El árabe del futuro (Riad Sattouf)

el árabe del futuro port

El árabe del futuro (Riad Sattouf). Salamandra, 2015. Rústica con solapas. 17,5 x 24 cm. 160 págs. Color. 19 €

Escribió hace muy poco Rubén Lardín sobre Riad Sattouf que es «todavía un desconocido en España» y que las series que hemos visto publicadas aquí «merecían mejor suerte de la que han corrido». Y pienso que tiene razón en ambos puntos. Por algún motivo Sattouf ha quedado al margen del pequeño boom que ha vivido el nuevo cómic francés de autor en España en los últimos, pongamos, quince años. Tal vez sea porque hace un humor costumbrista pero al mismo tiempo muy personal, o por su contenido, o quizás sea más sencillo que todo eso y tenga más que ver con la escasa promoción que han tenido sus tebeos.

En cualquier caso, tengo la misma esperanza de Lardín puesta en que esta obra grande, que constará de tres tomos, cambie esa situación. El árabe del futuro parece la obra de madurez de un autor extraordinario, que además hace las cosas de un modo único. No es nada fácil hacer pasar por sencillas determinadas soluciones narrativas, pero además hay algo en su voz narradora muy sofisticado. Por eso lo que podría haber sido una autobiografía infantil al uso se revela como una reflexión-exposición de múltiples capas.

En primera instancia, El árabe del futuro es la historia de la infancia de Sattouf, con las particularidades propias de ser hijo de una mujer bretona y un hombre sirio, en viaje constante entre Francia, Libia y Siria. El choque cultural está implícito, y lo vemos en las reacciones de la madre, sobre todo, pero no se subraya porque el punto de vista infantil no se ve afectado: para el pequeño Riad, los tres países son parte de la misma mitología infantil. Este punto es, sencillamente, fantástico. Sattouf refleja esa capacidad de maravilla infinita que tiene un niño pequeño, que construye su mundo sin diferenciar aún del todo bien la realidad de la ficción, porque el lenguaje aún no ha fijado esas convenciones —por ejemplo, al escuchar a su madre llamar «dios» a Brassens, ya siempre se imaginará con su cara al dios cristiano—. Pero no se carga de ñoñería ni idealiza la mentalidad infantil, como tantas veces sucede. No es una Arcadia feliz, aunque haya muchos buenos momentos. También hay crueldad, dolor y miedo, porque la infancia es todo eso y sólo la mirada nostálgica y edulcorante del adulto se olvida de lo malo y sobrevalora lo bueno.

Precisamente, es esa falta de valoración explícita lo que proporciona al relato un tono particular, un tanto indefinible. Los comentarios del Sattouf narrador —adulto, por tanto— son bastante asépticos, descriptivos, un mínimo hilo conductor para que se entienda la sucesión de acontecimientos que su yo niño, lógicamente, no podía comprender. Adereza y da color a esos cartuchos de texto con pequeñas anotaciones enfáticas, que escribe sobre el dibujo, sin globo ni cuadro, y que escarban muchas veces en los recuerdos más sensoriales de un niño. Por eso captura su mirada sobre la realidad y al mismo tiempo evita el tono naif facilón, pero, sobre todo, logra mantener gran parte del relato en la nebulosa que la realidad es para un crío. Eso se aplica, en primer lugar, a sus propios padres. La manera en la que los trata es magistral y muy original: realmente es difícil llegar a ella, como creador y como hijo. Hay siempre en su retrato una deliberada ambigüedad, que evita juzgarlos o valorarlos. La madre, casi siempre silenciosa, una mujer moderna y universitaria, que se enamora de un joven sirio y abandona todo por él, un joven estudiante que pese a ser laico y viajar a Francia a estudiar, mantiene muchas contradicciones y opiniones extrañas y cambiantes, sobre todo en lo que se refiere a la política. Al contrario que la madre de Riad, no para nunca de hablar, y sin embargo nunca nos liberamos del todo de la sensación de que no lo conocemos bien, porque nadie conoce del todo a sus padres a los cuatro años. Pero sí los adoramos, y eso también se refleja en El árabe del futuro.

el árabe del futuro int

Por otro lado, si funciona tan bien como lo hace es porque, aunque sea obvio decirlo, Riad Sattouf es un dibujante de cómics tremendo. Casi cualquier decisión que toma en este libro es la mejor posible. El ritmo del relato es perfecto: se acelera cuando debe y se relaja cuando es necesario, y Sattouf marca el paso con los textos, nada está dejado al azar: sabe cuándo dejar que sean los diálogos los protagonistas, cuándo introducir textos de apoyo, o cuándo confiar toda la fuerza del recuerdo infantil grabado a fuego a la imagen —como en la secuencia en la que la familia pasa por delante de varios ahorcados en Siria—. El humor siempre está presente, porque al fin y al cabo es el registro en el que se siente cómodo Sattouf, pero es en parte diferente al de otras obras, más modulado, menos cínico, o al menos lo camufla así detrás de la mirada infantil.

Además Sattouf es un dibujante caricaturesco maravilloso. De trazo preciso y limpísimo, con una habilidad para el gag visual a la altura de los mejores, y una facilidad para dibujar todo con los elementos mínimos, sin sobrecargar las viñetas, dejando que los espacios respiren. La decisión de colorear cada capítulo con un solo color suave, en función del país en el que transcurre, marca un tono emocional para cada uno, y hace que las rupturas del mismo, los sustos que expresa igualmente con colores, fuertes en este caso, funcionen como un tiro.

Sólo desde el perfecto equilibrio entre lo infantil y lo adulto, entre la realidad y el mito, puede Sattouf difuminar las fronteras entre ambos extremos que en realidad son una misma cosa, si los observamos desde nuestro lado prerreacional. Al mismo tiempo consigue una obra plenamente válida y relevante en nuestro tiempo, que trata de cuestiones que no podrían estar más vigentes, a la luz de a dónde está llegando la relación entre occidente y el mundo árabe. Pero, como las obras verdaderamente grandes, El árabe del futuro es también profundamente personal, y eso es lo que alcance una cima, no sé si grande o pequeña, del cómic contemporáneo. Seguramente dependerá de cómo la concluya, pero mucho tendría que torcerse la cosa para que cambiara de opinión.