Rubor (VVAA)

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Rubor (VVAA). La Cúpula, 2015. Rústica con solapas. 17 x 24 cm. 148 págs. Bitono. 17,50 €

¿Qué le queda al cómic pornográfico en los tiempos de Porntube? Más aún: ¿qué le queda al cómic pornográfico occidental cuando existe el hentai? La respuesta a la primera pregunta: imaginación para emplear el cómic de forma que llegue a donde no puede llegar la imagen real, estimulando la fantasía del lector de manera más libre, en todos los sentidos. La respuesta a la segunda pregunta es más compleja, porque el hentai ha derribado tantos límites y de forma tan explícita —incluso con la censura japonesa, que no obstante los autores saben saltarse con hábiles triquiñuelas— que parece que no hay perversión imaginable que no se haya plasmado ya en un dibujo.

Pero hay, por supuesto, cosas nuevas que aportar. Siempre las hay, en cualquier disciplina. Puede que la estética y las acciones estén sobreexplotadas, pero la pornografía también es ideología y ahí hay mucho que decir. Nuevas miradas que aportar, giros que transformen el género y subviertan sus significados, que enturbien, que inquieten al lector y conviertan el onanismo en algo que vaya más allá del autoplacer y llegue al autoconocimiento, derribando tabúes. Ojo también con caer en el ranciofact de «yo prefiero el erotismo, que es más de insinuar…»; no es eso lo que digo, ni pienso que esa vuelta de tuerca que propongo pase por ocultar más que enseñar. El erotismo es una pornografía capada, en la mayor parte de los casos, y no hay relación directa entre enseñar más o menos genitales y ser más o menos simple u obvio.

Rubor, la antología que acaba de editar La Cúpula, me llamó la atención en un primer momento por varios de sus autores, de los cuales siempre me interesa cualquier cosa que hagan. Tras leer el libro completo, al margen de que como es lógico unas historias me hayan gustado más que otra, me doy cuenta de que consciente o inconscientemente los autores y autoras de Rubor han querido dar esa vuelta de tuerca, y usan el porno para reflexionar sobre el deseo y las relaciones, o sobre la identidad de género, que es algo que rara vez aparece en la pornografía convencional. La antología, coordinada por Jordi Pastor—que firma dos historias—, marca como única pauta común la paleta de colores, distintas tonalidades de rojo, y deja libertad total para todo lo demás. Los dibujantes son tan diferentes entre sí que la agradecida heterogeneidad puede llegar incluso a chirriar, pero eso favorece la disonancia en el lector aunque no juegue a favor de la comercialidad del libro.

Por sus propias condiciones para dibujar la figura humana, las historias de Dánide y Enrique Corominas —dos extraordinarios dibujantes— son quizás las más enfocadas a recrear la vista. La de Danide, «Las recetas del Sr. Gourmand» juega con la conexión erótica del sexo y la comida, mientras que la de Corominas, «Gran aventura sexual» es un poco clásica en su puesta en escena —me refiero a las posturas del folleteo, sobre todo— pero eso contrasta con la propuesta: una pareja cuyos sexos van mutando a lo largo de los años, con todo lo que ello conlleva. Me gusta cómo perturbará a los lectores más heteronormativos, que es lo mismo que me atrae de la que seguramente ha sido mi historia favorita, la de Sergi Puyol: «Metodología Medina», que busca, precisamente, lo contrario que el porno convencional. En lugar de regalarnos los sentidos nos desafía con una historia de relación jefe / empleado extraña, en la que lo que podría ser casi enfermizo —esos cuerpos— se torna en humorístico, pero nunca pierde de vista que las relaciones sexuales explícitas entre hombres siguen siendo un tabú gordo para los lectores varones heteros.

Tampoco lo hace Martín Pardo en una sorprendentemente buena «Manual básico de prevención de riesgos sexuales», donde parodia el lenguaje gráfico de los manuales de prevención de riesgos laborales para mostrar una obra —de albañiles, no de actores— donde se lo pasan muy bien.

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Candela Ferrández en «Selkie man» parte de una premisa de relato erótico —incluso rosa, diría—, el hombre atractivo y desconocido que aborda a una joven de vacaciones que se deja fascinar, pero el giro de realismo mágico y la forma de pinchar el globo del tópico funcionan perfectamente y dotan de sentido al conjunto, de modo que la convierten en otra de las más interesantes.

Al díptico de Jordi Pastor le pasa algo parecido: se mueve por un terreno conocido y cuenta la misma anécdota, desde los dos puntos de vista, de forma que es bastante fácil suponer que ambos protagonistas están sintiendo lo mismo sólo con leer una de las historias. Pero el despliegue gráfico y la forma en que la historia se corta justo cuando empezaría la chicha en un relato pornográfico clásico, cortando las expectativas, me han gustado mucho.

«Hueco»de Marcos Morán y «Melvin» de Artur Laperla son anecdóticas y confían toda su potencia a lo gráfico —soberbio en ambos casos, aunque partan de bases muy diferentes—, mientras que Gabrielle Piquet se sale por la tangente contando una historia de amor protagonizada por dos perretes.

El resto, por un motivo u otro, no me han interesado tanto. Alguna por convencional, como la de Carmen Segovia, otras porque tenía altas expectativas, por ejemplo la de Alexis Nolla, que me encanta casi siempre, pero al que aquí veo algo constreñido por la corta extensión. Pero, en todo caso, todas contribuyen a que el cuadro de conjunto sea más variado y divertido.

Como concepto, estoy muy interesado en las antologías de relato breve. Me parece que son útiles para conocer autores nuevos y al mismo tiempo tener pequeñas dosis de autores conocidos entre obras más largas. Además, si se concibe como algo más que una acumulación de historias cortas, si se dota de una entidad al conjunto, el libro gana muchos enteros. Ha sido el caso de Rubor, que ojalá sea el primero de muchos.