Yexus, conocido estudioso y divulgador, ha tenido la gentileza de compartir con nosotros una entrevista que mantuvo con el dibujante francés Manu Larcenet, y que os ofrecemos a continuación. Muchas gracias a Yexus por su generosidad.
MANU LARCENET
La viñeta como terapia
Alternando su faceta comercial con otra más personal y un tanto minoritaria, Manu Larcenet ha conseguido situarse al cabo de dos décadas entre los autores europeos más atrevidos, sorprendentes y sólidos del panorama presente. Nacido en 1969 en Issy-les-Moulineaux, estudia en la escuela Olivier-de-Serres mientras publica sus primeras historietas en fanzines musicales, ya que por aquellos días el autor en ciernes forma parte de un conjunto punk. En 1995 comienza a colaborar en la veterana revista Fluide Glacial, donde desarrolla su contundente y corrosivo sentido del humor. Permanece en el semanario hasta 2006, fecha en la que abandona la publicación por desacuerdos con su línea editorial, pero durante ese periodo realiza multitud de historias cortas y series como Bill Baroud (imitando a Bob Morane), A l´ouest de l´infini, La loi des séries, Los superhéroes injustamente desconocidos, Le guide de la survie en Enterprise o Minimal, en un itinerario evolutivo donde se muestra progresivamente más radical y mordaz con el paso del tiempo.
El caudal creativo de Larcenet va a propiciar un extenso y prolífico recorrido que se diversifica en distintos formatos y publicaciones. Para el clásico Spirou dibuja la serie La vie est courte y escribe para Michel Gaudelette Pedro el coati. Con Glénat publica 30 millions d´imbéciles y Ni dieu ni maître ni croquettes, protagonizadas por animales antropomórficos. Para la editorial Dargaud firma Les entremondes, Les cosmonautes du futur y el autobiográfico Le retour a la Terre, tocando diversos géneros y con la puntual colaboración de diferentes guionistas, además de una colección de tono paródico centrada en personajes tan dispares como Freud, Atila, Van Gogh o Robín de los Bosques. Y, por añadidura, dibuja cuatro álbumes de La Mazmorra, la célebre serie creada por Sfar y Trondheim.
Un hecho decisivo para su carrera es la fundación en 1997 de la editorial independiente Les Rêveurs de Rune, iniciativa que asume con Nicolas Lebedel y que consagra a materializar sus proyectos más personales, siempre con el modelo de L´Association como guía. Una impronta muy singular y un afán no lejano al experimento caracterizan obras como Dallas Cowboy, Ex Abrupto, Presque, L´artiste de la famille o Critixman, donde arremete contra los lectores que juzgan a los autores en los foros de internet, obras dentro de una intensa trayectoria que prosigue hasta el presente.
Fruto de su trabajo para Dargaud, en fin, son algunos de sus títulos más relevantes y conocidos en España. Como Los combates cotidianos, una dura reflexión sobre la angustia vital y la memoria con un trasfondo de claro compromiso social e importantes ingredientes autobiográficos. Como Nic Oumuk (Tim Oruno), comedia de tono costumbrista sobre un adolescente de origen argelino que vive en los suburbios de una ciudad francesa. O La armadura del Jakolass, contribución a la serie Valerian en una colección que ofrece versiones de autores escogidos sobre el famoso personaje. Pero, sobre todo, Blast, serie de cuatro tomos que disecciona un cuadro psicopático tan insólito como perturbador.
Larcenet ha obtenido galardones en festivales como los de Sierre, Huy o Genève, además del premio Lob, el Prix Tournesol, el Grand Prix VRPO, el Grand Prix del libraires BD y el premio al Mejor Álbum en el Festival de Angouléme.
¿Cómo fueron tus orígenes profesionales?
Cuando no tienes nada de dinero y con lo que sabes hacer puedes ganar un poquito, aunque sea para pagar el alquiler, ves que tu hobby se convierte en una profesión. Yo comencé en la revista de humor Fluide Glacial, que fue una especie de laboratorio para nosotros porque nos permitía saber muy rápidamente si aquello que hacíamos funcionaba o no; es decir, lo dibujábamos, se publicaba y al cabo de pocos meses ya teníamos una respuesta del lector.
En Francia tenemos la suerte de tener revistas de cómic, lo cual me permitió comenzar a publicar en una y aprender muchísimo, ya que no me exigía empezar con un libro, no tenía por qué publicar un primer álbum de algo que si no funcionaba nunca iba a aparecer el segundo. Y también tuve suerte en el sentido de que allí pude trabajar con mis grandes ídolos.
¿Qué sensación guardas de aquella época?
Fue entonces cuando me quedó muy claro que era un poco peor que la media pero la parte buena fue darme cuenta de que pertenecía a aquella familia de autores. Esto sí que era muy positivo, porque estos autores, algunos ya con treinta años de carrera, te decían lo que estabas haciendo mal y lo dejaban tan claro que incluso esa misma noche eras capaz de corregirlo y mejorarlo. Sin embargo, la posibilidad de trabajar así hoy en día es imposible porque el trabajo en el cómic se ha vuelto algo muy compartimentado.
La sensación que me queda de mis orígenes es que para ser lo que yo quería tenía que ser muy bueno, tenía que mejorar muchísimo: Este es un trabajo que me apasiona, aunque a veces te da disgustos, pero siempre hay que seguir mejorando.
¿Cómo nace y se desarrolla tu particular estilo?
Dibujo cómic cada día desde que tengo 10 u 11 años. De niño era muy tímido, me costaba mucho hablar y descubrí que el dibujo te permite expresarte. Me pasaba el tiempo intentando buscar mi propio estilo; pasé por el cómico, después el realista, y cuantas más cosas encontraba más me aburría porque cuando encontraba algo comenzaba a repetirlo y así acababa haciendo siempre lo mismo. Y como no quería hacer una serie en un único género, descubrí que lo que me funcionaba era dejar mi propio estilo y ponerme al servicio de la historia, porque cada historia exige una manera distinta de ser contada. Y, de hecho, en Francia se ríen de mí porque, cuando comienzo una obra, el estilo nunca es el mismo que cuando la termino. Nunca sé cómo la voy a terminar, porque me aburro al hacerla. Este es un trabajo que no puedes hacer si te aburres; con el trabajo artístico tienes que disfrutar, si no te dedicas a otra cosa. Por eso me paso el tiempo intentando olvidar el estilo. Evidentemente, conservando aquello que he aprendido pero intentando alejarme de un estilo fijo para que cada historia tenga la representación que mejor le vaya.
Los estudios que he ido haciendo más los treinta años que he pasado dibujando cada día me han dado unas bases, y estas bases son las que me permiten prescindir finalmente del estilo. Las bases de la composición son las mismas en el cine o en el arte y el estilo es lo que embellece el resultado. Llegar al fondo de las cosas es lo que realmente me importa.
Cubierta de uno de los álbumes de Los combates cotidianos.
Hablemos de Los combates cotidianos ¿Hay algo de tu propia experiencia en esta obra?
Si, por supuesto, en todo momento. Pero esos rasgos están allí como pequeños fragmentos de verdad dentro de la ficción que supone el personaje. La manera en que me sirvo de mis propias experiencias vitales es solo una especie de condimento. Me gusta crear personajes, no me apetece reflejar mi propia personalidad todo el tiempo. Es decir, utilizo mi propia experiencia solo en algunos detalles.
A nivel gráfico, pienso que aquí utilizas un dibujo muy claro y una narrativa tradicional para mostrar emociones muy complejas, ¿es así?
Si. Yo solía usar grandes formatos y técnicas muy diferentes pero en esa época quería hacer algo muy simple visualmente aunque no me gustara mucho porque me parecía que si las ideas eran complejas y el dibujo también era complicado la empatía del lector sería menor.
¿Qué papel juega el compromiso social o político en Los combates cotidianos?
Hay autores que están interesados en dotar de un aspecto político a sus obras pero yo no, no me gusta. Yo lo que quiero es hablar de la gente. Es decir, no soy militante, no quiero convertir a nadie. Cuando uno de los personajes de esta serie explica por qué es de extrema derecha no lo presento como alguien malo, aunque no me gusten. Son gente con pocas luces pero tampoco es cuestión de echarlos o de cargárselos. En Francia decimos que la extrema derecha “no debería existir” y esto no me parece bien: creo que existe porque el hombre existe.
Yo fui un redskin, así que perseguía gente cuando era joven; estaba loco y cuando crecí me pregunté “¿qué clase de tipo soy?”. Me di cuenta de que era idiota y ahora solo quiero mostrar a los personajes como son. El de este cómic, en concreto, era un buen tipo solo que era pobre, no tenía expectativas y era fácil dejarse llevar.
A medida que avanza esta serie el dibujo se vuelve menos claro, más denso, ¿no?
Cuando dibujé los dos primeros álbumes lo hice poniendo mucho cuidado en el trazo, todo el día, a todas horas… y acabó por aburrirme. Cuando llegué al tercero me dije “¿qué hago ahora?”. Mantuve ese dibujo sencillo pero fui añadiendo negro. Y entonces me sentí feliz, porque comenzó a ser más denso, más expresivo. Me di cuenta de que al añadir el negro cambiaban la historia y las sensaciones. Es un detalle pero es importante.
Según el argumento de la obra, ¿crees que la vida es una lucha constante contra las decepciones?
Si, más o menos. Pienso que es suficientemente buena. Yo maduré muy tarde, me convertí en un adulto después de que naciera mi hijo; creo que a los 35 años todavía era un adolescente, aunque fuera de forma inconsciente, una especie de Peter Pan. Los combates cotidianos trata esencialmente sobre convertirse en adulto. Habla de muchas cosas pero la principal es cómo nos convertimos en adultos. O en algo parecido. Cómo debemos desechar algunos sueños que teníamos, del tipo “esto podría ser de esta manera o de aquella, estaría genial hacer esto o lo otro…”, y quizá formar una familia.
¿Cuál fue el criterio de selección de los personajes en Una aventura rocambolesca de…? Por ejemplo, Van Gogh o Sigmund Freud…
Hubo un momento en que me dediqué a hacer parodias. La parodia consiste en burlarse de alguien o algo que ya existe y me encantó hacerlo porque fue realmente divertido. Pero después me pareció que, quizá, más interesante que parodiar algo podía ser el crear algo, así que dejé de hacerlo.
Una aventura rocambolesca de Sigmund Freud.
En cuanto a los personajes, elegí a Van Gogh porque si yo hubiera de tener una patria y esa patria tuviera una bandera, yo pondría su efigie en ella. Practicó un tipo de arte que venía de su interior y eso me maravilla. Es una leyenda. Yo me voy al Museo de Orsay, en Francia, y me paso horas delante de tres o cuatro cuadros suyos, admirando al genio.
En cuanto a Freud, lo elegí porque estuve psicoanalizándome durante 25 años…
¿Y te fue útil?
Sí que lo fue. Estuve a punto de suicidarme cuando era un adolescente, estuve muy cerca de hacerlo pero aprendí a vivir con ello y también con una serie de medicamentos. Pero es una aventura, ¿no? Me gustan las aventuras y quizá esta sea una de las últimas aventuras del mundo moderno, enfrentarnos a lo que hay dentro de nosotros. Ahora ya no viajamos a luna sino al interior de nuestra cabeza.
Y esto tiene que ver con Los combates cotidianos, obviamente.
Si. No intento analizar nada en estos álbumes pero exploto mis obsesiones. A veces pertenecen al pasado pero gracias al psicoanálisis veo claramente cómo fueron y me digo a mí mismo que debo mostrarlas antes de que ya no recuerde cómo eran. O sea, intento plasmar algunas de mis obsesiones aunque no tengan nada que ver con las de ahora.
¿Cómo surge la serie Tim Oruno?
Yo conocía tunecinos, argelinos y marroquíes pero no sabía nada de su mundo porque todos ellos habían nacido en Francia y habíamos crecido juntos. Me di cuenta de que existían diferentes culturas viviendo en el país. Pero cuando me convertí en un profesional me dije “no hay una sola serie ni un álbum que esté protagonizado por un árabe”. En Francia no hay ni uno ¿Por qué? Entonces decidí hacer esta serie y este es mi único gesto político. Uno mini-político. Y quise hacer vivir al protagonista como a cualquier otro personaje, solo que perteneciendo a una cultura determinada.
Portada de uno de los álbumes de Blast.
¿Cómo nace Blast y su particular grafismo?
Es una obra que viene justo después de Los combates cotidianos y tanto el editor como los lectores querían que siguiera haciendo lo mismo. Siempre pasa igual: cuando un libro tiene éxito se intenta repetir hasta la saciedad, pero yo me planteé qué podría hacer para no dar a los editores y a los lectores lo que estaban esperando; tenía que cambiar de grafismo y tenía que cambiar el contenido de los personajes, y además en esta obra se habla mucho más de la locura de lo que nunca se hizo en el otro. De aquí nació el concepto de Blast.
Y luego todo se desarrolla un poco por casualidad, porque no sabía cómo desarrollar las escenas del blast, aquellas en que todo explota. Siempre había conservado los dibujos de mis hijos, los tenía en el taller, y un día un amigo me pidió que dibujara una tarjeta; era como una especie de postal para un Nacimiento y se me ocurrió utilizar los dibujos de mis hijos. Y trabajando con ellos para adecuarlos al encargo me di cuenta de hasta qué punto tenían potencial, eran dibujos inesperados. Y yo que estaba intentando dibujar a los personajes con un toque artístico me encuentro con estos dibujos algo brutales y me surge la idea: en el contraste entre estos dos tipos de grafismo surge la idea para plasmar las escenas que estaba buscando. Pura casualidad. A veces las cosas surgen por casualidad y cuando esto sucede hay que saber identificar los signos.
A mí me gustan este tipo de accidentes y a veces es mejor que intentar ir por la vía que tú piensas que es la más adecuada.
Creo que utilizas aquí un lenguaje muy visual, ¿no? Que la pura imagen tiene un gran protagonismo…
Si. Eso lo tomé prestado de autores como el suizo Cosey y, sobre todo, como Taniguchi. La verdad es que no me gusta su dibujo porque está demasiado trabajado pero una vez leí El caminante, una obra donde “no pasa nada”, solo es un hombre que pasea, y hay en ella una viñeta en blanco donde dibuja… el viento. Pensé “¿por qué no puedo yo hacer esto?”. Y me di cuenta de que era porque hasta entonces disponía de 48 o sesenta y tantas páginas pero ahora iba a tener doscientas y podía hacerlo ¡Podía hacer veinte páginas de silencio si la historia lo necesitaba! Es la manera perfecta de trabajar para sentirse absolutamente libre.
Juegas con el color y el blanco y negro ¿Crees que la vida ordinaria es en blanco y negro y ocasionalmente surgen explosiones de color en ella?
Creo que sí. Para mi es justo al revés que en las películas, donde los flashback son en blanco y negro y el resto de la película en color. La vida es dura la mayor parte de las veces, es como en blanco y negro, pero a veces -solo algunas veces- encuentras algo, contemplas algo, comes algo o te encuentras con alguien… y surge un nuevo mundo. Completamente en color.
Es el blast…
Exactamente, así es.
Sin renunciar a los mecanismos narrativos del cómic, en esta obra te muestras más pictórico que nunca…
Normalmente, yo dibujaba la página con todas sus viñetas una tras otra, pero ya no lo hago así. Ahora cojo el papel, cojo el pincel que necesito y hago un dibujo. Después viene la segunda tarea, ya que mi otro trabajo es diseñador gráfico. Así que escaneo ese dibujo y en la pantalla del ordenador compongo la página, intentando equilibrarlo todo. Lo que me permite dibujar con total libertad y a la vez ser absolutamente preciso cuando sitúo esos dibujos en la página.
De acuerdo con Blast y Los combates cotidianos, ¿piensas que la creatividad o el genio están relacionados con la locura o la psicosis?
Creo que “psicosis” no es el término adecuado porque significa que no estás conectado con la realidad. El protagonista de Los combates cotidianos, por ejemplo, aparece preocupado y angustiado pero nada más. Pero cuando terminé de hacer esta obra me pregunté “¿qué puedo hacer ahora que no haya hecho en Los combates cotidianos?”. Porque, como dije, todo el mundo quería que hiciera el quinto álbum o que mi siguiente trabajo fuera algo parecido a esta serie pero yo dije que todavía no había profundizado en la oscuridad lo suficiente. Voy a dañar más al personaje, quiero torturarle pero estoy deseando ver cómo reacciona…
Es decir, que el protagonista de Blast es el siguiente paso.
Si. Ocurre también que estaba en baja forma cuando hice Blast. En la época de Los combates ordinarios me sentía feliz pero en ese momento tenía problemas, por lo que Blast es una reflexión sobre mi estado de ánimo por aquel entonces. No me sentía nada bien, por eso quise sumergirme en la oscuridad, porque yo estaba en ella.
Llegamos a tu particular visión de Valerian: La armadura de Jakolass.
¿De qué forma te planteas este proyecto?
Cuando me lo propusieron, al principio dije que no. La cuestión es que de niño yo era muy mal estudiante y mi madre me traía de la biblioteca cómics para que leyera. Como no separaban los infantiles de los adultos, me trajo cosas como Tarzán o Asterix pero también los de Gotlib o Muñoz y Sampayo. Y así es como empecé a leer Valerian. El caso es que cuando me ofrecieron hacer este álbum dije que no pero luego volví al hotel y no podía dormir. Me dije “esto solo pasa una vez en la vida, ¿cómo puedes decir que no?”, por lo que finalmente acepté.
Al principio me costó pero encontré la forma de enfocarlo. No intentaba hacer burla ni parodiarlo, yo quería hacer una auténtica aventura, pero no sabía dibujar como Mezieres, por lo que tuve que encontrar mi propio estilo. Además tuve que hacerlo con cierta rapidez y en un formato más pequeño del que estoy acostumbrado, así que me resultó un poco duro.
La particular aportación de Larcenet al universo de Valerian.
En general, el recurso a la caricatura ¿te permite expresar mejor la psicología de los personajes?
Oh, sí. Esto es algo que he descubierto no hace mucho, que con tres líneas hago más que con diez. Nunca he sido muy buen dibujante, ahora soy mejor, pero con el tipo de dibujo que hago puedo reflejar pequeños detalles, emociones, a veces incluso la luz, sin tener que escribirlo o contarlo. Antes tenía que hacerlo así y ahora he descubierto que puedo hacerlo dibujando. Es estupendo ver que en veinte años has hecho algún progreso [risas], así que estoy contento.
En tus principales obras, los protagonistas son seres incomprendidos, marginados o simplemente diferentes…
Tim Oruno es especial. Muchos chicos como él no son comprendidos por los niños franceses, por lo que están realmente solos. La primera vez que estuve en casa de uno cuyos padres eran musulmanes tendría yo unos diez años; y me di cuenta de que tenían una religión de la que no sabía nada, me di cuenta de la importancia de aquello. Nunca me habían dicho nada ni había notado la importancia que tenía, tuve que verlo yo mismo. Fue algo extraño.
En cuanto a Blast, está realmente chalado pero, sin embargo, Marco solo está un poco trastornado y quiere ser normal. Esto me gusta, me gusta mucho, porque nunca sabes cómo va a reaccionar el personaje. Porque me pregunto a menudo “¿qué haría ahora?”. Es decir, son personajes abiertos…
O sea, son capaces de sorprenderte.
Claro. Los personajes más sorprendentes son los más locos o los que más se alejan de la normalidad.
Tu trabajo habla con frecuencia de obsesiones, angustia y sufrimiento ¿Es un intento de explorar la naturaleza humana?
Es un intento de explorar la mía. Y siempre me sorprendo, siempre, cuando los lectores vienen y me dicen “¡esto también me pasa a mí!”. Por ejemplo, con Los combates cotidianos, hubo muchos lectores que me decían “yo tengo ataques de ansiedad”. Porque cuando lo hice yo pensaba que era el único y ahora veo que no estoy solo. Fue algo mágico. Entonces me di cuenta de que yo les daba algo a ellos pero ellos también me daban algo a mí. En otro aspecto no sé pero en ese fue todo un éxito.
En cuanto a Blast, la gente dice “es extraño, a veces me gusta y a veces no”. Y yo me digo entonces “¡síííí!”. O sea, el personaje no es completamente odioso, es algo intermedio, y me gusta que los lectores lo perciban. Eso para mí es un logro.
Has publicado con sellos independientes y con grandes editoriales ¿te planteas el trabajo de distinta manera en uno u otro caso?
Lógicamente, en una independiente puedo trabajar con total libertad mientras que en una de las grandes tengo que hacer una serie de concesiones, porque no se puede publicar de todo, siempre hay una línea a seguir. Pero ocurre que lo que descubro trabajando en las independientes después intento aplicarlo en el resto de mis trabajos; se puede decir que en la editorial alternativa hago un poco de investigación y lo que me sirve lo aplico al gran público.
Pero, en cuanto al trabajo en sí, siempre es un trabajo artístico a fin de cuentas: en las grandes un poco más “fino” y en las otras quizá más “bruto”, por decirlo de alguna manera, pero en realidad es solo una cuestión de forma.
En el caso de Blast, por ejemplo, ha sido un éxito enorme pero al principio nadie pensaba que fuera a serlo. Porque es un formato de 200 páginas en blanco y negro, algo que el departamento de marketing decía que no iba a funcionar y resulta que ha sido al revés. Esto es como una pequeña venganza y me encanta. Por otra parte, demuestra que no hay que dar a la gente lo que se espera porque a todos nos gustan las sorpresas y que nunca, pero nunca, hay que seguir los dictados del marketing, que siempre repiten lo mismo.
Portada de uno de los álbumes que Larcenet dibujó para la serie de La mazmorra.
¿Cuáles son tus autores preferidos?
Me gustan autores como José Muñoz o Cosey… Básicamente, me gustan algunos que quizá no son muy conocidos pero son sinceros. Eso es lo que me gusta cuando estoy leyendo una obra, comprobar que el autor está siendo sincero, eso me apasiona. No es solo una cuestión de dibujo, porque el de Taniguchi, como ya dije, no me gusta nada, es muy de estudio, pero ha sido capaz de dibujar el viento antes que yo. No se puede ser más sincero, se nota que no es dibujar por dibujar, que hay una búsqueda.
Para responder a la pregunta, digamos que me gustan algunos autores pero que pocas veces me gustan por completo. Y no quiero ser pretencioso al decir esto, porque me ocurre igual con mis obras, tampoco me gusta todo, no puedes pensar de una obra que todas las viñetas sean buenas: la calidad varía y esto es lo interesante.
¿Relees tus propios trabajos en algún momento?
¡No! [risas] Nunca lo hago, es una especie de ritual. Lo hago por una razón y es que, cuando relees y relees y relees, siempre acabas encontrando algo que está mal, algo que no te va a gustar, por eso hay que aceptar que siempre habrá pequeñas imperfecciones. Otra cosa sería imposible.
De todas formas, si bien es cierto que cuando envío el libro al editor nunca lo releo, sí que cuando me mandan la primera copia impresa la leo una sola vez. Y enseguida veo lo que no funciona; enseguida pienso “¿cómo es posible que no me diera cuenta de este detalle o de este otro?”. Imagínate, si lo hiciera cada día me volvería loco. Porque el hecho de que algo te haya salido mal te causa un dolor muy fuerte. Y, es extraño porque esto pasa siempre en el mundo del arte, pero aunque nunca puedas alcanzar la perfección nunca puedes dejar de buscarla.
Se acaba de publicar el cuarto tomo de Blast ¿Cuál es tu primera impresión?
Ha sido como ir tallando un diamante. En los tres primeros fui suministrando una serie de pistas y ahora he pretendido conectarlas todas. Y si lo consigo… ¡buf! … va ser en colores.
Un auténtico blast.
Efectivamente.