñez es un centro, que en la adolescencia se está solo, que qué mar será el mar, cada mar), le escribirá épicas dulces y hermosas como la pieza llamada Theology / Civilization, una música que pincharía en mi entierro magnífico, al que yo no pienso ir, para que todos me llorasen como urbanitas lo que no hayan sabido defender como bárbaros. Os haría escuchar un arpa en mi entierro, si quisierais venir, y os daría a beber un vasito de hidromiel mientras yo vuelvo del verano, por domar un año tras otro, con el cuerpo de bronce blando afanoso de heridas o de tratamiento, de rasguños como los que luce el Conan de nariz rota y pómulos altos y sales minerales que pinta John Buscema, que es un dibujante de imaginación breve pero lápiz de almíbar al que Ernie Chan le pone el plomo de la tinta china y con ella el algo racial.

Las tintas me molestan mucho en Buscema porque le sepultan la danza desenvuelta del grafito, pero tengo que aprender que los tebeos de factoría americana los dibuja uno a lápiz, los entinta un segundo, los rotula un tercero y los colorea otro más, todos atendiendo a los textos de un guionista que responde a las orientaciones de un editor que dirige la orquesta como el señor industrial del vídeo comunitario, que otro día por la tarde nos pone el relato del niño asustado que es Acorralado, otro prenda para el que la vida civil no es nada.

Acorralado se llama First Blood, que no habría sido mal título para este libro si no fuera porque es inglés americano, y luego viene la segunda parte, que es con la que yendo al colegio me forro la carpeta porque es en la que le ponen unas sanguijuelas en el cuerpo y se las quita con el cuchillo dentado, que si no está forjado en acero hircanio, para mí entonces como si lo estuviera. A Conan la primera espada se la entrega su padre, que es un herrero en Cimmeria, y va a ser dueño de su destino mientras a Rambo se lo van a quitar para hacerle vivir de sus criaturas, sometido a las secuelas que le impedirán rodar nunca la biografía de Edgar Allan Poe que tiene escrita desde el año cuatro.

En Rambo, el personaje ya será un héroe intransitivo, pero en Acorralado es todavía un bárbaro de la ciudad protegiéndose en los montes de un entramado social que no puede entender, y termina llorando como un bebé cuando el coronel Trautman, que viene a figurar su padre, le dice que ya está bien de chirigota y que no tiene escapatoria. Rambo llora rendido al miedo y es un miedo muy parecido al que tiene Conan, si bien el segundo está más preparado porque su padre en la vida real, Robert E. Howard, fue amigo de Lovecraft y en sus libros ya había citado a Dagon y a los monstruos primigenios. Hay mucho terror en Conan, mucha brujería, Conan conoce nuestra procedencia, pero, en la práctica, el miedo suyo, como el miedo de Rambo, es miedo al miedo de los demás, a saber que ese miedo los demás lo vencen con la codicia y con los sentimientos más bajos del ser humano. Ambos tienen sentido del honor, pero Rambo, que tiene un embajador en todas y cada una de las pedanías de España, es un superviviente que se anuda a la melena una banda, tal vez por avenirse un poco con los viejos jipis demócratas (aunque se la anuda dando la espalda), mientras Conan, a quien el italoamericano Buscema le ha pintado pelos de gitana, mea de cara al viento en pos de agotar su juventud para así acceder al trono que un día le vaticinó un hechicero.

Rambo viene de Rimbaud pero la mirada adolescente quien la lleva es Conan, que aprecia la música y la poesía porque su madre era una mujer del norte. Es una mirada de conquista, son ojos de pantera y de temporal que derrotan a la mirada lacia y pensada de Rambo y por descontado a la de otros héroes, voceadores mitopoéticos del imperio que mi madre me compra en la papelería de abajo, como el mismo hombre-araña, que como súper ni siquiera tiene mirada y en lo civil tiene la de un lacayo, la de un Norman Bates prosaico e integrado, con el rollo del poder y la monserga de la responsabilidad.

Conan, en cambio, mira siempre desde una identidad única, la suya propia, sin antifaces, y la mirada adusta, esencial, pronta a la fiereza y de tan dulce egoísmo con que mira Conan las cosas, las personas y los horizontes se diluye un poco en ir haciendo cuando se echa a la mar con Bêlit, y se irá tornando en reflexión y pesar cuando se siente en el trono de Aquilonia, tras toda una vida de amante y de bandido. Pero esa es otra historia, una que ocurrirá a sus 41 años, una edad de la que compadecerse como de otra cualquiera y la edad justa con la que yo escribo esto ahora sentado en la playa, delante del mar siempre intocado y que no muda al femenino hasta que no me baño, lo navego o me cago en él.

 

ruben

CORAZÓN CONEJO puede adquirirse aquí, a precio de risa, junto a otros tres volúmenes firmados por Daniel Ausente, Jorge de Cascante y Grace Morales.