Mi amigo Dahmer (Derf Backderf)

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Mi amigo Dahmer (Derf Backderf). Astiberri, 2014. Rústica con solapas. 17 x 24 cm. 224 págs. B/N. 18 €

Mi primer contacto con esta novela gráfica lo tuve hace unos meses, al leer el extracto que se incluyó en la antología de The Best American Comics del año pasado. Me llamó mucho la atención y tomé nota para echarle el guante en cuanto pudiera. En ella Derf Backderf invirtió varios años de trabajo para contar la adolescencia de un compañero de clase que, poco después del final del instituto, se convirtió en una macabra celebridad: el carnicero de Milwaukee, uno de los asesinos en serie con más víctimas de EE. UU. El material de partida plantea dudas lógicas, porque es peligrosamente fácil caer en el melodrama y el morbo de telefilme cuando se trabaja con algo tan delicado como esto. Pero Backderf estuvo allí, y combina sus recuerdos personales con una extensa labor de documentación que le permite llenar los huecos de su memoria, y conocer aquello que de chaval no podía ni imaginar.

Hay que decir que desde el punto de vista formal, Mi amigo Dahmer no es un cómic extraordinario —en mi opinión, obviamente—. Aunque el dibujo de Backderf tiene esa cualidad del underground que hace que todos los personajes sean feos que le viene como anillo al dedo a la historia por su sordidez y falta de fe en el ser humano, en ocasiones emplea soluciones narrativas excesivamente efectistas, en especial en lo que se refiere a Dahmer, que añaden dramatismo innecesario —las sombras, los encuadres, los contrapicados de su rostro—, o que descolocan por suponer salidas de tono: esa bibliotecaria que corre como un dibujo animado, por ejemplo, aunque esto no significa que no haya otras secuencias muy bien resueltas, como la primera vez que Dahmer intenta matar a un animal. La manera en la que Backderf ha escogido contar la historia, a través de un narrador al que la documentación del autor permite ser omnisciente, también es bastante convencional. Y sin embargo, funciona.

Hay algo que convierte este cómic en una lectura interesante y enriquecedora: la sinceridad. Sea usted mal o buen dibujante, pero crea siempre en lo que hace. Y Backderf cree, sin ninguna duda, y necesitaba dibujar este cómic. Y ante eso, uno siempre va a empatizar. Pensad por un momento que esto os hubiera pasado a vosotros. Que ese amigo raro que todos tuvimos, el tipo de la clase que no parecía estar del todo bien, un día sale en las noticias porque ha matado a varias decenas de personas. Todos tenemos alguna cuenta pendiente con nuestra adolescencia, pero esto está más allá de lo que podemos imaginar. Y Backderf, ante este hecho, necesita desesperadamente una explicación. Y no hay nada más humano que eso. Necesitamos que las cosas ocurran por un motivo, que exista una coherencia en nuestras vidas, una relación causa efecto que nos otorgue una falsa sensación de seguridad y la ilusión de que podemos predecir y controlar nuestro futuro. Todo eso se viene abajo cuando sucede algo tan inconcebible por nuestras cabezas como lo que se cuenta aquí. Por eso Backderf realiza este ejercicio de vuelta a la adolescencia, y juzga con sus ojos adultos algunas de las cosas que sucedieron. Sin cargar las tintas, porque siempre tiene claro que eran una pandilla de chavales que, como todas, gestionaba sus relaciones sociales con una mezcla de inocencia y crueldad. Pero la pregunta siempre está ahí: ¿cómo pudo no darse cuenta nadie? ¿Cómo es posible que ese chaval raro, que imitaba a una persona con parálisis cerebral y que se pasaba el día borracho no fuera ayudado por ningún adulto? ¿Cómo pudieron sus padres estar tan ensimismados en sus propios problemas como para dejar a un hijo que claramente necesitaba ayuda a su suerte?

Y, por supuesto, eso nos lleva inevitablemente al otro gran tema de Mi amigo Dahmer: el sentimiento de culpa. No era su responsabilidad, no se le puede pedir a un adolescente que cumpla las obligaciones que todos los adultos que rodearon a Dahmer olvidaron… pero en las excusas de Backderf percibimos una culpa más sincera que la que expresa cuando reconoce que no actuó bien, y eso lo humaniza y hace que simpatice con su postura, que es realmente incómoda. Porque él y sus amigos —y algunos de ellos aún lo eran cuando realizó el libro— disfrutaron de las taras de Dahmer, lo convirtieron en un freak con el que echarse unas risas, pero lo marginaron de cualquier otra actividad. No le caía bien a nadie, y nadie le volvió a llamar cuando terminaron las clases. Nadie, a pesar de que sabían de sus problemas con el alcohol, fue nunca a hablar con él por si necesitaba ayuda. ¿Habría eso evitado lo que vino después? No, o al menos no directamente, pero eso no importa. La resposabilidad personal siempre está ahí.

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Por otro lado, la sinceridad del autor está también en la visión que da de Dahmer, bastante más incómoda de la que habríamos visto en una versión más maniquea de los hechos. El aprecio relativo que le tenía choca con la atrocidad de sus crímenes, y Backderf no puede evitar caer en contradicciones y dar bandazos a la hora de encajar ambas cosas. Pero, de nuevo, eso se convierte en uno de los valores del tebeo, porque las vacilaciones a la hora de tomar ua postura no hacen sino humanizar a Backderf. Habla de Dahmer como una «figura trágica», y responsabiliza de lo que pasó, en buena medida, a sus padres y profesores. Lo dibuja como un enfermo presa de sus obsesiones sexuales incontrolables, pero, significativamente, en los textos que acompañan al cómic —de lectura imprescindible— parece querer justificarse y dice que «después de aquel día horrible en junio de 1978 la única tragedia es que Dahmer no tuviera el valor de apuntarse con una pistola a la cabeza y acabar con ella». Y sin embargo, no puede evitar que su muerte le afectara, y recordar con cierto cariño algunos episodios de su vida en los que Dahmer estuvo allí.

Muchas veces sucede, por no decir siempre, que una obra dice más de su autor que de los personajes que la protagonizan, incluso aunque sean reales como aquí. La historia de Dahmer me puede resultar interesante, pero me interesa mucho más la mirada de Backderf y los conflictos internos que intenta sanar a través del arte, además de ese retrato de la juventud en la América suburbial de los 70. Y eso es lo que hace que Mi amigo Dahmer vuele por encima de sus posibles torpezas y se convierta en una cómic relevante y que recordaré.