Arsène Schrauwen 2 (Olivier Schrauwen)

Arsène Schrauwen 2

Arsène Schrauwen 2 (Olivier Schrauwen). Fulgencio Pimentel, 2014. Rústica con sobrecubierta. 21,2 x 26,5 cm. 64 págs. Dos tintas. 14€

Olivier Schrauwen es demasiado joven para considerarlo un autor consagrado o un clásico, pero a la chita callando se ha convertido en un autor esencial para entender el cómic contemporáneo. Y en uno de mis favoritos. El nivel en el que se mueve ahora mismo admite pocas comparaciones: «Greys», incluido en Terry, es una de las mejores historias que he leído en los últimos tiempos. Mogwli en el espejo es fantástico. Pero tal vez el cómic donde Schrauwen está más inspirado y el que está dejando más huella sea Arsène Schrauwen.

Concebida como una obra en tres partes que aparecen previamente autopublicadas por Schrauwen, Arsène Schrauwen es una biografía del abuelo del artista. En su momento, cuando escribí del primer número, que leí en inglés, destaqué que se apropiara de un género tan asociado con la novela gráfica para hacer algo nuevo, que va más allá del tipo de relato que convencionalmente se construye alrededor de la biografía, basado en un contrato de verdad que firman autor y lector. Se puede comenzar la lectura de la obra pensando que ese contrato está vigente y que todo lo que cuenta Schrauwen es efectivamente una memoria familiar, y que todo sucedió tal cual, pero pronto el lenguaje del dibujante nos situa en otras coordenadas. Como señaló Pepo Pérez al respecto del primer número (en «El idioma analítico de Arsène Schrauwen», CuCo, Cuadernos de cómic n.º 2, página 221), no tenemos forma de saber si lo que se cuenta es cierto, pero esto no importa, porque «el viaje que nos propone es ante todo interior, y el territorio a explorar no es físico sino mental». El dibujo de Schrauwen subraya el artificio y los subjetivo. Lo psicológico es el centro del relato, que no es, aunque lo parezca, una crónica de los acontecimientos vividos por Arsène, sino una exploración de sus sensaciones. No hay demasiados cómics donde lo sensorial se explore tan seriamente y desde una sintaxis tan alienígena, tan ajena a las convenciones del medio.

Esta sensación de extrañamiento y fascinación se refuerzan aún más en la segunda entrega, más oscura que su predecesora. Si los ejes irrenunciables del relato clásico son el espacio y el tiempo, entonces Arsène Schrauwen 2 no podría estar más alejado de éste, en el que la fiebre, el miedo y el alcohol convierten la vida de Arsène en la colonia en una especie de pesadilla recurrente, donde la soledad le hace perder asidero con la realidad. Arsène vaga por las inmediaciones de la cabaña donde se aloja, y examina con curiosidad infantil un mundo que no conoce, y que tiene que interpretar como su limitada visión buenamente le permite. El dibujo de Schrauwen transmite esa búsqueda, y su indefinición y engañosa tosquedad es la de una percepción incompleta, fragmentada: nosotros perdemos con al mismo tiempo que él la noción de la realidad y ya no sabemos dónde estamos, ni cuánto tiempo pasa. Nos da alguna pista el avestruz que nace de uno de los huevos que desayuna Arsène, porque su tamaño va en aumento, pero por supuesto no podemos estar seguros de que eso signifique nada; ni siquiera de que el avestruz sea real y no algo que imagina en su delirio el abuelo de Olivier Schrauwen.

Hay en sus rutinas mecánicas y obsesivas algo del absurdo, pero sobre todo algo de Franz Kafka. Incluso diría que lo hay en los textos, que abordarn las relaciones humanas de una manera bastante peculiar. Es fría en lo que respecta a «el chaval», esa presencia fantasmagórica y esquiva que supuestamente cuida de Arsène y le procura lo necesario para vivir pero que nunca llegamos a ver. Y sin embargo su obsesión con Marieke, la mujer de su primo, es todo lo contrario: pura pasión. Arsène la ve en los dibujos de las ramas y en sus ensueños, e incluso en lo peor del delirio su imagen lo visita. En el último capítulo, «Agua», Arsène toca fondo, y su pánico al parásito que cree que habita en el agua y que a través del chorro de su orina podrá entrar en su organismo se descontrola y lo empuja a perder la cabeza y encerrarse en la cabaña. En ese puñado de páginas claustrofóbicas Olivier Schrauwen alcanza una verdadera cima. Da auténtico miedo asistir a la caída de Arsène, cada vez más zumbado, cada vez más arrinconado por la lluvia, hasta que llega la catarsis, el momento clave en el que sucumbir para siempre o levantarse.

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La segunda entrega de Arsène Schrauwen termina con un giro inesperado, marcado por otro cambio de color —que como en el primer volumen bascula entre el azul oscuro y el naranja— y nos sitúa en un escenario nuevo. Es increíble cómo en un par de páginas podemos dejar atrás de manera tan brusca la locura, como si ésta fuera un lugar más que una condición psiquiátrica. Ahora que lo pienso, este volumen tal vez sea la cuarentena que Arsène tiene que pasar en la jungla, antes de poder seguir con su vida. Confío en que pronto lo sepamos, que no tardemos en leer la última entrega de este viaje alucinante que se ha convertido ya en un hito del cómic de vanguardia y que seguramente no será nunca modelo porque para imitarlo hace falta demasiado.