Jacques Tardi, la memoria del pueblo (VII) New York, mi amor

Viene de:
Jacques Tardi, la memoria del pueblo (I) Introducción
Jacques Tardi, la memoria del pueblo (II) Aprendiendo a contar
Jacques Tardi, la memoria del pueblo (III) Libertad, al fin
Jacques Tardi, la memoria del pueblo (IV) Blanc-Sec, Adèle Blanc-Sec
Jacques Tardi, la memoria del pueblo (V) Burma, detective en la bruma
Jacques Tardi, la memoria del pueblo (VI) Las manos manchadas

En nuestro recorrido por los cómics “negros” de Tardi nos hemos permitido un cierto desorden cronológico a cambio de agruparlos de una forma comprensiva. Volvamos ahora atrás en el tiempo, porque aunque es evidente que el dibujante ha demostrado su preferencia por Léo Malet y Jean-Patrick Manchette, no han sido estos los únicos guionistas o escritores que le han acompañado en sus páginas.

Si hay una ciudad que identificamos con Tardi, esa es París. Pero hay otra ciudad que fascina al autor, una ciudad mitificada en el cine, el cómic y la literatura, una ciudad que Tardi ha visitado en varios ocasiones y de la que se ha quedado prendado. Esa ciudad es Nueva York, obviamente. En 1979, el dibujante publicó en el número 16 de (À Suivre) una historia corta bajo el título «Manhattan». En sus 8 páginas no solo lograba capturar el ambiente abigarrado, bullicioso, excesivo y caótico del borough neoyorquino, sino que se las arreglaba para firmar una de sus historias más negras. El guión era suyo, y también lo era la documentación fotográfica en la que se basó para el dibujo. En la historia, un francés regresa a Manhattan y visita algunos de los lugares que le marcaron en una estancia anterior. En mente tiene un propósito concreto, pero no lo conoceremos hasta el final de la historia. Mientras tanto, asistimos a un monólogo en off en primera persona escrito con el tono cortante y preciso de la mejor novela negra. El protagonista se presenta vestido de negro, con el rostro contraído por la angustia, el cuerpo aplastado por el peso de la ciudad que se cierne sobre él, a menudo una mera silueta –a veces de espaldas al lector– insignificante.

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Primera página de «Manhattan».

En las dos últimas viñetas descubrimos que el propósito del protagonista era el suicidio y que su voz narrativa llega desde el más allá. A lo largo de todo el relato solo hemos visto al protagonista interaccionar con otro ser humano, en una única viñeta y en un plano muy largo que hace imposible una clara identificación de las figuras. Es la ciudad, con sus altos edificios y sus solares, taxis y neones, hoteles de mala muerte y vallas publicitarias, la auténtica protagonista. Porque, ¿qué mejor ciudad para acabar con la propia vida que la más inhumana –por mítica e irreal– de todas? Toda la negrura del pesimismo existencial de Tardi se recoge en ese breve espacio, y una vez más (La véritable histoire du soldat inconnu, La guillotina, Griffu y otras) la narración llega, en un truco narrativo imposible, de boca de un cadáver. En realidad, ya en la segunda viñeta encontramos una pista de lo que puede ser el final del relato, cuando vemos que en un cine se proyecta Taxi Driver (Martin Scorsese, 1976). El director italoamericano es uno de los favoritos de Tardi, y si este en sus cómics retrata la historia de violencia que ha llevado a la construcción de la Francia actual, aquel hace lo propio con Estados Unidos. El Travis Bickle de la película de Scorsese es muy distinto del protagonista de Manhattan, pero en última instancia ambos son incapaces de dar una salida “normal” a sus frustraciones, son inadaptados, y la única forma en que pueden finalmente aceptarse a sí mismos es autoinmolándose. Esta historia corta, que Art Spiegelman y Françoise Mouly publicaron en la norteamericana RAW, puede considerarse, junto a las también cortas «It’s So Hard» (1979) y «Pacific Rose» (1981), guionizadas por Dominique Grange, como el germen de la única obra larga de Tardi alejada del mundo francófono, El exterminador de cucarachas, publicada entre los números 61 y 65 de (À Suivre) en 1983. Todas las obras mencionadas, con Nueva York como escenario, se recopilaron en 2009 en Francia en un álbum titulado New York, mi amor. Tampoco está de más recordar que precisamente en el espacio temporal comprendido entre «Manhattan» y El exterminador de cucarachas se publicó El secreto de la salamandra, el único álbum de Adèle Blanc-Sec en el que gran parte de la acción transcurre fuera de Francia. Concretamente, en Nueva York. En realidad, si Tardi no dibuja otras localizaciones que no sean francesas tan a menudo, es en gran medida porque no las conoce lo suficiente. Sus autores de novela negra favoritos son los americanos, y si no los adapta es porque, en su afán por el realismo en los fondos, en la ambientación, evita aquello que no pueda comprobar y transmitir de primera mano. En cierta ocasión, y tratando de hacer un cumplido a Tardi, Spiegelman describió El exterminador de cucarachas como “Nueva York visto por un francés”. Lo que Spiegelman no sabía es que, para Tardi, aquello era un demérito, ya que significaba que no había sido capaz de capturar la esencia universal y última de la ciudad. Curiosamente, Spiegelman, que recibe su guiño en forma de inmenso rótulo en una fachada en El exterminador de cucarachas, ya publicó una historia en 1975 “protagonizada” por cucarachas y la ciudad de Nueva York. [FIG29]

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Spiegelman y Tardi.

Pero, ¿qué es El exterminador de cucarachas? A grandes rasgos, es la historia de Walter Eisenhower, un exterminador de cucarachas nacido en Alemania en plena 2ª Guerra Mundial y residente en Manhattan que un día, picado por la curiosidad, pulsa el botón del piso 13 –inexistente en Nueva York, según la leyenda– en un ascensor. Allí, escucha parte de una conspiración criminal. Los conspiradores lo descubren y comienzan a vigilarlo, entrando entonces en escena Luis, compañero de trabajo de Walter, puertorriqueño y maleante de baja estofa que trata de sacar partido de la situación. El exterminador de cucarachas parte de una idea original de Tardi –al parecer inspirada en hechos reales–, pero el dibujante prefirió contar con la experiencia de un guionista profesional a su lado como Benjamin Legrand, que además de ser escritor de novela negra había residido varios años en Nueva York. Aunque la historia transcurre en Manhattan, el Bronx y Brooklyn, solo en una viñeta –una panorámica del skyline de Manhattan– llegamos a ver el Empire State y el puente de Brooklyn, y las Torres Gemelas en otra, evitando el dibujante en todo lo posible recurrir a los rincones más emblemáticos y habituales que darían a su cómic el aspecto de una guía turística. Muy al contrario, prefiere prescindir de la cara brillante de la ciudad y centrarse en callejones húmedos y atestados de basura, edificios destartalados y solares. Una Nueva York donde las cucarachas campan a sus anchas. Porque en esta obra, las cucarachas son los insectos que todos conocemos, pero también, en una angustiosa metáfora kafkiana, son los hombres.

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Cucarachas humanas en El exterminador de cucarachas.

Walter narra su historia a modo de flashback, mostrándose su figura en las primeras páginas oscurecida por un contraluz, como si se tratase de un documental en el que se pretende mantener el anonimato del narrador. Intuimos pues, ya desde el principio, que, o bien su vida corre peligro, o está inmerso en asuntos turbios. Walter fue entregado por sus padres alemanes a una pareja norteamericana siendo todavía un bebé, nunca ha encontrado su sitio en la sociedad norteamericana y tiene sueños donde, convertido en superhéroe –y por lo tanto en un producto 100% americano– lucha contra las cucarachas nazis. Así se manifiesta su complejo de inferioridad, como auténtico hijo no solo de la guerra, sino también del bando perdedor y culpable. La única nota de color en el cómic –en blanco, negro y grises– es el rojo que se impone sobre el traje de trabajo de los exterminadores y su furgoneta, otra forma de resaltar la cualidad de inadaptado de Walter, que siempre viste estas prendas. Como sucedía en Manhattan, el protagonista se presenta oprimido por la ciudad, cuyo cielo casi siempre está coronado por una franja gris que lo aplasta contra el suelo. Walter, incapaz de tomar decisiones por sí mismo, primero es manipulado por su compañero de trabajo y, finalmente, por los conspiradores, cuyo modus operandi consiste en reclutar a inadaptados ligeramente perturbados para programarlos como asesinos de celebridades y así desviar la atención de la auténtica organización criminal oculta en la sombra. De hecho, en la historia se menciona, como de pasada, a “un célebre cantante de rock asesinado frente a su casa por un loco” en clara alusión a John Lennon y Mark David Chapman, respectivamente, y también se insinúa que la organización fue responsable de la muerte de J.F. Kennedy.

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El metro de Nueva York en El exterminador de cucarachas.

Como en las novelas de Manchette –para cuando Tardi publicó El exterminador de cucarachas ya se habían publicado todas– el culpable último, quien ejerce la violencia sobre el individuo, quien maneja los hilos de nuestras vidas, es una organización oculta conectada con los poderes fácticos. La idea de fondo que de nuevo recorre la obra de Tardi es el peligro que supone la desinformación, y una vez más se alude a ello en la escena en que Walter pregunta por el precio del periódico y recibe, de parte del kiosquero, un “¿No compras nunca el diario? ¡30 centavos, capullo!”. Tampoco olvida Tardi las veladas alusiones (anti)religiosas ni prescinde de los homenajes, como los dedicados a Harold Gray o Muñoz y Sampayo. El cómic se complementa con dos textos, de Tardi y Legrand respectivamente, y un extraordinario epílogo en forma de fotonovela donde los fondos –incluyendo a los viandantes –son fotografías sobre las que destaca el dibujo de un Walter con su mono de trabajo rojo. Estas últimas cuatro páginas sirven, por una parte, para acercarnos al proceso de trabajo de Tardi, ya que las fotografías son las que se han utilizado en las páginas previas para dibujar los fondos. Por otra parte, dan consistencia a lo leído previamente, anclan al personaje, y por tanto a todo el relato, en la realidad.

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