Marte. Ida y vuelta (Pierre Wazem) La Cúpula, 2014. Rústica. 17 x 23,2 cm. 132 págs. Color 18,90 €
¿Qué es lo que le queda a un autor cuando no le queda nada por contar? ¿Qué pasa cuando antes cualquier motivo o situación daba pie a una obra completa y ahora no le sirve nada? Esas son algunas de las cuestiones planteadas en Marte ida y vuelta, una historia contada en primera persona por el autor Pierre Wazem. Esto es lo que sucede con este autor de carrera larga y reconocida cuando se queda sin nada sin contar, y parece que la salida más sencilla –y a la vez compleja– es hablar de su mismo de su entorno, de aquello que conoce y tiene más cercano. De su vida.
En Marte ida y vuelta no nos encontramos con una autobiografía al uso, ni una versión autorizada, ni dulcificada. Wazem se convierte en narrador de su propia desgracia y de su resurgimiento como creador. Para ello divide la obra en dos partes: en la primera vemos su versión más mundana, y en la segunda trasciende esa vulgaridad y entra en una especie de trance creador. En esa primera parte se nos muestra a un Wazem que vive la vida hacia delante sin mucha consideración por el futuro: miente constantemente a sus hijas, su familia está hasta las narices de ser personajes de sus historias, oculta un desahucio a su familia hasta el último momento, y su mujer sabe de las infidelidades de su marido.
Esa es la parte más mundana de la vida de un autor, una persona sin ingresos fijos y que muchas veces, quizás en la mayoría de ocasiones, no puede vivir de aquello que más le gusta. Wazem nos muestra una vida no supeditada a la creación sino a su supervivencia y la de su familia. Y, al menos en su caso, también un relato sobre lo moral dentro del espacio de la pareja.
Pero la realidad se ve inundada en su segunda parte por lo fantástico y lo onírico. Ya en las primeras páginas se dan pistas de lo que va a suceder: un erizo con un dorsal se interpone en el camino del autor cuando este lleva a sus hijas a la casa de la madre de este. Un hecho fantástico que inoculará al relato de esperanza dentro de un espacio en el que domina la realidad. En la recta final, el autor encontrará un telescopio en una cabaña abandonada en el bosque, que le permite una observación directa y nítida del planeta rojo y que más adelante le servirá para observar y participar de su vida más directamente que cuando vive la mundana realidad.
Es en la confluencia de esos dos mundos en los que el relato de Wazem toma relevancia. La realidad contamina la ficción, pero esta última apenas se deja ver en la primera salvo cuando el autor decide que así sea, algo que se pone de manifiesto cuando este se queja de que antes cualquier anécdota le valía como punto de inicio para crear una historia. Sin embargo, ahora la realidad, la puta realidad que dirían algunos, le sobrepasa hasta tal punto que impide que la ficción se convierta en algo concreto y alejado de lo que le rodea.
Marte no deja de ser una excusa. El agujero por el cual se vislumbra el planeta es una ratonera laberíntica en la que los textos que provienen de la realidad –y que con muchísima dificultad le cuesta extraer en ese mismo contexto–, surgen de manera espontánea. Se podría ir un poco más allá y definir ese espacio como alucinógeno, en principio individual y luego comunitario, en el que la convivencia se convierte en algo obligatorio y no por pura elección.
Marte ida y vuelta es un relato emotivo sobre el arte de crear que se desliza tangencialmente por el slice of life más canónico, con un pequeño enfrentamiento entre realidad y ficción en el que esta última consigue que el autor se redima y que en cierta forma salve su vida familiar.