Cuaderno de masacres. Los extraños incidentes de Tengai (Shintaro Kago)

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Cuaderno de masacres. Los extraños incidentes de Tengai (Shintaro Kago). EDT, 2014. Rústica con sobrecubierta. 204 págs. 15 x 21 cm. B/N. 15 €

Éste es el quinto título de Shintaro Kago que ha aparecido publicado en castellano, aunque no puedo evitar la sensación de que, al menos para la crítica, cada nuevo tomo pasa más desapercibido que el anterior. No voy a negar que el impacto de Reproducción por mitosis y otras historias es probablemente insuperable, en parte por ser el primero, pero sobre todo porque ha sido el mejor. Sin embargo, yo sigo encontrando muy interesantes los siguientes tomos, y de hecho Cuadernos de masacres. Los extraños incidentes de Tengai puede que sea el que más me ha gustado tras aquél.

No hay aquí rastro del experimentador radical que nos dejó alucinados en Reproducción por mitosis, pero hay otros muchos elementos de interés. Para empezar, que es la historia más larga de las publicadas hasta ahora, aunque es cierto que Kago no tiene una preocupación especial por la estructura o la coherencia. Los capítulos del tomo avanzan como en una deriva en la que Kago se deja llevar. Cada ocurrencia grotesca nos lleva a otra aún más imaginativa, pero lo que importa es el cuadro global.

Kago, a veces se nos olvida, siempre es crítico en sus cómics. Y aquí puede que sea donde más desarrolla una vena satírica social sin la que no puede entenderse el conjunto de su obra. Como los grandes provocadores de cualquier medio de expresión, lo relevante en Kago no es la barrabasada, sino su carga ideológica. Los extraños incidentes de Tengai suceden en la edad media, o lo que es lo mismo, en el pasado mítico de Japón, en la época de los samurais que tantas historias épicas ha proporcionado a su ficción. Pero aquí no hay ni rastro del honor ni del bushido, y lo nos encontramos en su lugar es una colección de atrocidades amorales, que son la escenificación bizarra del abuso de poder de una princesa que trata a su pueblo como juguetes con los que divertirse. Y sabiendo que hablamos de Kago, creo que ni siquiera hace falta añadir un «literalmente».

En Tengai, el pueblo paga sus impuestos en carne. Su propia carne, o sus hijos recién nacidos si se han quedado sin partes del cuerpo no esenciales para la vida que poder entregar. No voy a negar que la alegoría es obvia, pero funciona perfectamente como punto de partida para la retorcida escalada que son siempre las historias de Kago. La princesa Sagiri disfruta bañándose en vísceras humanas y jugueteando con los cerebros de desdichados que son viviseccionados. No para de idear juegos macabros, porque simplemente se aburre y carece de cortapisas morales. Pero detrás del sadismo de esta psicópata se esconde un hecho incuestionable: si sus soldados y funcionarios se negaran a acatar sus mandatos y decidieran que ya está bien de tanta carnicería el reinado de terror de Sagiri terminaría en un solo día. Pero eso no ocurre, porque los empleados de palacio y sus hombres de armas están obedeciendo órdenes. Y las cumplen con la misma pulcritud con la que cualquier recaudador de impuestos de los que aparecen en Lobo Solitario y su cachorro realiza su tarea. No son corruptos, no son malvados —aunque alguno, avanzada la trama, se deje llevar por el mismo sadismo—, sólo obeceden. Me resulta imposible no ver aquí una reflexión sobre nosotros, sobre la sociedad actual, ya sea la japonesa o la occidental.

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Las víctimas de las cafradas de Sagiri son meros ciudadanos, desdichados que no quieren desobeceder por miedo a las represalias, y que por ello son capaces de entregar a sus hijos, incluso en contra de su voluntad. Por si no fuera una visión del ser humano suficientemente oscura, Kago se encarga de ennegrecerla más conforme avanza la historia. Cada vez que un oprimido se libera se comporta con una crueldad similar a la de la princesa, y aquellos que muestran compasión o piedad son quitados de en medio, siempre de una manera acorde con el tono general del tebeo. Uno de los mejores capítulos de Los extraños incidentes de Tengai lo es precisamente porque explora esto hasta sus últimas consecuencias, cuando una joven cristiana sea encerrada en un infierno artificial con todo lujo de detalles que Sagiri ha ordenado construir, sólo por diversión.

Después Kago no puede evitar tirar de sus obsesiones habituales: la transmutación de la carne en diferentes grados, desde la amputación —normalmente percibida como una tragedia— a la sofisticada modificación del cuerpo. Como en la anterior entrega de Cuaderno de masacres aparecen diferentes órdenes de guerreros que han aprendido a controlar su cuerpo y reproducir ciertos órganos. La infección, otra de las fijaciones de Kago, vuelve a tener un papel esencial, porque la degeneración de un individuo es equivalente a la de toda la sociedad. Como siempre en Kago, empezamos con cosas ligeritas y acabamos con hombres con el cuerpo lleno de testículos. Todo degenera, primero poco a poco, pero después a toda velocidad, de viñeta a viñeta, y al final no hay ya nada que tenga sentido. Sexo, violencia y depravación que enmarcan la perversión moral absoluta, coronada con un final perfecto que evita el castigo al malvado. Y con ello Kago se revela como un gran satírico y, por tanto, un moralista. Retorcido, pero moralista.