La balada del norte. Tomo I (Alfonso Zapico)

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La balada del norte. Tomo I (Alfonso Zapico). Astiberri, 2015. Cartoné. 18,5 x 26 cm. 232 págs. B/N. 18 €

Pese a que las cosas están cambiando en los últimos años, al cómic español todavía le cuesta tratar nuestra propia historia. Es cierto que algunas de las novelas gráficas más relevantes lo hacen —El arte de volar o Los surcos del azar, por ejemplo—, pero aún hay pocas, menos que en Francia, proporcionalmente, entre otras cosas porque se nos ha inculcado que ya hemos hablado mucho de la guerra civil y del franquismo. Tanto que todos sabemos con precisión qué paso durante esos periodos y los hechos nunca se pueden distorsionar con fines políticos, por supuesto. Pero tampoco quiero ir por ahí, porque no es el tema; lo único que añadiré será que incluso ahora es muy difícil encontrar un cómic español ambientado en nuestro siglo XIX, o antes de 1936. Parece incluso que muchos autores prefieren tratar la historia de otros países antes que la propia.

Alfonso Zapico, autor ya de un buen puñado de obras, pertenecía a este grupo. Sus cómics hasta el momento habían tratado de James Joyce, de Núñez de Balboa o de la Palestina de los años cuarenta, sin embargo, para este proyecto ha escogido centrarse en un tema mucho más cercano: la revolución minera de l934 en Asturias. Zapico proviene de la cuenca minera asturiana y por tanto la histórica lucha de los movimientos obreros le resulta cercana, y de hecho siempre ha manifestado interés, e incluso ha dibujado algunas historietas breves sobre ella. Doy por hecho que cuando uno escoge un tema para su obra lo hace porque le interesa y piensa que puede ser interesante, pero en este caso siento que la cercanía del tema, el hecho de que sea parte de su bagaje personal, le han sentado muy bien a Zapico, que ha transmitido una energía inusitada a esta nueva obra: La balada del norte.

En este primer tomo —la obra constará de dos— Alfonso Zapico opta por una estrategia narrativa clásica, con la que no busca innovar sino obtener un punto de partida sólido, y que consiste en fundir la trama histórica, la revolución minera, con una trama inventada protagonizada por Tristán, el hijo de un marqués que posee varias minas y que vuelve al hogar paterno aquejado de una grave enfermedad, para vivir, sin proponérselo, una historia de amor. Y al mismo tiempo se verá involucrado en toda la conspiración minera para derribar a los caciques.

Toda la cuestión histórica Zapico la ha trabajado a conciencia. Documenta el periodo y lo recrea de manera plausible, no sólo en los escenarios y en aspectos obvios como los vehículos o la ropa, sino también en las actitudes y en el modo de hablar de los personajes, muy local. Las historias ambientadas en el pasado tienden a menudo a proyectar actitudes contemporáneas en la gente de entonces —ese William Wallace recogiendo a la novia en el pueblo, que le faltaba la moto, al tío—, casi siempre por facilitarnos que sintamos empatía por ellos y nos identifiquemos en sus vivencias. Pero aquí, si salvamos la historia de amor, más tópica —tampoco es completamente imposible en la España de los años 30, sólo improbable—, nos encontramos con personas violentas, machistas y clasistas, para los estándares actuales, como debe ser. Apolonio, un jefe de mina, es el mejor ejemplo. Cae simpático, es uno de los héroes, con todos los matices que el apego a la historia debe imponer, pero también es muy bruto, y posesivo con su mujer y su hija. Esa dualidad del personaje, que es extensible a casi todos los demás, es una clara muestra de la intención de Zapico respecto a la cuestión moral, pero también respecto a la histórica: lejos del maniqueísmo que ciertas ficciones —y, más preocupante aún, ciertos relatos pretendidamente historiográficos— exhiben cuando abordan temas recientes, La balada del norte intenta mostrar que la historia nunca ha sido una lucha entre buenos y malos absolutos. Que los seres humanos nos equivocamos y cambiamos de opinión, y que la vida está llena de situaciones complejas donde sólo pueden verse las cosas en blanco y negro si se tiene una visión muy simple de las cosas. Todo lo cual no implica caer en la equidistancia moral o en el relativismo cobarde: Zapico tiene su propio discurso y no lo oculta.

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Quizás por la complejidad de la tarea, Zapico ha redoblado esfuerzo y, en lo gráfico, también creo que ésta es su mejor obra. Se ha visto en la necesidad de usar recursos nuevos y buscar maneras de transmitir mucha información de forma ágil. Por ejemplo es así con las dos primeras páginas, una introducción histórica a los primeros años de la II República que recuerda, aunque más contenida, a la manera en que David B. explica con metáforas gráficas la historia en Los mejores enemigos. Otro recurso interesante para introducir la evolución de los acontecimientos sin resultar cargante es el uso de dobles páginas que simulan portadas de un diario obrero asturiano, La noticia.

Más allá de eso, la seriedad y dureza de la obra de alguna forma han exigido a Zapico que adapte su estilo. No creo que sea tanto una evolución sin vuelta atrás como una adecuación al contenido y tono de La balada del norte. Normalmente él practica un dibujo amable, de línea liviana y fina, hasta cierto punto inspirado por la línea clara en la forma en la que contrasta personajes cartoon en fondos más o menos realistas. Esa tensión también se encuentra entre la historia dramática y los personajes caricaturescos, un recurso eficaz y abundamentemente empleado —pienso, por ejemplo, en el más obvio, Art Spiegelman, o en Álvaro Ortiz, aunque su estilo no tenga mucho que ver con Zapico— pero que, creo, cuando trata hechos históricos debe manejarse con cuidado porque el riesgo de la edulcoración siempre está ahí: no todo el mundo es Spiegelman. Pero, como decía, en este libro Zapico aplica cambios a su registro habitual que enriquecen mucho su estilo. Atenúa cuando es preciso el carácter caricaturesco de sus personajes, especialmente de los que cargan con la parte histórica del argumento, sobre todo Apolonio —sin ir más lejos, es algo palpable ya en su retrato en la cubierta—. Además vuelve su trazo más grueso con fines expresivos cuando así lo pide la escena, y no teme entintar casi a brochazos si es necesario, como en una página en la que Tristán se va emborrachando (pág. 189) y la tinta cada vez más suelta va motrando los efectivos progresivos de la cogorza. Aunque lo más significativo en este sentido quizás sea el modo en el que dibuja las escenas que transcurren en la mina, mucho más sucias —y sobre páginas negras—, sin miedo al dibujo imperfecto, que a veces es el más perfecto de los dibujos. La secuencia de la mula (págs. 65-69) es impresionante, por ejemplo.

Dentro de esta corriente de novela gráfica más clásica, de influencia más literaria —este cómic se mira más en Zola o Galdós que en cualquier autor de historieta—, que busca sobre todo contar una historia sólida que siga ciertos cánones, Alfonso Zapico ha dado un paso importante con La balada del norte. Y lo ha conseguido, en mi opinión, porque es el cómic que ha hecho en el que ha puesto más garra y nervio, y más de sí mismo, que es algo que en parte echaba a faltar en algunas anteriores. O al menos, por no ser taxativo, en el que más he percibido yo este componente emocional. Falta ver cómo concluye una obra tan ambiciosa, si consigue mostrar la revolución minera de esos convulsos años que antecedieron a la guerra civil con justicia y al mismo tiempo dotar del mismo interés a la historia de Tristán, que hasta el momento aguanta, pero un paso por detrás de la trama obrera. Si lo consigue estaremos ante la gran obra de Alfonso Zapico.