Paul en los scouts (Michel Rabagliati)

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Paul en los scouts (Michel Rabagliati). Astiberri, 2014. Rústica. 17 x 24 cm. B/N. 160 págs. 16 €


Casualmente, cuando se cumple el decimoquinto aniversario de la aparición del primer álbum de Paul, Paul à la campaigne, editado por La Pastèque en 1999, se publica en castellano la traducción de la que es, de momento, su última entrega, Paul en los scouts (Paul au parc en el original). En esta ocasión Michel Rabagliati viaja hasta finales de los sesenta y principios de los setenta, algo más allá de lo que se alejó en aquella primera historieta, para completar determinadas pinceladas de la educación sentimental de su personaje. Pese al riesgo que podría suponer la insistencia en una infancia que, en cierta manera, ya conocíamos, Rabagliati no se repite y, además de presentarnos nuevos comediantes, hace experimentar a su álter ego un conjunto de vivencias que le ayudarán a crecer.

Son numerosas las constantes temáticas reconocibles en la obra del dibujante quebequés, que no nos cansamos de enumerar cada vez que reseñamos sus trabajos, que si el tono de comedia amable, el gusto por los detalles simples y ordinarios, la nostálgica atmósfera de inocencia o la plasmación de las auténticas encrucijadas vitales. También ahora retoma algunas de ellas, aunque potenciándolas de tal manera que parecen recién estrenadas. La primera que destaca es el confeso influjo estético de los clásicos del cómic franco-belga, aquellos que Rabagliati admiraba y devoraba desde bien joven. Un ascendiente artístico del que conoceremos un origen (¿ficticio?) concreto: el descubrimiento en la biblioteca escolar del libro, de 1969, Comment on devient créateur de bandes dessinées, un volumen en el que Philippe Vandooren entrevistaba, nada más y nada menos, que a Franquin y a Jijé. Ese hallazgo impulsará a Paul a crear sus primeros tebeos, totalmente basados en los populares personajes de la revista Spirou, ante la hilarante incomprensión de sus padres. Sin embargo esa influencia está presente a varios niveles, y no sólo es una pieza clave del argumento de la primera parte del libro (por ejemplo el tema elegido para el campamento de verano será el de Astérix y los galos), sino que es palpable, lógicamente, en el propio grafismo de las viñetas que estamos leyendo (el dinamismo, así como las escenas aéreas de multitudes, por ejemplo, son puro Morris, y de hecho más adelante pillaremos a Paul leyendo Phil Defer, el número ocho de la colección de Lucky Luke).

Otra cuestión permanente asimismo en la serie son esos obstáculos que se presentan de improviso en nuestra vida cotidiana, eso que podríamos denominar el drama latente, el reverso de la felicidad, o como queramos llamarlo. Desde un aborto accidental al fallecimiento de un ser querido, la enfermedad, los reveses económicos, amenazas siempre presentes que pueden no desatarse nunca, o por el contrario convertirse en fantasmas imborrables. Sombras que Rabagliati analiza con esmero, sin caer en el relato lacrimógeno, pero sin obviarlas. Desde Paul va de pesca las discusiones domésticas (que, ojo, cuando se es niño pueden resultar catastróficas), los desengaños amorosos y las anécdotas juveniles han sido eclipsadas por cuestiones realmente graves, de peso, presentadas siempre con delicadeza. Del mismo modo, en este nuevo título sucederá algo que marcará un antes y un después en la existencia de Paul, cortando de raíz el relativo buen rollo con el que venía desarrollándose la historia hasta ese punto. Porque hasta entonces, el contrapunto amargo se hallaba más bien en el ambiente.

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Durante el breve periodo en el que Rabagliati sitúa el relato (desde el verano de 1969 hasta el otoño de 1971) es cuando tendrán lugar los actos más violentos del FLQ (Front de Libération de Québec), grupo separatista que buscaba la independencia de las provincias francófonas de Canadá. Fundado en 1963 por Raymond Villeneuve, Gabriel Hudon y el ciudadano belga Georges Schoeters, se declaraban admiradores del Che Guevara y de los revolucionarios argelinos. Sus primeras acciones, destinadas a acabar con lo que consideraban la colonización inglesa, se fueron intensificando a lo largo de la década hasta llegar a la llamada Crisis de Octubre de 1970. El rapto, primero, del agregado comercial británico, James Richard Cross, y poco después de Pierre Laporte, Viceprimer Ministro, a quien acabarían asesinando una semana más tarde, desembocó en la declaración de la Ley Marcial por primera y única vez en el país en tiempo de paz. Un escenario histórico que Rabagliati sabe aprovechar para nutrir su ficción, contextualizándola con acierto, lo cual supone otra característica común al del resto de su producción. Paul no vive aislado, su microcosmos forma parte de una realidad mucho más grande.

Paul en los scouts es una pieza más en el puzzle que Rabagliati está formando (y sinceramente espero que lo siga haciendo). Determinar si está a la altura de sus pilares maestros -que todo el mundo parecen reconocer que son Paul va a trabajar este verano y Paul en Quebec-, depende evidentemente de cada lector. Por mi parte creo que no los desmerece en absoluto, que los completa a la perfección y que consolida más todavía, si no lo estaba ya, a Rabagliati como un gran historietista.